...cuatro dadores de sangre,
cualquier grupo o factor...
cualquier grupo o factor...
“Hoy es un día raro. Vengo de donar sangre y me siento para el orto. Ojo, ningún matiz moral en esto: me bajó la presión al piso y yo me fuí con ella. Me desmayé, por suerte, en la misma sala del hospital. No me dí ni cuenta. Cuando termina la extracción, te hacen pasar a una salita donde te dan un café y, me río ahora que lo voy a escribir y recuerdo, una madalena. Estaba sentado tomando mi café cuando de repente siento que la auxiliar que me lo había servido me está sacudiendo, diciéndome ‘Señor, señor’ (ya no sólo los pibes me dicen ‘señor’). Veo que hay otra mina que la ayuda y me dice ‘sentate en el suelo, acostate’ y me levanta los pies y me los apoya sobre una silla. Quedé tumbado ahí, justo atravesado frente a una puerta que da a la sala de espera. La médica (porque la otra mina resultó una médica), me levanta los brazos y me pregunta si me siento mejor. Ahí yo ya puedo pensar y responder, me doy cuenta de lo que pasó y agradezco, ‘sí, un poco mejor, gracias’ y reparo en que estoy a la vista de todos los que esperan para donar. Se lo señalo a la doctora. Cierto, me vas a espantar a los donantes’ y nos reímos. ‘Yo creí que bajaba la cabeza para leer’, me dice la auxiliar. Se vé que me estaba cayendo así nomás cuando atinó a atajarme. Cuando pude pararme, me llevaron a otra sala. Estuve cerca de una hora tirado en una camilla junto a la cual había un desfibrilador. Esa presencia me resultó entre cómica y siniestra. Todavía me siento flojo y algo mareado y pienso que la jodita se metió en mi día y me lo cagó a lo largo y a lo ancho, porque no tengo voluntad de hacer nada. Sólo quisiera permanecer tirado esperando a que la sangre vuelva a su caudal...”
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