22 septiembre, 2009

Descartes

De las diversas formas del voyeurismo que el uso regular del transporte público facilita, la de pispear qué leen los compañeros de viaje es una que practico desvergonzadamente.

En un mar de fondo de browns, grishams y cohelos, cierta vez descubrí una tapa revestida en cuero, un papel grueso y amarillento, una página llena de subrayados: alguien leía, encadenado a La Plata, el Discurso del Método. ¿Quién puede leer en el micro a Descartes? ¿Para qué? ¿Cómo es su vida, cuáles son sus sueños, cuáles sus preocupaciones?

No abundaré en la hipótesis de la superioridad de tal o cual literatura sobre otra. No esta vez, al menos. No es porque sea Descartes y le otorgue un valor intrínseco superior o algo así. Fue la ocurrencia de lo improbable lo que llamó mi atención.

Me fijé en la gracia de algo como una voz que, sin esperarla, brota de eso que parece ruido blanco, como las figuras que uno a veces escoge adivinar en la estática del televisor, conjurando la indiferencia, el caos.

18 septiembre, 2009

Friday Mood Blues

¿Y si me levantara y saliera trotando? ¿si de pronto me pusiera a cantar? ¿si saliera por la puerta sin decir hasta luego y me mandara a mudar? ¿si hiciera algo? Algo, algo que debe ser hecho para que el tiempo pase sin que uno se detenga a medirlo, discreto, pudoroso y confiado (confiado de que no necesita andar haciéndose notar). Para llenar globos de helio es necesario respirar burbujas y espirar incandescencias. Sin embargo, los globos esperan turno y se amontonan contra el cielo raso. Un globo más un globo más un globo y el espacio aéreo del cuarto se va achicando, su límite superior va bajando y una nebulosa de globos de helio se convierte en un entorno apropiado para salir trotando, ponerse a cantar o cualquier otra cosa, esa cosa que se supone que es lo que sí, lo que llevará tu alma a la estratósfera, a celestialidades indiscutibles, más allá de los globos de helio.

Quizás mañana.

13 septiembre, 2009

Ayudando con un examen de ciencias

(y dejando claro el concepto de rima consonante)

Reptiles y anfibios, clasificación

Yo soy un anfibio,
y siento gran alivio,
sobre el piso tibio,
en lo de Tito Livio.

Yo soy un anuro,
y no tengo un duro,
vivo sin apuro:
me cuelgo del muro.

Soy el urodelo:
no tengo ni un pelo
ruedo por el suelo
de lo de mi abuelo.

Entre los reptiles,
los hay muy febriles,
suman mil abriles,
fuman en narguiles.

Yo soy un quelonio.
Me llamo Polonio.
Vivo en San Antonio.
Me gusta el otoño.

Este es un ofidio,
raro bicho libio,
busca el piso tibio
junto a los anfibios.

Y ese es crocodílido.
Es un poco tímido
y se pone lívido
si lo buscan vívido.

Y con rincocéfalo,
busco por mi encéfalo
sólo encuentro "acéfalo",
"macro" o "microcéfalo".

Y nos queda un saurio
de corto anecdotario;
juega en un armario
y se siente otario.

(Todo lo cual debe recitarse al ritmo de una monótona cantinela de mi invención o tramposa memoria que, por suerte, no tengo con qué grabar, si no, ¡¡¡ahhh!!, también les sacudía, vean)

(PS: al nene le fue bien con el examen).