08 abril, 2011

Underground



Descubro este video en una nota viejísima del Washington Post. Es el registro de una suerte de experimento que consistió en poner a tocar en la boca del subte a uno de los más prestigiosos violinistas del mundillo de la música clásica. La pregunta fue: “¿se detendrá la gente a escuchar la música?”. Sucedió lo previsible y la respuesta fue: “No”.

Para explicarnos la gravedad de esa circunstancia, los redactores (con esa mentalidad norteamericana que me es tan ajena) dan fe de la carrada de guita que vale el exclusivo Stradivarius con que toca este buen señor y nos informan cuánto puede llegar a pagarse por verlo tocar en un teatro prestigioso.

Y dan por supuesto, autocomplacencia burguesa, que quienes pagan eso lo hacen para admirar la música o apreciar belleza, como si no fuera bien otra cosa lo que se compra al pagar la entrada a un espectáculo exclusivo.

Y yo, todavía en línea con algo que tiene que ver con este post, me pregunto cuán desnudos de metatexto podemos enfrentar un hecho que se nos presenta como artístico, qué tan aligerados de información previa podemos estar para percibir por nuestros propios medios (medios que, en definitiva, no son sino metatextos), ya no digamos la belleza, esa entelequia metafísica, sino al menos el mérito de un composición rigurosa en sus términos y de una ejecución magistral.
(Yo soy de los que les prestan atención a los músicos callejeros, siempre que la oportunidad es favorable. Soy franco, no voy a detenerme especialmente para escuchar, pero si el tiempo de mi espera coincide con el de su espectáculo, les dedico atención. En la estación Independencia del subte E suele parar un pibe que toca la guitarra y canta canciones de rock clásico, Bob Dylan, cosas así. Por suerte, no toca la armónica. Pero canta con un compromiso y toca con tal claridad, que es un placer escucharlo. Siempre que lo veo le tiro unos mangos al estuche de la guitarra. Una vez estuvo tocando sobre el tren un violinista. Usaba un violín eléctrico, que llevaba conectado a un pequeño amplificador portátil. Recuerdo que tocó alguna pieza de Bach. El sonido del violín amplificado es un poco más hiriente que lo que el canon clásico admite, pero es igual de impiadoso ante una falla de ejecución. Este pibe tocó su pieza con certeza, seguridad y tino. Unos días después lo encontré en la estación Independencia, improvisando clásicos de rock con el guitarrista que mencioné. Y en el túnel que conecta la estación Carlos Pellegrini del subte B con la galería comercial que cruza Avenida Nueve de Julio suele haber un hombre que, tirado en el piso, canta con sus hijos canciones folklóricas. Los chicos cantan en una forma que señala claramente un aprendizaje, un entrenamiento de la voz. No sé si es una técnica muy refinada, pero es la impostación propia de nuestros folkloristas y, sin dudas, algo que les fue enseñado. Sus vocecitas llenan con un volumen resonante el pasadizo. Suelo dejarles unos pesos también. Y pienso en la generosidad de ese padre que les enseña a sus hijos el oficio que mejor conoce. Ahora bien, tiendo a ser también un poco cínico. En el Roca que va a La Plata suele subirse un pibe con una guitarra desvencijada que canta como arrugando la voz en la garganta, en un timbre que busca imitar a Joan Manuel Serrat. Tiene un repertorio de... dos canciones: la de Serrat del camino que se hace al andar y una de Víctor Heredia. Entra al vagón y saluda al vacío con una reverencia, levanta una mano y agradece a un público que no es el pasaje, uno que está un poco más acá o un poco más allá, pero no dentro del vagón. Nunca canta una canción completa. Toca, a duras penas, un par de estrofas, se interrumpe y repite su pantomima del artista que agradece. Se vé que no tiene todos los patitos en fila y eso hace que algún pasajero, las viejas por lo general, le tire unas monedas. Para mí es un ladri.)

14 comentarios:

p c dijo...

Hace unos días hablaba con un alumno justamente de eso.
Los mejores, hasta ahora: un dúo de guitarras que vi varias veces (tren FFCC Urquiza, un hombre de unos 55 años y otro de unos 35, cantaban folklore pero el tipo grande tocaba excepcionalmente bien), un tipo que tocaba sikus y charango (tren San Martín, lo mejor que esuché en mi vida arriba de un medio de transporte) y no tocaba nada mal el pibe que cantaba tango e interpretaba algo de Bach (en el Urquiza).

Pablo dijo...

En general, la presencia del sikus ya de por si me predispone mal, qué le voy a hacer, pero puede darse el caso que decís y siempre está bueno ceder a la sorpresa.

¿Y el conjunto de tango que toca en el subsuelo de la estación Constitución? Creo que estables son el bandoneonista y el guitarrista, y siempre hay un supernumerario distinto. La mejor formación: con un violinista muy joven, unos veintipico.

Y me dejás pensando si habrá segmentación entre los músicos de los servicios que van al sur y los que van al norte (de los que vos decís, yo, a veces, tomo el San Martín)

Pablo Seguí dijo...

¡Eh, Pablo! ¡La Chacona de Bach! Y doy fe de que sonaba excelente (no sé qué violinista será), y que los movimientos (muy a lo lejos) del arco correspondían con la parte. (Porque, por qué no, podría haberse tratado de un montaje.)

Me viene a la mente "Botón Tolón", con lo que contás hacia el final: el "violinista" que hace que afina, va juntando gente y, cuando ya hay mucha, guarda violín en bolsa y se las toma. Eso no sucedería hoy, y quizá algo así no hubo nunca, o no hay quizá de hace siglos.

Pablo dijo...

Hola Tama. El violinista fue Joshua Bell. Tenés razón con lo del montaje y me hiciste pensar en mi ingenuidad de "creerle" al cronista y, de hecho, al medio, ¡es el Washington Post! ¡Es prensa "seria"!

Y fijate lo que explican en el artículo del Post: "Bach's "Chaconne" is also considered one of the most difficult violin pieces to master. Many try; few succeed. It's exhaustingly long -- 14 minutes -- and consists entirely of a single, succinct musical progression repeated in dozens of variations to create a dauntingly complex architecture of sound. Composed around 1720, on the eve of the European Enlightenment, it is said to be a celebration of the breadth of human possibility."

Leete la nota, que no tiene desperdicio.

Pablo Seguí dijo...

Sí, realmente la Chacona es obra de repertorio; digamos que no es moco de pavo. Si tenés ganas, escuchala completa en Youtube, por ejemplo por Itzak Perlman (nunca estoy seguro del nombre, pero seguro que es Perlman), que es uno de los violinistas que más me copan. Si mal no recuerdo, son 56 variaciones, con el tema -pongamos-, divididas en tres momentos: re menor, re mayor y re menor. La parte en mayor es hermosísima: me pone los pelos de punta.

No tengo idea de inglés. Bah, alguito sé, pero me amilana. En todo caso, el "experimento" -narrado por el Washington Post o por Catedral de Hormigas- es muy revelador, ¿no? Como que el contexto, el marco (teatro o metro) hacen también a la obra: a la predisposición, a la atención, a la percepción misma de algo.

Abrazo.

Pablo dijo...

Estuve escuchando la Chaconne por Perlman. Yo no sé nada (quiero decir, no poseo un saber "técnico" específico) sobre la música de Bach. He estudiado alguna vez alguna pieza breve, alguna de las de iniciación . Pero hay algo que sé como oyente: Bach es terriblemente dramático. Es arquitectónico (al menos yo siento que puedo "escuchar" la arquitectura de sus obras) y tan pronto como termino de escuchar, olvido (no sería capaz nunca de reconocer nada de forma tal que pudiera atribuirle su correcto título). Sin embargo, de repente se cruza una excusa para prestar un poco más de atención y, plop, algo pasa... (algo similar me pasa con Piazzolla; músicas que no se pueden ecuchar en cualquier momento ni muy seguido; hay que estar dispuesto "hacer" la escucha -¿no te ha pasado encontrarte teniendo que explicar que "escuchar música" es una actividad?).

La Chaconne es bellísima (me gusta más la parte menor)...

Pablo Seguí dijo...

Supongo que al menos parte de lo que contás se debe a qué músicas escuchás más a menudo y cuáles no. Quepa observar que en la música clásica (y cada vez más a lo largo de su desarrollo) hay como una planificación, una disposición del material sonoro, que se va complejizando. Como vos decís, una especie de arquitectura. Hay partes, hay períodos, hay momentos, que se oponen, que retornan, como en las novelas complejas.

En fin, dan ganas de charlar y charlar, de intercambiar. Si andás motivado, la programación de Radio Clásica de la RTVE es más que copada, al menos para poner de a ratos. Googleala, que saldrá.

Pablo dijo...

Si, y fijate que seguimos rondando la cuestión de los metatextos o, para decirlo de otro modo, de los interpretantes que ponemos a funcionar. Y ojo que aunque yo he modelado mi gusto mas bien en la apreciación de esas músicas que por comodidad se llaman "populares" (si tal denominación les cabe a Zappa o a Crimson, por decir dos y sólo de la matriz rockera), no me considero un escucha ingenuo a la hora de enfrentar eso que se llama, por comodidad también, "música clásica" (tan poco homegénea a su vez, por cierto).

Y dale, charlemos, ¿qué nos lo impide? A propósito: PC contó sobre los músicos callejeros que pueblan sus recorridos, ¿qué onda los músicos callejeros de Córdoba?

¡Tanta música, tantos libros, y tan poco tiempo!

(A ver, alguien que no se llame "Pablo" que agregue algo!!!)

Pablo Seguí dijo...

Sabés, justamente esta mañana estuve escuchando en esa radio que te contaba un programa que se llama "Tertulia", muy interesante, aunque centrado en la música clásica (no obstante lo cual, una oyente habló de los Rolling Stones como música preferible a lo que ella considera caótico o desastroso de la música clásica contemporánea). El programa que escuché se titulaba "El mito de la música absoluta", y abordaban una cosa bastante copada de reflexionar y charlar: si la música genera significados (sean los que fueren), o bien si es una forma abstracta ajena a todo tipo de lenguaje (lo que ellos denominaron música absoluta).

Con respecto a la música popular y la música clásica, la cosa es no pensarlas como compartimentos estancos. No hay una separación (¿conceptual?) que las divida tajante, claramente. Hay gradación, hay transición de una a otra. Habría que poner ejemplo, pero creo que el concepto es claro.

Hablás de "metatexto", de "interpretantes". ¿Son herramientas conceptuales (verbales) con las que nos acercamos a tal o cual música? ¿Son estructuras mentales, o culturales, o una mezcla de ambas? En el programa que te digo, por ejemplo, se habló un poquito de neurociencias aplicadas a lo musical. Pero no fue lo único, cosa que me hace relajarme.

Acá en Córdoba hay música en las calles. No tanta últimamente. Está el cieguito del bombo, folklore terrible. Está el que canta en los colectivos, otro cieguito, que canta bastante mal, aunque charla con el público. Están uno o dos grupos andinos (¡el sikus!), que prefiero en cuando a calidad interpretativa, aunque no me gusta el repertorio mucho que digamos. Estaba El Pelado, uno que tiraba para neo Arjona; no sé si habrá tenido suerte.

Sí, está bueno charlar. :-) Lo que tiene de lindo esta charla es que queda, que se la puede consultar. Puede que de acá a cinco meses lea alguien este post tuyo y la reavive.

Abrazo.

Pablo dijo...

Lo de la falta de un límite claro entre estos dos por así decir mundos musicales es posta. La mención de Zappa no fue casual. Y el debate acerca de si la música genera, tiene o porta o no significados es, uff!, ¿puedo decir "bizantino"?. Personalmente, creo que la música entra en el dominio de lo que es, es un existente, no necesita tener un significado. No obstante, como todo lo que es, es susceptible de convertirse en significante. Abrazo...

Pablo Seguí dijo...

Claro, Frank Zappa y King Crimson hacen una música, digamos, más elaborada. Leí que, en vez de "música clásica", algunos prefieren hablar de "música erudita", relacionado esto, por ejemplo, con la mayor elaboración o ¿riqueza?

Con respecto al significado de la música, se hablaba más bien de que la música genera cosas. Sensaciones, emociones, representaciones. Representaciones, por ejemplo, que no serían tan marcadamente unívocas como las del lenguaje (comunicativo). Se habló de la música con cosas como, por ejemplo, las nubes: podemos ver en ellas otras cosas, figurarlas, a partir de una estructura más bien vaga y, digo yo, objetiva.

Te paso el link del programa en cuestión. http://www.rtve.es/alacarta/audios/tertulia/tertulia-mito-musica-absoluta-09-04-11/1069539/

Capaz que escriba algo en "Anotaciones-Tamarit": me está motivado esta tan linda charla. Por lo pronto,se está dando el intercambio.

Saludo.

Vero dijo...

Lo previsible es que mucha gente va a escuchar conciertos por snobismo nomás. A mí me alegra la mañana ver a César Pavón junto a su acordeón en el andén de Federico Lacroze, pronto a subirse al subte. ¡Lo sigo para entrar en el vagón en el que él sube! Muestrita:
http://www.youtube.com/watch?v=lOof9ys4Ovk

Pablo dijo...

Me dejás pensando, Tama (muchas cosas, como lo de la univocidad del lenguaje, pero me enfoco en que...) No me siento confortable con la idea de que la diferencia esté en el orden de la mayor o menor elaboración o riqueza (aunque pueda ser procedente respecto de ciertos específicos aspectos). Eso que se llama "música clásica" (o "erudita" o incluso "académica") ha sabido apropiarse de recursos, ideas y conceptos provenientes de diferentes tradiciones populares o no tanto (a Ravel le encantaba el tratamiento armónico del jazz, dicen; y antes de eso todo el romanticismo europeo ya había saqueado los respectivos folklores...). Me siento más cómodo hablando de "diferentes preocupaciones" y énfasis, más que de mayor o menor "riqueza". Creo que la diferencia entre la música "clásica" y las demás es más sociológica que musical y se inscribe en el registro de la "distinción". Fijate por ejemplo los valses de Strauss. Primero, partamos de la base de que los valses de Strauss (el Banana Pueyrredón de su época) integran el canon clásico. Luego, consideremos si, sinceramente, un standard de jazz promedio tiene mucho que envidiarles en cuanto a riqueza, composición o posibilidades de desarrollo (por mucho que el "desarrollo", en el caso del jazz, se haga durante la improvisación y no esté escrito por El Compositor en una Sagrada Partitura). Y la verdad, creo que la recíproca (que las tradiciones "populares" han sabido apropiarse de recursos ideas y conceptos provenientes de la música "clásica") también es verdadera y que buena parte de las cosas más interesantes de la música "contemporánea" viene de tipos que tienen en común haber encarado el empleo de los recursos "eruditos" desde la perspectiva de sus géneros de origen (y no al revés, como hicieron acá Ginastera o en Europa el romanticismo): Frank Zappa, Astor Piazzolla, Hermeto Pascoal...

(Pucha, me quedó como un post escondido. Ahora espero el tuyo, Tama).

Vero: ¡Ave César! ¡Cómo no te va a alegrar la mañana! (ya estoy mandando este video al Cover Song Archive a ver si cuela)

Pablo Seguí dijo...

Claro, en general de acuerdo, Pablo. Lo que sí, yo decía "complejidad" o "riqueza" en el sentido de la mayor elaboración de una pieza, de un tema, de una canción. No es que música erudita se contraponga a música popular. Tanto la música clásica como la popular pueden ser más o menos complejas, más o menos trabajadas; en ese sentido hablaba de riqueza elaborativa.

Ahora, me quedo pensando qué pasa con la simpleza. Y lo que se me ocurre decir es que puede haber una simpleza sutil y una grosera. Más que simpleza: sencillez. Y eso, tanto en la composición como en la ejecución.

Me acuerdo del Cuchi (hace poco bajé algunas piezas suyas). El Cuchi, para mí y desde que lo escuché por primera vez, metía cosas de Debussy, intervalos, aires de frases y adornos. Un amigo, que se me cagaba de risa de lo que decía, leyó luego una entrevista al guaso, y sí, en efecto, el Cuchi se puso a hablar de Debussy: como que lo tenía en cuenta.

Está bien la mirada sociológica, como vos agregás. Bien dice Vero que la mayoría de los que van a las salas de concierto son unos nariz parada, Será importante, pongamos, para sus negocios, o para su figuración social, esa salida de viernes o sábado a las nueve y media, hacerse ver.

Pero también está lo que uno mismo, como oyente, pueda hacer con la música, cómo vaya siendo su búsqueda, sus amores, sus desprecios. Algo que puede ser (más o menos) "auténtico", o más o menos pasatista o funcional.

Y sí: ni la música ni nada contienen en su ser un deber ser necesario, una finalidad irrevocable. Cada quien hace de su culo un florero, y yo pasaré de "Futuro perfecto" (que pongo todos los días, últimamente) a Stravinski sin demasiados dramas.

¡Qué lindo intercambio, varón! Abrazo.