Hace años, encontré la frase que uso como título de este post en un mail en cadena de esos que uno suele recibir de gente a la que no se atreve a decirle que, bueno, no tendría que molestarse. La cadena la corté, seguro, en aquel mismo momento, y el mail se perdió y nunca más lo volví a encontrar.
Pero la realidad es tan simple, a veces, como cabe en un mail de cadenas: uno envejece y de repente llegan ellos y se lo hacen notar. Ellos son los jóvenes ahora.
Esta es la música que escucha mi hijo. Y yo, viejo rockero, rockero viejo, no dejo de estar orgulloso de mi vástago. Cómo no entenderlo. No sé qué tan consciente de la letra es, tal vez mucho más de lo que pienso yo, el agente ahora de la sociedad opresiva, pero todos fuimos adolescentes y cada capa de adolescentes tiene, aunque uno sospeche tras este en particular una ni siquiera muy esmerada investigación de audiencia, un juglar que dice más o menos esto, esto que en realidad, con el correr del tiempo, aunque aprendamos a apuntalarlo con arquitecturas más complejas, o más cínicas, o de otro tipo, permanece ahí, como ese lóbulo del cerebro que siempre se menciona para hacer referencia a lo reptiliano que aún nos habita.
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