Yo tuve un bar. No, no fue nada cool. Lo puse en sociedad con mi mejor amigo y nuestras respectivas esposas de entonces. Mala fórmula.
Pero no iba a eso. Para esa época yo tenía otro amigo, de origen brasileño. Me acordé por los pochoclos. Ví gente comiendo pochoclo en un bar y me acordé: una de las características que habíamos elegido para el nuestro era un enorme macetón plástico que poníamos, lleno de pochoclo, junto a la puerta de entrada, para que cada quien se sirviera a su gusto. Eso, y los colores rojo y negro con que estaba pintado el interior y que habíamos decidido conservar.
La cuestión es que a los pocos días de inaugurar, este amigo brasileño que decía vino a tomar algo y conocer el bar. Cuando vió las paredes pintadas de rojo y negro, dijo “son los colores de Exú. ¿Ustedes sabían que el maíz y los colores rojo y negro son los atributos de Exú?”. Y se puso a contarnos.
Exú es uno de los espíritus del candomblé brasileño, mensajero de los Orixás. Es un demonio, o más bien un duende, para nada malvado, pero pícaro y travieso. Un jodón.
“Una de sus gracias es pintarse la cara mitad roja y mitad negra. Espera a ver pasar a dos amigos conversando, y los cruza interponiéndose entre los dos, de modo que cada uno vea una mitad de su rostro. Tal vez no sea lo que busca el duende, que sólo es un bromista, pero la maldad consiste en que esos amigos se pelearán por establecer si se cruzaron con alguien que llevaba la cara pintada de rojo, o de negro”.
“Bueno, brindemos por Exú, entonces”, hubiera sido bueno que alguien propusiera, pero no recuerdo si brindamos, si nos reímos, o si hicimos algún chiste. No me acuerdo. Tampoco sé si la versión de la leyenda de Exú de mi amigo es parte de la tradición o un cuento de su invención.
“Y fíjense también que una de las manifestaciones de Exú es la forma de un perro”, terminó mi amigo, señalando al cuzco que, teatralmente, se colaba en el bar e iba a ovillarse debajo de la mesa del macetón de pochoclos, como si supiera.
Palabra: supongamos que exagero un poco al decir que la observación de mi amigo y la entrada del perro fueron simultáneas. Pero convengamos que la exacta cronometrización de esos acontecimientos es irrelevante para referir esa noche en que, más o menos mientras un amigo contaba su versión de la leyenda de Exú, un perro entraba a un bar rojo y negro donde se convidaba maíz tostado a los parroquianos.
Los detalles no cuentan. El negocio fue horrible y el bar duró abierto no más de tres o cuatro meses. Mi amigo y yo terminamos peleados.
Yo creo que esa noche, Exú estuvo en nuestro bar. Y para mí, iba pintado de rojo.
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