19 junio, 2007

Cuatro guardias y cien prisioneros de guerra

...al anochecer, los guardias y sus prisioneros americanos llegaron a una posada abierta, iluminada con velas. En la planta baja, el fuego estaba encendido en tres hogares y las mesas, vacías, estaban puestas, a la espera de quien pudiera llegar. En el piso de arriba, las camas estaban listas y con las cobijas tendidas.

Atendían un posadero ciego, su esposa, que era también la cocinera, y sus dos hijas, que hacían de meseras y mucamas. La familia sabía que Dresde ya no existía: los que tenían ojos de entre ellos la habían visto arder y arder. Todos habían comprendido que estaban ahora en el borde de un desierto. Sin embargo, habían abierto el negocio y lustrado las copas y ajustado los relojes y avivado los fuegos y esperado y esperado a ver si venía alguien.

No eran muchos los que huían de Dresde.

El tiempo rodó en los relojes, crepitó en los hogares y derritió las velas. Entonces, fue un golpe en la puerta y cuatro guardias y cien prisioneros de guerra americanos se presentaron.

El posadero preguntó si venían de la ciudad.

"Si."

"¿Viene más gente?"

Y los guardias contestaron que, a todo lo largo del arduo camino que habían transitado, no habían cruzado un alma.

El posadero ciego dijo que los prisioneros podían dormir en el establo. Les dio sopa, café de achicoria y un poco de cerveza. Después, se quedó en la puerta escuchando cómo se acomodaban en la paja.

"Buenas noches, americanos", dijo en alemán. "Que duerman bien".

Billy Pilgrim abandona Dresde
después del bombardeo.
Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5.
La versión española es mía.

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