24 abril, 2008

Una versión de los hechos

Esta es la historia de un hombre acusado de un crimen que no cometió.

Los tiros sonaron en el comedor. Patty Valentine bajó corriendo desde el piso de arriba y encontró al barman en un charco de sangre. "¡Los mataron!", aulló. Había tres cuerpos en el suelo y un tipo que huía. "Yo no fui", dijo, mientras levantaba las manos. "Yo quería robar la caja, nomás, te juro, entré cuando se iban", y se quedó en el molde. Se llamaba Alfred Bello. "Uno de nosotros tendría que llamar a la policía", dijo. Y Patty llamó. Era la noche ardiente de New Jersey cuando la policía llegó a la escena del crimen con sus luces rojas dando vueltas. Lejos de ahí, Rubin Carter y unos amigos yiraban en auto. Rubin Carter era número puesto para la corona de los pesos medianos. No tenía idea de qué mierda pasaba cuando un cana lo hizo parar contra el cordón, como otras veces antes y otras antes de esas, que es como son las cosas: si sos negro, mas vale que no te muestres por la calle a menos que andés buscando roña. Alfred Bello tenía un socio y el socio le daba una coartada: Arthur Dexter Bradley declaró que él y Bello estaban boludeando afuera del bar cuando vieron a dos negros con pinta de boxeadores salir corriendo y subir a un auto blanco con patente de otro estado. Patty Valentine confirmó. Un policía dijo: "Un momento, acá hay uno que no está muerto", y se lo llevaron al hospital. A pesar de que apenas podía ver, le pidieron que identificara a unos sospechosos. Eran las cuatro de la mañana cuando arrastraron a Rubin al hospital. Lo llevaron hasta donde estaba el moribundo, que lo miró entre las vendas y dijo: "¿para qué trajeron a este?".

Cuatro meses después, los ghettos arden. Rubin está en Sudamérica peleando por la gloria mientras Arthur Dexter Bradley todavía sigue con el asunto del robo. Los policías lo aprietan para que les dé un culpable. "¿Te acordás del asesinato del bar?", "¿te acordás del auto que viste?", "no seas gil, ¿no habrá sido el boxeador aquél que viste corriendo esa noche?". Y Arthur Dexter Bradley dice: "Es que no estoy seguro...". Los canas lo apuran: "no te olvidés que sos un hombre blanco... un tipo como vos se merece otra oportunidad. Estás hasta las manos por el laburito del hotel. Y estamos hablando con Bello, además, no querrás volver a la cárcel, ¿no?". "Le harías un favor a la sociedad: ese hijo de puta es corajudo y se está envalentonando. Queremos que la cague, le queremos encajar este triple homicidio. Vamos: no es un señorito, ése". Eso era verdad. Rubin podía voltear un tipo de una sola piña, pero no le gustaba que se hablara de eso. "Es mi trabajo", decía, "lo hago por guita". "En cuanto puedo me rajo a algún paraíso donde pescar unas truchas, disfrutar del aire y andar a caballo". Pero lo metieron en cana, donde convierten a los hombres en cucarachas. Jugó desde el vamos con cartas marcadas. El juicio fue una joda y nunca le dieron la más mínima oportunidad: el mismo juez hizo quedar a los testigos de Rubin como negros borrachos. Para la gente bien, era un vago medio revolucionario; para los suyos, un negro loquito. Aunque nunca se encontró el arma, nadie dudó ni por un momento de que él la había disparado. El fiscal lo acusó de asesinato en primer grado y el jurado compró. Adivinen quiénes testificaron: Bello y Bradley, que mintieron asquerosamente. La prensa repitió las mentiras. ¿Cómo puede ser que la vida de un hombre esté en manos de esta manga de hijos de puta? Mientras los garcas disfrutan de sus trajes y sus corbatas y sus martinis al amanecer, Rubin está sentado como un Buda en una celda de tres metros cuadrados. Es repugnante vivir en un país como este.

Esta es la historia de un hombre acusado de un crimen que no cometió. No estará cerrada hasta que no se limpie su nombre y se le devuelva el tiempo perdido. Iba a ser el campeón del mundo de los pesos medianos.

11 abril, 2008

Febo asoma

Acabo de ver en el diario una publicidad en la que se mencionaba al "Histórico Cabildo".

Ouch. Algo que está inscripto en un registro digamos, aunque no sea lo más apropiado, "de lo prosódico", algo que tiene que ver con el recuerdo de un ritmo, del modo cómo se distribuyen los acentos, se vio violentado por un sonido desagradable como un scratch involuntario o una rotura de cristales.

Repetí, exagerando los acentos: hisTÓricocaBILdo. Nones. Y ahí me di cuenta.

Señores publicistas: el cabildo es primero cabildo y después histórico, es "el cabildo histórico".

Al contrario, el que es primero histórico, es el convento.

02 abril, 2008

Loop, retroalimentación

"Pero ojo
porque capaz
en el fondo es lo mismo
y pasar de una a la otra o de la otra a la una
es
solapadamente
referir a todas las demás".

Kaminer, Backfeeds: la Placita

La Placita y las ganas de no ver a nadie. Referencia empírica: sé de un lugar llamado la placita, en una esquina de tres calles numeradas, en una ciudad de la plata, a sesenta metros de una plaza italia. Todo parece indicar que es ese mismo bar la placita. Me queda, además, re-bien descrito si repito que es un gran lugar para no ver a nadie. En ese lugar he no visto a alguna gente. Un lugar para no ver a nadie, la placita, un lugar mítico. Lugares míticos. Estuve estos días pensando en el realismo de Henry Miller, eso que él dice que es lo único que le importa, no la verdad, ni siquiera la realidad, sino lo que le gusta imaginarse, lo que fue verdadero para él. Relato en primera persona, declaradamente autobiográfico y, sin embargo, el parís de Miller no es menos fantástico que la tierra media de Tolkien. Ciudades que existen. Pensé en el dresde de Vonnegut. Pensé que cada polvo de Miller era tan descomunalmente fabuloso como cada viaje en el tiempo de Billy Pilgrim, que lo que es verdadero, si acaso hay algo, en el relato de Miller es lo mismo que es verdadero en los saltos en el tiempo de Vonnegut. Me tocó una vez entrevistar a unos ex-combatientes de malvinas. Noté algo en su relato, en el manejo del tiempo: mezclaban los verbos en presente y en pasado aún en la misma oración y me dio la fuerte impresión de que cada bombazo de que hablaban estaba sonando todavía. Hubo uno en especial que me habló del hijo que tuvo mucho después de la guerra y de cómo le contaba a su hijo, que ahora tenía la misma edad que él cuando estuvo en las islas, aquella experiencia. Era como si todo, guerra, hijo y relato, hubiera pasado al mismo tiempo. Fue mucho después que leí a Vonnegut y en ese momento no ví la relación, no se me ocurrió entonces pensar que ese recurso de hacer viajar a su personaje por el tiempo y de imaginar una narración donde todo pasa a la vez podía ser de una pasmosa literalidad. Se me ocurrió recién hace unos días, releyendo a Miller y pensando que si algo había verdadero en el relato de Miller no era el recuento de polvos y no era ningún parís, como no era falso que Billy Pilgrim viajara en el tiempo. Hoy (ayer, anteayer, más o menos hace un rato) leo a Puck mentar la placita (el yeite del casanova, una que vale por todas) y nada, que la placita no existe.