04 octubre, 2011

Nubes y viento en el horizonte

“Siempre habrá vasos vacíos...”
LFC.

Berenice tomó de un sorbo su trago y se recostó. Noel se acercó y le tocó el hombro. Berenice se sobresaltó, no mucho, un momento fugaz. Estaba muy en lo suyo, concentrada en el sol, o en el viento, en cualquier cosa, menos en Noel, imperceptible para ella, perdido, lejano, como en otro mundo.

-Te perdiste -dijo Noel.

-Si, perdón -dijo Berenice, sin convicción.

-Pero te encontré...

Ella siguió con la vista en el horizonte. Noel no supo qué hacer con ese silencio obstinado, duro y definitivo.

-Traje otro trago -dijo Noel.

-¿Y?

-¿Querés? -insitió él.

-No.

Noel no supo cómo seguir. Dudó, y al fin se sentó en el suelo, junto a Berenice, sobre la arena húmeda, viejísima, un vaso en cada mano. Miró la arena, buscó en ella alguna señal. Luego, miró el horizonte, hacia donde miraba Berenice. No vio lo mismo, seguramente. Sólo nubes. Y horizonte. Puto horizonte. Homogéneo horizonte. Liso e infinito horizonte.

-¿Qué ves? -dijo.

-No mucho -contestó ella, impasible.

-Nubes, veo yo. Vienen del sur.

-Si, hay nubes -admitió Berenice.

-Y viento. Bueno, el viento no se ve, pero se siente.

-No me jode. El viento, digo, no me jode.

Los ojos de Noel volvieron al suelo. Quedaron en silencio. Enorme y liso silencio, como el horizonte.

-Me voy -dijo Noel.

-Al fin -dijo Berenice.

Y el sol tibio, y el viento que no jode y el vaso vacío.

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