a) Madame Bovary no existe. El retruécano imprudentemente lacaniano es para dar fe de la primera constatación: Flaubert habla de un ¿tipo? de mujer que, si alguna vez existió, no existe más. (Si cedemos a la tendencia ahistórica que alienta en el psicoanálisis, Madame Bovary no existió jamás y todo es síntoma de Charles Bovary. O de León. O de Rodolfo. O, qué tanto joder, de Flaubert, que después de todo admitió con todas las letras: “Madame Bovary c’est moi”.)
iv) Toda la escena en que Rodolfo le hace el verso a Emma mientras a su alrededor tiene lugar una acto público (los “comicios”, en la traducción que leí) es fabulosa. Situémonos en el siglo XIX y reparemos en que el cine aún no existe. Si se dice que, con Madame Bovary, Flaubert participa de la creación de la novela moderna, sea eso lo que sea, ¿será también que con esta escena en particular inaugura la mentalidad que un siglo después será capaz de imaginar el montaje paralelo?
5) Qué embole las descripciones. Interrumpen la acción, se cuelan entre los acontecimientos, abruman con sustantivos que refieren a nada, que son abstractos a fuerza de nombrar cosas que ya no están en mi entorno y para las cuales no tengo, muchas veces, otra entidad que la que pueda proveer un diccionario. Sentí más de una vez que si se le sacara a esta novela todas las largas descripciones de ambientes y lugares y vestimentas no habría gran pérdida y el clima general sería el mismo y los hechos de la vida de Emma tendrían la misma valencia. De hecho, no pude evitar perderme y distraerme cuando Flaubert se ponía descriptivo, cada uno sujeto a su Zeitgeist.
7) Abracadabra: qué grande la escena del carruaje, después de que León arrastra a Emma fuera de la catedral. Quizás me exceda en mi especulación anacrónica, pero esa escena debió ser escandalosa en su tiempo. Y habrá causado escándalo sin nombrar en absoluto eso que estaba pasando dentro del carruaje (boas abiertas, boas cerradas: pensé en las cajas y los corderos de Saint-Exupery)...
i) Terminada de leer, siento que toda la novela está en la escena de los comicios, donde Flaubert contrapone el mundo romántico de Emma con la burda realidad de los premios a los criadores de chanchos. Todo lo que esta novela tiene para decir(me) está, en definitiva, magistral y sintéticamente plasmado ahí. (Dentro de unos años, cuando mi memoria haga estragos, como suele hacer, recordaré así a Madame Bovary: “¿esa es la novela en que una naifa juega a dejarse engatusar por uno que le hace el verso mientras afuera le dan un premio a una criadora de chanchos?”)...
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