09 febrero, 2007

Nota al pie

En el orden de casualidades que le gustan a Puck,
publico este texto, que esperaba su oportunidad,
entusiasmado con el impactante video ensayo
que descubrió Aydesa.


No hace tanto que me dí la oportunidad de leer un clásico que no había leído: la célebre "Nota al pie" de Rodolfo Walsh. ¡Maravilla! Iba en el micro sonriendo de gusto (porque a mí me pasa eso de ir leyendo la historia de un tipo que se pira y se suicida, encontrar magia en la forma en que me la cuentan y hallar en eso tanto gusto que me sonrío).

Pero se me ocurre la siguiente consideración: "Nota al pie" funda su lógica y su eficacia en la mentalidad de la máquina de escribir (y en la retórica del cine, también). El paginado del cuento es caprichoso, amañado. La cantidad de líneas por página es fija y debe mantenerse así para que se logre el efecto. Es decir, "Nota al pie" no es lo que en estos días de pantallas de resolución variable y de formatos múltiples se llamaría "texto fluido".

¿Quieren arruinar definitivamente el cuento de Walsh? Escanéenlo, pásenlo a Word, coloquen cuerpo y nota en sus respectivos contenedores automáticos previstos por el programa y empiecen a jugar con los parámetros de texto que Walsh, hombre de Remington, no tenía a su disposición: tamaño de letra, márgenes, interlineado, tipo proporcional o monoespaciado, etc.

Y la delicada arquitectura del cuento, la estudiada relación que en cada página adquieren la nota y el cuerpo de texto, esa que hace pensar en un cinematográfico montaje paralelo, se desmorona, vale decir, como un castillo de naipes.

Me dirán: especulación anacrónica, un sofisma, una falacia.

Y claro. Tendrían razón.

Pero para que haya texto fluido primero hubo Remingtons. La cuestión es que Remingtons ya no hay más.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

1 punto para Catedral. Te pone, al parecer, en situación comprometida (esas, las buenas) porque Un kilo de oro ha tenido varias ediciones que, sin haberlas comparado para escribir esto, supongo distintas en cuanto a tipografía, espaciado, interlineado, márgenes, etc. Pero el purista que reclama una púa inactual para el disco del pasta lepera también se lleva un punto: considera otras modulaciones, otros sones, de eso que el resto tarareará o intentará recordar en vano. Con las remingtons era muy difícil hacer notas al pie, pero aún tan en desacuerdo en apariencia con tu texto, creo que percibir el lado benjaminiano de la técnica te entrega el punto definitivamente. Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Quiroga. Te agradezco enormemente la franqueza en señalar los puntos flacos del post, pero creo que tengo con qué responder y si hubiera sido menos atolondrado, quizás hubiera elaborado la cosa mejor. Así que te agradezco la oportunidad que de hacerlo que me ofrecés.

Yo tampoco me he dedicado a una lectura obsesiva de diferentes ediciones de Un kilo de oro como para afirmar la desmesura que afirmo. Pero aún suponiendo que la distribución del texto admita cierta variabilidad, es innegable que está armado para que la nota se vaya "comiendo al texto" de una manera digamos "previsible". En mi argumento, es esa "previsibilidad" la que ya no tiene el "texto fluido", el electrónico.

En cuanto a la dificultad de hacer notas al pie con una máquina de escribir, estamos plenamente de acuerdo, pero creo que el punto aquí, en relación con lo anterior, es la sensación de inamovilidad que el texto escrito con esa tecnología generaba, y que la máquina de escribir compartía con la imprenta, digo, pensando en voz alta. Es la "certidumbre" de que el "layout" va a ser ese y no otro el que diferencia al texto de imprentas y rémingtons del de blogs y soportes múltiples.

Uh, podemos seguir viendo qué le sacamos a Benjamin, a Ong, a Donald Lowe...

Un abrazo y un gusto de recibirte por aquí (eso sí, tu envite tiene su efecto: ahora ando por ahí buscando otras ediciones de Un kilo de oro, qué locura! ;-).

Anónimo dijo...

Insisto: tenés razón. Mirá: cuando lo leí, hace mucho, pensé como me enseñaron a pensar: que aprovechaba un recurso técnico para dar cuenta del lugar del protagonista. Pero ahora, después de leer tu post (y no volví a ver el cuento), pienso al revés: creo que no se trató de un "uso" de la técnica sino de la experiencia walshiana (en efecto, él sabía de imprentas y correcciones) que tramó una correspondencia. De algún modo ese experiencia está vinculada a la idea de la remington como prótesis, como extensión del escritor. La idea que planteás en tu comment (la de "empujar") es de algún la mañosa y sádica operación del protagonista. Me recuerdo por capricho al narrador de Pálido Fuego. Saludos.

Anónimo dijo...

Mr. Kinbote tenía a su vez cierta previsión de lo que iba a ser un hipertexto y una idea de lo que iba a ser leer en múltiples ventanas!!! Me hiciste acordar de un pasaje, al principio del libro, donde recomienda tener dos ejemplares para poder ir viendo diferentes partes del texto a la vez. Lo voy a buscar para postearlo, tiene que ver...

Unknown dijo...

A mi esto me deja anonadado, como la novela de Cortazar, Rayuela y etc. Creo que no tienen un propósito estético. Es un propósito quiza lúdico. Equivaldría a atar diez ganzos por las patas y lanzarlos al aire y ver qué pasa... La distancia de Walsh a Borges muchachos: y no, no leí a Walsh, lo ojee... y me bastó.

Pablo dijo...

Hola Eduardo. No sé si venís con ánimo de conversación genuina o sólo con ánimo de "troll". Bardeás en una línea a dos grandes autores, por lo demás, evidentemente apreciados en este espacio. Ya lo veremos.

Respecto de tu anonadamiento no hay nada que decir: los caminos del goce son inescrutables.

No alcanzo a comprender la utilidad de diferenciar entre propósito lúdico y propósito estético, en la medida en que entiendo que lo lúdico es parte de la literatura y que lo estético es en sí mismo un juego.

"Jugar" con la "forma" es, a mi modesto entender, parte consitutiva de todo arte. Más aún, el arte es para mí un juego con la "forma".

Supongo que al despreciar esa dimensión, cae fuera de la literatura todo el Oulipo, pero también Faulkner, Joyce, Proust, Saer...

Si algo define a Borges, era ser un jodón. Su Idioma analítico de John Wilkins es un juego, un gran chiste.

La distancia que hay de Walsh a Borges es como la que hay de Zola a Kafka o de Capote a Faulkner. Es la distancia de la diferencia y de lo inconmensurable.

En fin: que no te gustan ni Walsh ni Cortázar. ¿Y qué problema hay?

A mí me pasa también que hay escritores "grandes", "prestigiosos", que son parte del "canon" que me dejan frío. El mencionado Kafka, sin ir muy lejos. Puedo entender intelectualmente sus méritos, pero no logro disfrutar su literatura.

Y puedo decir en favor de mi esfuerzo por mantener mi arrogancia a raya que hice bastante más que ojearlo: me esforcé en leerlo: La metarmorfosis, El Castillo, El Proceso, América... Le busqué la vuelta, porque soy un convencido de que el gusto se construye. Pero aún así, me deja frío.

Y es así, no se puede ser amigo de todo el mundo.

¿Y qué problema hay?

Un saludo.