06 enero, 2011

Un toque de rojo

“Nunca imaginé que mi vestidor podía ser algo más.
Sólo necesitaba un toque de rojo...”*


Junto con ese pensamiento, la idea me asaltó tan obvia como debe hacerlo para ustedes. Sólo era cuestión de elegir bien y esperar el momento. Y el momento llegó con él, aquella noche. Lo invité a cenar. ¡Por Dios!, ¡los tipos pueden ser tan elementales! Después de comer y de tomar bastante vino, le dije aquello de “voy a ponerme algo más cómodo”. No sé cómo no se cagó de risa; esas cosas pasan en las películas. Lo llamé desde el vestidor: “¿a ver qué te parece cómo me queda esto?”. Ni siquiera empecé por lo más provocativo, apenas un solero bastante suelto, aunque sin corpiño.”¿Y esto cómo te quedará?”, me dijo. Y empezamos. Fue realmente fácil. Al rato ya me estaba dejando arrinconar contra el estante donde guardo un costurero. “Ay, no, dejame”, le dije, entre risas. Ya saben cómo es, una cosa con el cuerpo y otra con las palabras. “Ay, así no”, le susurré; con las manos lo guiaba por donde yo quería, con las piernas lo alejaba. Logré convertir el ansia en violencia. Me golpeó bastante los muslos, me marcó las muñecas con sus dedos. “Pará, pará, no quiero”, le dije. Era el momento en que todo me podía salir mal. Él podía ser más fuerte que yo, o podía escuchar mis palabras y detenerse. Seguir adelante fue su decisión. Arremetió para entrarme mientras yo alcanzaba la tijera grande. Le clavé el primer puntazo en la base del cuello, justo encima de la clavícula. Se deshizo como si fuera un monstruo de espuma. Retrocedió, espantado, sorprendido, medio ahogado. A la jueza le dije que después de eso había intentado asaltarme nuevamente. Pero ni siquiera se defendió: tres puntazos más bastaron para dejarlo inerte, en el suelo, desangrándose. Cuatro en total. Los conté. Los tipos son increíbles: lo último que se le murió fue la pija. Me quedé mirándolo, porque dicen que algunos eyaculan en el momento de morir. Este no. Pensé en metérmela para obtener la prueba del acceso carnal, pero eso hubiera sido necrofilia, y la idea me repugnó. Habría sido además innecesario: la jueza no dudó ni por un momento de que actué en defensa propia. ¿Y no fue así? Yo le dije que parara...

* Otro anuncio de la misma campaña

7 comentarios:

Fodor Lobson dijo...

inquietante

Pablo Seguí dijo...

Me quedé con ganas de una más extensa descripción de la pelea, del cortajeo. La parte de la seducción o levante está buena.

Saludos desde Córdoba.

carlos dijo...

sí, coincido con Tama. En un momento miré para los costados a ver si estaba en el blog en que pensaba que estaba, me asaltó lo extraño.
De todos modos, pedirle a alguien que pare no siempre resulta clarificador respecto de qué de todo lo que hace debería parar.
Lo sexual nos orienta, es cierto, pero nos orienta demasiado.

Pablo dijo...

A ver, probemos:

"...se deshizo como si fuera un monstruo de espuma. Retrocedió, espantado, sorprendido, medio ahogado. A la jueza le dije que después de eso había intentado asaltarme nuevamente. Pero ni siquiera se defendió: cayó al suelo sentado y retrocedió hasta quedar contra una pared. El tajo profundo le empantanaba la garganta. No podía gritar, algo igual borboteaba. Me le acercé y le acaricié la cabeza. Le clavé el segundo puntazo en el otro lado del cuello. No sé si por ese lugar pasa algún músculo o nervio o vena, pero los brazos le quedaron caídos, ya muertos, y unas lágrimas raras le nublaron los ojos. No sé por qué llora un tipo que acaba de ser apuñalado, si de bronca, de dolor, de pena o de impotencia. Me le senté a horcajadas. Los tipos son increíbles: todavía tenía la pija dura. Afirmé la tijera en su pecho y empujé con todo mi peso. Esperaba que por la boca le saliera un borbotón de sangre. Pero esas cosas pasan en las películas. La autopsia dijo que no le alcancé a tocar el corazón. Lo último que se le murió fue la pija. Me quedé mirándolo, porque dicen que algunos eyaculan en el momento de morir. Este no. Pensé en metérmela para obtener la prueba del acceso carnal, pero eso hubiera sido necrofilia, y la idea me repugnó. Habría sido además innecesario: la jueza no dudó ni por un momento de que actué en defensa propia. ¿Y no fue así? Yo le dije que parara..."

Igual, yo sigo sin entender por qué el tipo no se defendió, a qué dios se entregó en sacrificio...

Pablo Seguí dijo...

Jajajaja. Sí: es como un frenesí del tipo, un avanzar enceguecido y sonriente. También, las preguntas de la narradora son raras: como que no termina de entender a la víctima, como que la víctima no es del todo víctima.

Saludos desde Córdoba.

Pablo dijo...

Interesante, Tama, es verdad. Hay algo en la víctima que el victimario no llega a apresar, a capturar. Hay algo para esta mina que sigue siendo un misterio. No creo que eso lo haga menos víctima, pero en algún plano sigue siendo libre...

Pablo Seguí dijo...

Tiene algo de onírico. Los rostros y gestos no coinciden con lo que efectivamente está sucediendo. Como un desconocimiento o separación.

Digamos que se conjugan dos cosas: lo que digo, con, no la confesión, sino el que la narradora esté comentando un secreto.