Esta es la historia de un hombre acusado de un crimen que no cometió.
Los tiros sonaron en el comedor. Patty Valentine bajó corriendo desde el piso de arriba y encontró al barman en un charco de sangre. "¡Los mataron!", aulló. Había tres cuerpos en el suelo y un tipo que huía. "Yo no fui", dijo, mientras levantaba las manos. "Yo quería robar la caja, nomás, te juro, entré cuando se iban", y se quedó en el molde. Se llamaba Alfred Bello. "Uno de nosotros tendría que llamar a la policía", dijo. Y Patty llamó. Era la noche ardiente de New Jersey cuando la policía llegó a la escena del crimen con sus luces rojas dando vueltas. Lejos de ahí, Rubin Carter y unos amigos yiraban en auto. Rubin Carter era número puesto para la corona de los pesos medianos. No tenía idea de qué mierda pasaba cuando un cana lo hizo parar contra el cordón, como otras veces antes y otras antes de esas, que es como son las cosas: si sos negro, mas vale que no te muestres por la calle a menos que andés buscando roña. Alfred Bello tenía un socio y el socio le daba una coartada: Arthur Dexter Bradley declaró que él y Bello estaban boludeando afuera del bar cuando vieron a dos negros con pinta de boxeadores salir corriendo y subir a un auto blanco con patente de otro estado. Patty Valentine confirmó. Un policía dijo: "Un momento, acá hay uno que no está muerto", y se lo llevaron al hospital. A pesar de que apenas podía ver, le pidieron que identificara a unos sospechosos. Eran las cuatro de la mañana cuando arrastraron a Rubin al hospital. Lo llevaron hasta donde estaba el moribundo, que lo miró entre las vendas y dijo: "¿para qué trajeron a este?".
Cuatro meses después, los ghettos arden. Rubin está en Sudamérica peleando por la gloria mientras Arthur Dexter Bradley todavía sigue con el asunto del robo. Los policías lo aprietan para que les dé un culpable. "¿Te acordás del asesinato del bar?", "¿te acordás del auto que viste?", "no seas gil, ¿no habrá sido el boxeador aquél que viste corriendo esa noche?". Y Arthur Dexter Bradley dice: "Es que no estoy seguro...". Los canas lo apuran: "no te olvidés que sos un hombre blanco... un tipo como vos se merece otra oportunidad. Estás hasta las manos por el laburito del hotel. Y estamos hablando con Bello, además, no querrás volver a la cárcel, ¿no?". "Le harías un favor a la sociedad: ese hijo de puta es corajudo y se está envalentonando. Queremos que la cague, le queremos encajar este triple homicidio. Vamos: no es un señorito, ése". Eso era verdad. Rubin podía voltear un tipo de una sola piña, pero no le gustaba que se hablara de eso. "Es mi trabajo", decía, "lo hago por guita". "En cuanto puedo me rajo a algún paraíso donde pescar unas truchas, disfrutar del aire y andar a caballo". Pero lo metieron en cana, donde convierten a los hombres en cucarachas. Jugó desde el vamos con cartas marcadas. El juicio fue una joda y nunca le dieron la más mínima oportunidad: el mismo juez hizo quedar a los testigos de Rubin como negros borrachos. Para la gente bien, era un vago medio revolucionario; para los suyos, un negro loquito. Aunque nunca se encontró el arma, nadie dudó ni por un momento de que él la había disparado. El fiscal lo acusó de asesinato en primer grado y el jurado compró. Adivinen quiénes testificaron: Bello y Bradley, que mintieron asquerosamente. La prensa repitió las mentiras. ¿Cómo puede ser que la vida de un hombre esté en manos de esta manga de hijos de puta? Mientras los garcas disfrutan de sus trajes y sus corbatas y sus martinis al amanecer, Rubin está sentado como un Buda en una celda de tres metros cuadrados. Es repugnante vivir en un país como este.
Esta es la historia de un hombre acusado de un crimen que no cometió. No estará cerrada hasta que no se limpie su nombre y se le devuelva el tiempo perdido. Iba a ser el campeón del mundo de los pesos medianos.
2 comentarios:
Leí que Boris Vian publicaba puede que policiales con seudónimo (pongamos Sullivan, pero no estoy seguro). Esto sería lo mismo, ¿no?, desde el cono sur.
¡Escupiré sobre vuestra tumba! Una novelita rara, cómica y violenta. Desde el cono sur, tenemos el noble antecedente de don Bustos Domecq. No lo había pensado así, pero puede ser...
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