11 octubre, 2010

Un retrato

"...era una piedra en el agua, seca por dentro."
Gustavo Cerati

Ella es capaz de mantener una conversación, hasta diría una larga conversación, sin poner de su parte nada, sin agregar, derivar, sin comprometer la más mínima afectividad, como si dijera "¿querés hablar conmigo? bueno, hablá; ¿querés que conteste tus preguntas?, bueno, te contesto". Y finalmente, cuando te das por vencido y te vas y la saludás con un beso, te besa como si dijera "¿además querés besarme? bueno, besame". Ella no está ahí, en ninguna parte. Es de una frialdad, como se dice, de acero. "Es una fortaleza", me dijo una que la odia y la envidia. La odia y la envidia pero la describe bien (y eso a ella le resulta intolerable, inadmisible, digo: que yo pueda conceder que la que la odia y la envidia pueda de pronto estar haciendo una descripción acertada de ella y revelar que es): una fortaleza, inexpugnable, ocultando vaya a saber qué furia, qué tesoro, empecinada en movernos a pensar que algo valiosísimo se guarece allí (y ahí su poderosa seducción: la sospecha de que allí, en el corazón hueco de la fortaleza, la princesa duerme, como bien se sabe, custodiada por un dragón). Y su inexpugnabilidad es la implacable calma con la que elude, indiferente, cualquier aproximación: su estrategia es oriental, no resiste, no combate, te deja pasar y se corre, logra la magia de que cada golpe o cada palabra estalle en el aire, porque ella nunca está donde la viste, now you see her, now you don't. Ella habla con vos (conmigo) como si no existieras, como hablaría con el viento o con el ruido del mar (el mar atrona y ruge y ella le contesta como si le contestara al viento, y el viento despedaza las frondas y grita su nombre y ella le contesta como si le contestara al mar).

Entonces me asalta el pánico, el pavor, la decepcionante certeza (no puedo negar que me gustaría estar equivocado) de que, tal vez, ahí, en el corazón hueco de la fortaleza, no duerme una princesa, sino una porción del mar gélido, abisal, ya casi inmóvil. Y en él, inmersa, una piedra.

Creo que ella lo sabe: una piedra en el agua.

2 comentarios:

Carlos dijo...

ahóguela (sin atarla a su cuello)

Pablo dijo...

Usted sabe, mi estimado, que la dama intentó aferrarse al cuello del narrador y arrastralo con ella. Pero elcaballero tuvo sangre fría suficiente y logró escapar. No diría que indemne, pero logró escapar...

Ahora lo busca la justicia, que no sabe nada de piedras.