17 septiembre, 2013

Chiquitina

Es domingo. Como suele hacer, mi chiquitina se despertó temprano, la primera. Curiosamente, me pidió de bañarse. Así, mientras ella se baña y sus hermanos duermen, yo me preparo un mate y me siento a desayunar. La escucho cantar. A mi chiquitina le encanta cantar. Entonces me asalta una fantasía, una especie rara de melancolía prospectiva. Me imagino viejo, terminantemente viejo, pongamos setenta y tantos años, vaya a saber si recibiendo a mi chiquitina, para entonces una mujer madura, en una casa mía o estando yo de visita en su casa, sentado en una silla, en la cocina, tomando mate, y, mientras ella hace los que sean entonces sus quehaceres, se pone a cantar y al escucharla cantar yo recordaré estas mañanas de domingo en que mi chiquitina cantaba bajo la ducha, jugando, y yo tomaba mate o me sentaba a escribir estos ejercicios de nostalgia prospectiva. Será una tristeza mansa, casi feliz. Eso espero.

2 comentarios:

Vero dijo...

También acá me gusta. (Mirá que hay que tener vocación para la nostalgia para buscarse motivos en el futuro, ¿eh?)

Carlos dijo...

En terapia había una enfermera que canturreaba bajito cuando pasaba junto a mi cama. Estuve dos días ahí, el sitio en que para que te hagan un enjuague bucal tenés que pedir autorización médica y rogar que se acuerden. Le dije a Claudia que me gustaba que cantara, era la única que lo hacía, no recuerdo qué me contestó, si algo. Luego, ya en mi habitación, oh casualidad (él, que no quería leer a Kafka en hospitales) me encontré, vía la Antología de Borges, con el conocido cuento de Josefina la cantora. Pero bueno, no sé qué tenfrá que ver, parece que lo de Josefina no pasaba de ser un vulgar chillido, algo ambiguo. Con Franz nunca se sabe.
Como si esto fuera poco, ahora que hago memoria, recibí durante cuatro días la visita de una monja italiana muy simpática. ¿Su nombre?... Josefina.