28 junio, 2007

Una de amores trágicos...

-Es claro que ella te gusta, y mucho- le dije.

-¿Y qué carajo hago yo con eso? -me contestó- ¿Escribo un poema? ¿Tallo el tronco de un árbol milenario? ¿Compro un ramo de flores y se lo mando sin remitente? ¿Cruzo un pasacalles frente a su puerta? ¿Mato a mi mujer y huyo al desierto? Esa, esa es buena. Y espero después que una víbora me muerda, insensible, ignorante y certera, para dejarme al sol mientras me muero. Bien, bien dramático, cinematográfico. Pero ella no me quiere. Punto.

19 junio, 2007

Cuatro guardias y cien prisioneros de guerra

...al anochecer, los guardias y sus prisioneros americanos llegaron a una posada abierta, iluminada con velas. En la planta baja, el fuego estaba encendido en tres hogares y las mesas, vacías, estaban puestas, a la espera de quien pudiera llegar. En el piso de arriba, las camas estaban listas y con las cobijas tendidas.

Atendían un posadero ciego, su esposa, que era también la cocinera, y sus dos hijas, que hacían de meseras y mucamas. La familia sabía que Dresde ya no existía: los que tenían ojos de entre ellos la habían visto arder y arder. Todos habían comprendido que estaban ahora en el borde de un desierto. Sin embargo, habían abierto el negocio y lustrado las copas y ajustado los relojes y avivado los fuegos y esperado y esperado a ver si venía alguien.

No eran muchos los que huían de Dresde.

El tiempo rodó en los relojes, crepitó en los hogares y derritió las velas. Entonces, fue un golpe en la puerta y cuatro guardias y cien prisioneros de guerra americanos se presentaron.

El posadero preguntó si venían de la ciudad.

"Si."

"¿Viene más gente?"

Y los guardias contestaron que, a todo lo largo del arduo camino que habían transitado, no habían cruzado un alma.

El posadero ciego dijo que los prisioneros podían dormir en el establo. Les dio sopa, café de achicoria y un poco de cerveza. Después, se quedó en la puerta escuchando cómo se acomodaban en la paja.

"Buenas noches, americanos", dijo en alemán. "Que duerman bien".

Billy Pilgrim abandona Dresde
después del bombardeo.
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5.
La versión española es mía.

13 junio, 2007

"...thought I'd something more to say..."

Un día me voy a dar el gusto. Voy a juntar a dos o tres atorrantes amigos que me hagan el aguante y vamos a ensayar horas, días: una única canción. Alcanzado el punto, cuando creamos que hemos logrado capturar los matices, vamos a montar un escenario modesto en la plaza del barrio o en mi jardín, que para entonces ya tendrá el aspecto noble de un jardín japonés. Será al atardecer, ese momento en que todavía hay luz de sol pero en el cual los rayos tienen la disposición amable que da la oblicuidad. No le avisaremos a nadie. Uno de nosotros cantará eso de los diez años behind you y, cuando llegue el momento, yo voy a cerrar los ojos y voy a tocar este solo de guitarra.



Será un fracaso: nunca tocaré este solo de guitarra.

12 junio, 2007

Por enésima y seguro que no última vez, la pregunta:

Does humor belong in music?

es indagada por alguien. Esta vez, la platense Cantoría Ars Nova, a la que me acerca algún vínculo de sangre, ensaya una respuesta en lo que en el volante llaman una "humorada musical en un prólogo y seis cuadros".
Hoy, 20:30hs en el Coliseo Podestá.

Tómese conocimiento.

Archívese.

07 junio, 2007

Niebla

La niebla es un lugar común. Quiero decir: un tópico repetido y frecuentado, pero también una forma o disposición del espacio que nos es compartida. Pongamos por caso el día de hoy: la niebla se aposentó en mi barrio como una dama victoriana, petulante y pagada de si misma. Curiosamente, se desparramó en parches caprichosos (bueno, una dama victoriana no se desparramaría en parches caprichosos. Se sentaría recatada y con la piernas bien juntas, las manos sobre esa parte del cuerpo victorianamente conocida como "regazo", con expresión de nunca haber chupado una pija y con una maldad evidente y notoria). El efecto de esta niebla-patchwork fue el de sumergir a los transeúntes y a los automovilistas en súbitas fosforescencias tridimensionales, de ese color amarillento, o cobrizo, o rosado, propio de las luminarias modestas de los suburbios, en las noches de niebla. La luz se apelmaza en la niebla. La luz de los faros de los autos se apelmaza en la niebla. La luz de los faros de los autos que vienen en sentido contrario se queda pegada a los faros y avanza con ellos, a veces como amenazas brutales, a veces con timidez de pantera. Y súbitamente, la niebla-patchwork se acaba,
la claridad se abre y encandila,

el volumen de las cosas es un oprobio o un elefante o una pagoda,

o un volumen o una atmósfera o peso específico o mera masa,

y la distancia tiene otra vez función, sentido, rumbo y dimensión.
Pero, allá en el fondo, doscientos metros adelante, donde la calle se hace de tierra y salta en un puente angosto sobre el arroyo Rodríguez, otra vez, la señora victoriana se impone como una pared, una fosforescencia, un rubor sonrosado, o amarillo o cobrizo, que hace de todo un telón pintado, una pantalla 2d, una apnea de masa.


Publicado por primera vez en Glosa