31 mayo, 2011

Keep It Simple

Este solo tiene algo conmovedor: es increíblemente simple. Sobre todo, la nota mágica con la que empieza es la gloria de lo elemental: es una de las notas más obvias (la tercera) de las que se puede escoger de una sencilla escala mayor, tocada en el primer tiempo fuerte del compás. Musicalmente, es como colocar un yunque sobre un pedestal sobre un sólido cimiento. Es algo así como la resistencia y la estabilidad de una ojiva. Usted puede estudiar música por milenios y nunca podrá llegar a una solución tan económica sin sentirse avergonzado. Pero aquí estamos nosotros, conteniendo el aliento y pensando “ahí viene, ahí viene”, esperando que se compruebe el milagro.

30 mayo, 2011

El goce infantil de la repetición

Todos sabemos (todo aquel que, como dice Luis, “tenga unos añitos” y participe de un espacio cultural que por comodidad resumo como “cultura rock”), decía, todos sabemos cómo empieza este solo. Sepamos o no sepamos música, conocemos las notas, podemos cantarlas. Lo esperamos. “Ahí viene, ahí viene”. Musicalmente, esa espera se señala y enfatiza con un compás (o varios, a veces) neutro, de negras machacantes. No hay ninguna pretensión de causar sorpresa. Y cuando llega, bueno, ya saben, llega.

29 mayo, 2011

Uno que es dos, dos que son uno

Y estamos hablando de “el” solo de Comfortably numb. Si se fijan, estrictamente hablando, los solos son dos. Uno después de cada estribillo. Sin embargo, esos solos constituyen el centro único, uniforme, continuo, permanante de la canción: son la respuesta a “can you show me where it hurts”. You know, I can’t, but it hurts.

28 mayo, 2011

El respeto del ritual

David Gilmour sabe, imagino que sabe porque está claro que no me consta y no puedo documentarlo, que cualquier oyente de Comfortably numb espera el solo.

A lo largo de las innumerables versiones de la canción, el solo ha sufrido más o menos notables variaciones. Sin embargo, es fácil advertir que Gilmour es muy cuidadoso con tres o cuatro elementos: vaya hacia donde vaya la improvisación o la variación, que siempre goza de algún espacio, ciertos pasajes son tocados por el oficiante con fidelidad religiosa. Son los resortes emocionales de la composición.

27 mayo, 2011

El solo

Esta canción es famosa por su solo de guitarra. No sé cuántas veces, ni en qué compulsas, este solo ha sido caracterizado como “el mejor”, “el más” esto o lo otro de la historia del rock. Es un tópico. Es como el arpegio de Escalera al cielo. Pero no hay necesidad de jugar el juego de los rankings. No hay dudas de que, sea como sea, es el solo, una construción no lingüística, uno de los rasgos más sobresalientes de esta canción (por definición, una forma que consagra la importancia de la “letra”).

26 mayo, 2011

Can you show me where it hurts?

Confortably numb es, IMHO, la más grande, densa, abigarrada y completa canción de la historia del rock. Parafraseando lo que dice Saer a propósito de Zama, “Comfortably numb es superior a la mayoría de las canciones que se han escrito, pero ninguna buena canción de rock es superior a Comfortambly numb”.

Aunque semejante afirmación puede parecer, y, en última instancia, muy probablemente sea, la declaración amorosa de un fan, me propongo el ejercio de desplegar por qué opino eso. Después de todo ¿desde qué otro lugar que no sea el del amor hablar de lo que nos gusta?

21 mayo, 2011

A moco tendido...

Cómo no va a emocionarnos ver al creador de una de las metáforas más productivas de la cultura en la que, queramos o no, estamos inscriptos, reencontrarse sonriente con el creador del solo de guitarra más inefable del roc.

(gracias Luis)


19 mayo, 2011

Éramos pocos...

Alice Cooper. También viene Alice Cooper. Argentina parece estar deviniendo una suerte de amable retiro geriátrico rockero.

(¿Ozzy ya vino? No me acuerdo. Cuando venga Ozzy echamo' lo fideo'...)

14 mayo, 2011

Érase una vez un restorán...

-Un irlandés con poca crema.

Fue decirlo y comprender que estaba empezando a convertirme en un personaje. ¿Cuántas veces puede uno llegar a un bar, sentarse solo en una mesa, sacar un libro de la mochila, esperar al mozo y repetir la misma orden?:

-Un irlandés con poca crema.

No creo que hagan falta muchas repeticiones. Mucho antes de que el mozo empiece a preguntar:

-¿Lo de siempre?

ya sabe que uno es “el que viene a tomarse un irlandés con poca crema y leer un libro”.

El pedido contiene el rasgo de capricho (“poca crema”) que enseguida le permite al mozo recortar una individualidad, aunque más no sea negativamente, “qué hinchapelotas”. Recorte al fin.

Y creo que no digo esto por deseo de ser reconocido, individualizado, sino porque trabajé casi diez años de cafetero y aún recuerdo a la que pedía el exprimido “colado, sin pulpa”, o al que pedía un café con leche “primero la leche”. O el del whisky con hielo, “pero el hielo traelo en un vaso aparte”. Y la de la fanta con crema, toda ella inexplicable.

Esas personas se convierten en personajes, individuos. El personal los vé venir y los identifica. Si sus costumbres son muy regulares, sirven para puntuar el tiempo indiferenciado de la jornada laboral.

Me acuerdo que había uno que venía a cenar un rato antes del cierre, cuando ya no quedaba nadie en el salón. Era el dueño de otro restorán. La dueña consideraba eso una suerte de halago. Curiosamente, no recuerdo qué solía pedir, pero recuerdo que su presencia marcaba el fin de la noche: si él estaba cenando en nuestro salón era porque su restorán, uno de los más importantes de la zona del puerto, ya había cerrado.

Se sentaba en una mesa rinconera, cerca de la barra. Cada noche invitaba a uno distinto de sus empleados. Tomaba vino, blanco, de eso me acuerdo porque yo era el que servía las bebidas. No esperaba a que el mozo se acercara; ordenaba desde la mesa, en voz bien alta, directamente a la cocina, como si fuera el patrón y con aire de saber cómo se cocina el bacalao; nunca más apropiada la expresión.

Su presencia significaba un riesgo. Si otro comensal llegaba en ese momento, era una descortesía contraria a la cultura de la casa negarse a atenderlo y en ese restorán estábamos orgullosos de atender a la antigua. Había reglas de cortesía estrictas: en sus tiempos muertos, los mozos debían mirar siempre hacia las mesas, por ejemplo. Es el día de hoy que me resulta irritante ir a un bar o a un restorán donde los mozos se acodan en la barra, de espaldas al salón, obligándote a los malabares más ruidosos para llamar su atención y pedir el postre.

A veces sucedía que el salón quedaba vacío temprano, antes de la hora de cierre habitual. Esas noches, los empleados rogábamos que nadie entrara sobre el límite de la hora, porque la política de la casa era esperar a que se retirara el último comensal para poder cerrar. Lo peor eran las parejas. Y si se sentaban en una mesa a pelear, sabíamos que la noche podía hacerse interminable. Dos cafés eternos y escenas de llanto son corolarios indigestos para una noche agitada.

Pero por suerte este hombre dueño de un restorán del puerto que llegaba a cenar cuando todos ya habían se habían ido nunca se demoraba más de lo necesario y nos hacía saber que sabía que estábamos esperando que se fuera para poder ir a descansar. Él mismo estaría cansado. No recuerdo si dejaba propinas. Debía de hacerlo, porque los mozos lo atendían de buena gana. Saludaba a todos al salir, con una sonrisa satisfecha y un “gracias por todo” que sonaba sincero. Era un modo amable de terminar la jornada.

Ahora soy yo el que está pasando regularmente por un café para sentarse a repetir una costumbre, una manía, las tardes escasas pero no improbables en que el tiempo por venir no se puebla de expectativas.

Me pregunto si llegaré a habitué y si llegará el día que el mozo me diga: “¿lo de siempre?”.

11 mayo, 2011

Furibundas

Hablando de chicas.



Este video no hace honor al sonido aplastante y al enorme disfrute de la cosa que transmiten; es apenas una pálida idea de lo que esta banda es en vivo.

Dirty Diamonds, un poco más allá de la avenida Rivadavia (donde, no sé si se acuerdan, Borges situaba el inicio del Sur).

09 mayo, 2011

Glam metal que me hiciste mal y sin embargo...

Unos señores bastante crecidos y con alta tolerancia al ridículo se calzan sus disfraces de rockeros y vienen a pasear sus raros peinados viejos por la ciudad de Buenos Aires.

También escuché que viene Whitesnake. Y Bon Jovi ya vino.

¿Y para cuándo Poison?

¿Y Cinderella?

[¡¡¡Les juro!!! Existió una banda que se llamaba Cinderella. De púber yo tenía un amigo que le gustaba el glam metal (o “hair metal”, como le llaman inspiradamente en Allmusic.com) y tenía todos los discos ¡en vinilo!; doy fe: yo los ví (y hasta los escuché).]

¿Y este grupo que eran todas minas? Cómo se llamaba... ahí lo encontré: Vixen; ¿estarán tocando o ya se les habrán caído mucho las tetas?

Ay, los ochenta, sus clichés, sus tics...

05 mayo, 2011

Fondo

Lo dije y lo reafirmo: esta canción de Plant tiene una sonoridad que me recuerda al Cerati de Amor Amarillo.

Someto a sus oídos la prueba:



Claro que no tienen que prestar atención ni a Plant ni a Cerati, que son cantantes lo bastante distintos, como son distintas las canciones. La de Plant está impregnada incluso de temática gospel, inimaginable en Cerati.

Pero escuchen el uso de las guitarras: guitarras saturadas y embarazadas de reberverancia y eco que despliegan arpegios o estiran acordes.

Y los solos. Claro que no son iguales, claro que no hablo de plagio. Pero alientan un mismo gusto, un mismo ánimo, unos mismos recursos.

No sé quién es el guitarrista de Plant en esta grabación (en un rato lo busco). Sí se a quién declaraba homenajear Cerati en aquel disco de 1993: recuerden que es el disco que incluye su versión de Bajan.

Pensar en aquel a quien escucha Cerati cuando toca su guitarra nos lleva a Spinetta. No sé a dónde nos lleva pensar en quien escuchaba Spinetta cuando tocaba la suya. Y está claro que el guitarrista de Plant no escucha (no necesariamente escucha) a Cerati o a Spinetta. Hay allí, en un fondo común, un guitarrista que llega a nosotros a través de estas capas de tiempo, a través de otros oídos.


Y aunque no le pongamos un nombre ni le adscribamos una biografía, allí está, aquel fantasma.



(Los guitarristas de Plant son dos: Patty Griffin, una dama, y el caballero Buddy Miller, de los cuales no tenía el gusto, y que en el resto del disco no hacen ningún esfuerzo por ser otra cosa más que guitarristas de country - De paso, la canción de Plant no es de Plant, sino de Low.)