05 febrero, 2007

Solo como un perro

Estaba yo en el pozo cuando Gaspar se rió.

-Qué... -dije.

-Mirá lo que te hace hacer un perro, curepí-aclaró. Reí también.

-Dejame a mí -se metió en el agujero y cada palada suya eran dos de las mías-. Se nos va a hacer de día.

Mientras yo recuperaba el aliento, ví a Juan que se asomaba sobre su cerco. Mi mujer andaba por ahí.

-Son amigos, ¿no?

No escuché la respuesta de mi mujer, que le habrá dicho "sí, son Pablo y Gaspar". Menos mal. A Juan le gusta jugar a los policías y ladrones y podríamos habernos comido un par de chumbazos. Habrá recibido además un resumen de situación: se murió el perro de los vecinos de enfrente. Hoy a la tarde. Venía jodido, una especie de tumor.

Y para enterrar un gran danés hay que hacer un pozo casi como para meter a una persona. Si. Más o menos como para una persona.

-Le faltaba hablar -la prima de Gaspar se arrimó a acompañarnos, sin querer ver al perro.

-Las cosas que hay que hacer por los vecinos -dijo Gaspar, en un descanso.

-Y... no podemos dejarlo ahí tirado hasta que a los dueños se les dé por terminar sus vacaciones -y bajé yo al pozo.

-Es que estaba depresivo.

-El tumor en la pata ya lo tenía...

-Ya lo tenía, sí, pero se entregó. Estaba triste de estar solo. ¿Lo viste como estaba hoy?

Si, claro, si lo bajé yo de la camioneta del veterinario. Un perrazo de sesenta kilos tirado en una lona que usamos como camilla para llevarlo a su canil, con la cabeza colgando, ya como muerta. Si: entregado.

La luna llena completaba nuestro cuadro de sepultureros. Pensarán que busco darle a mi relato un toque banalmente tétrico, pero era así, nomás. Ahí estábamos y había luna. Luna, luna llena.

Menguante.

Me doy cuenta de que no le sacamos la cadena del cuello. La imagino con destino de fósil: la encontrarán cuando alguien decida construir en este baldío.

No sé por qué pero no fue con la primera palada que le hechamos encima, después de descoyuntarle las patas para acomodarlo en el hueco de todas maneras estrecho, sino con la segunda que Gaspar se despidió.

-Chau, Bull.

Ingenuamente, como un conjuro, después de todo quizás en eso consiste, repetí el saludo en voz baja. Seguimos llenando el pozo hasta que quedó el montón de tierra removida. Después, lavamos las palas.

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