24 julio, 2008

Pálida sombra

"I was the shadow of the waxwing slain
By the false azure in the windowpane..."

John Shade,
según afirma Vladimir Nabokov.


La luz del pasillo entra por la puerta abierta de mi cuarto a oscuras. Dibuja en la pared un rectángulo iluminado, junto a mi cama. Levanto una mano y la atravieso en el haz de luz. Me quedo mirando la sombra, nítida, negro sobre blanco. Creo que mi mano es cada vez más chica. Extiendo los dedos. En la sombra no están las manchas de mi piel, pero noto el temblor del pulso y veo el dedo al que le falta una falange que perdí por una infección. Por la ventana abierta miro las estrellas en la noche sin luna. Nítidas, blanco sobre negro. Con la otra mano, prendo el velador de mi mesa de noche. Una luz amarillenta tiñe la pared y la sombra de mi mano alzada se atenúa, pierde precisión, se convierte en una mancha apenas más oscura, una pálida sombra.

-Blanca, te traigo la cena-. Es Clarita, que prende la luz principal del cuarto (la sombra de mi mano se esfuma, conjurada por la luz que rebota en todas direcciones y rellena todos los ángulos).

-Primero quiero hacer pis, Clarita.

Clarita me destapa. Con pericia, me baja el calzón y me acomoda la chata. Meo. Una nunca se acostumbra a mear postrada. Todavía me parece humillante, pero qué voy a hacer, mis piernas son como la sombra de mi mano a la luz del velador: la pálida sombra de mis piernas.

-¿Cómo está Alba?

Clarita me ayuda a limpiarme y me vuelve a subir el calzón. Suspiro. Me acerca la mesita de cama y el caldo desabrido.

-Como siempre, Blanca, no sabe ni cómo se llama-. Clarita sale de la habitación para llevarle su cena a otra vieja.

Mientras tomo mi caldo, miro las paredes del cuarto. A la decidida y difusa luz de la lámpara del techo, ninguna sombra se dibuja. Al rato, Clarita vuelve a buscar los trastos.

-No terminaste la sopa, che.

-Ay, nena, no tengo apetito.

-Qué vieja mañera estás hecha, ¿eh, Blanca?

-No me retes, un poco tomé, pero no tengo más apetito.

-Qué cosas... ¿te apago la luz?

-Si, por favor, Clarita. Dejá la ventana abierta. Y cerrame la puerta. Sos tan buena conmigo.

Me quedo en la habitación a oscuras. La luz de las estrellas no alcanza para separar del fondo negro ni la más pálida sombra. Sé que no me voy a dormir.

Quiero ver cuando la luz del sol conjure las estrellas pero dibuje en la pared la sombra de mi mano.

21 julio, 2008

Languidece. Sí, languidece. ¿Y, qué pasa? ¿Cómo que qué pasa?: nada, no pasa nada; ¿debería pasar algo? No claro, qué tendría que pasar, pero es que languidice. Bueno, entonces pasa eso, que languidece. ¿Y? No sé; nada es para siempre. Dos citas de Mano Negra que nadie debe haber notado. Sep. ¿Entonces? ¿Entonces qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Me preguntás si tomaré una decisión drástica o dramática, si le pegaré un tiro, le prenderé fuego, algo por el estilo? Algo por el estilo, sí. No creo, no participo de la fe en esas candilejas: languidece y eso es todo lo que pasa. Es una pena. Si, capaz que sí; es una pena, si. Pero así algunas cosas. Si, algunas cosas...