19 enero, 2011

Lucas Pizarro y el arte del patchwork

...“no hay que ser sentimental”. Consejo de padre. Privilegiar la estabilidad, el empleo, la obra social...

Es que la cosa es así: Lucas participa de conversaciones variadas, en momentos distintos, con gente diversa. No tienen nada en común, ni los lugares, ni la gente, ni las circunstancias. Qué va, no es lo mismo su padre, charlando mientras maneja, que María, mientras le convida tereré en el patio de su casa, a la sombra de las glicinas.

No embarcarse en aventuras. Morder la sal y decir que es dulce.

No es lo mismo la enfermera, ensobrada en su guardapolvo blanco, en el gabinete, la vista mirando nada, evitando, ni siquiera por maldad o desconfianza, el contacto visual. Todos esos interlocutores y momentos se desconocen mutuamente, se ignoran, son casi (¿por qué “casi”?) mundos paralelos, realidades independientes.

Mientras tanto, el cuerpo acusa recibo. “15-11”, dice la enfermera. La presión.

Es más, ni siquiera él mismo es exactamente el mismo en cada una de esas circunstancias. Un poco más hijo, un poco más paciente, un poco más vecino.

Normal alta, que le llaman, la presión. Será la de afuera hacia adentro, supone Lucas, que rebota, se expande, busca un lugar por donde salir, distenderse.

Pero también es cierto que todo lleva un hilván, ese hilván que se llama, por comodidad y costumbre, “Lucas Pizarro”, aquello que tienen en común esos momentos e interlocutores, la craquelada superficie sobre la cual todas esas conversaciones conforman un patchwork.

“15-11”. “Hay que cuidar el corazón”, afirma María. María de eso sabe: lleva un marcapasos. Marcarle el paso al corazón, ayudarlo a llevar un ritmo, que no se desboque ni renuncie ni enloquezca.

Y claro, la cosa es así: mediante el pase mágico de componer esa frazada de retazos, abrigo y prenda, paradójicamente y al mismo tiempo, no sin incomodidades, aparece algo, el hilván, que logra llamarse “Lucas Pizarro”...

Cuidar el corazón. Para Lucas, sería quizás aliviarlo de la presión que empuja de adentro hacia afuera. La cosa es así: el cuerpo avisa y el que avisa no es traidor.

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