Siguiendo a Matías, en Golosina Caníbal, llego al site de la revista Luthor. Me entusiasmo con la reseña Escenas de lectura familiar, de Guadalupe Campos, sobre un libro de Karina Bonifatti. El tema me toca. En Apóstrofe, Pablo Makovsky se enfoca en lo que parece lo más relevante del artículo de Guadalupe: la idea de que en el libro de Boniffati se vería el despliegue de un modo de lectura digamos creativa, que fuerza al texto, en su caso, el de Harry Potter, a establecer o tener relaciones con otros textos, en su caso, clásicos de la mitología griega.
El punto es estimulante. Del libro y de la reseña, me interesan dos temas: uno, una cierta idea de la lectura que no se rinde ante la soberanía del enunciado sino que lo usa para explorar su propia dinámica, sus propios límites. Y dos, que se toma para desplegar ese modo de lectura un material doblemente innoble: Harry Potter. Innoble por ser un producto de la cultura de masas, de la industria cultural, y por inscribirse en el registro de la literatura (que no merece tal nombre) para niños.
Todo eso está muy bien. Pero, como es mi costumbre, me detengo en un margen, en un pliegue. Guadalupe afirma que son cuatro las preguntas que, implícitamente, organizan o motorizan el texto de Bonifatti: “¿Qué lee un chico? ¿Para qué lo hace? ¿Para qué debería leer? ¿Cuál es la función que debería cumplir un adulto en ese proceso?”.
Lo que me interpela es la respuesta que Guadalupe arriesga para la segunda pregunta: “Entonces, de vuelta a las preguntas iniciales: la primera (¿qué lee un chico?) está bastante supeditada a la segunda (¿para qué lee?): ante todo, busca entretenimiento”.
No comparto en lo más mínimo ese punto de vista. Confieso, mi método es poco científico aunque afín al del libro reseñado: voy a basarme en mi experiencia de padre cuenta cuentos. Y arriesgar otra hipótesis: un chico lee (y entiendo “leer” en el sentido amplio de “consumir relatos”, así sea que los lea por su cuenta o, en voz alta, alguien se los lea o, como suelo hacer yo, se los invente al vuelo) porque busca respuestas.
La misma Guadalupe nos lo dice más adelante, en su artículo: "Para eso [para que un libro les interese a los niños], tiene que tener algún elemento que realmente los inquiete, que consiga que empiecen a interesarse por quedarse en el libro (...) con algo que los inquiete, me refiero a algo que los interpele profundamente, porque se compromete con sus miedos, con sus dilemas reales..."
Es curioso, porque en mi experiencia pasé por algo similar a lo que se nos informa de Bonifatti: ella habría tomado la decisión de abordar sin cortapisas la mitología griega, a pesar de sus tramas truculentas o abiertamente sexuales, porque “alguien que puede procesar la historia de una mujer que consigue el favor sexual de un hombre con conjuros y que se suicida cuando él huye al notar lo que pasó, y de su hijo que en la adolescencia busca y asesina a sangre fría a su padre y a sus hermanos (hijos de otra mujer) en su búsqueda de venganza y de inmortalidad, no necesita cuentitos que atenúen el tratamiento que recibían las esclavas de guerra y que obvien olímpicamente las tramas familiares tortuosas de Esquilo.” En una nota al pie se nos aclara a los que no leímos a Rowling que esta es, en resumidas cuentas, la historia de Lord Voldemort, el antagonista de Harry Potter.
Adopto aquí el estilo narrativo: hace unos meses estaba yo leyendo Macbeth. Venía de seguir a Vero en su paseo, y estaba entregado a un par de traducciones. Mi niño me ve (dice Guadalupe, un poco conductistamente, que esta es la mejor manera de motivar la lectura) y me pregunta: “Qué leés?”. Él todavía no sabe quién es Shakespeare y yo no le revoleé con el nombre prestigioso por la cabeza, fui a lo importante: “Es la historia de un príncipe escocés al que se le mete entre ceja y ceja que él tiene que ser rey pero se encuentra con que el rey de Escocia todavía está vivo”, resumo. Su reacción fue de lo más natural: “Ah, tiene que matarlo, ¿no? ¿Me leés?”.
La clarividencia de mi niño me conmovió. Tuve una fracción de segundo de duda: ¿leerle Shakespeare a un chico de once? Pensé inmediatamente en cuál era su historia favorita: el manga Naruto. Pensé que Naruto es una típica hisoria de superación personal, desde la insignificancia hasta la gloria, que atraviesa toda clase de asesinatos, padres que entregan a sus hijos a la muerte, discípulos que traicionan a sus maestros, mujeres que traicionan a sus hombres, familias diezmadas por la venganza, hermanos que se matan entre sí, y, sobre todo, dos amigos que se odian a muerte.
¿Qué podía haber en Macbeth que no tuviera Naruto de lo cual debiera yo “proteger” a mi hijo”? ¿Una versificación tediosa? ¿Un léxico arcaico? Respuesta a la pregunta final de Guadalupe: ¿y para qué estaba yo ahí? Decidí leerle Macbeth en voz alta. Después de todo, Macbeth es un guión de teatro.
Entonces, mi relato cuenta la historia de la lectura familiar de un texto de noble alcurnia. Pero quiero señalar que la reflexión en la que basé la decisión de intentarlo fue simétrica a la de Bonifatti.
La lectura duró varias noches. Es cierto: no era algo que pudiéramos compartir con mis hijas menores, y procurábamos los momentos a solas. El ejercicio se extendió varias semanas, con muchas interrupciones en el medio.
Y a pesar de eso, Shakespeare, su relato, mantuvo todo ese tiempo el interés de mi niño. Pasaban los días y volvía a pedirme cada vez que continuara la historia. “¿Y qué pasó, pa? ¿Le mintieron las brujas? ¿Se hace rey? ¿Le hace caso a la esposa? ¿Lo mata al rey? ¿Lo traiciona a Banquo? ¿Se vuelve loca la esposa? ¿Mató a los hijos de Macduff? ¿Qué pasa cuando los ingleses invaden Escocia?”.
Para terminar de exponer mi tesis, permítanme subirme en los hombros de Shakespeare y completar mi respuesta a la última pregunta de Guadalupe: mi hijo mantuvo el interés, también, gracias a mi voz, a mi palabra, a las licencias que me tomé con el texto, a mis explicaciones sobre Inglaterra, los reyes, Escocia, la época.
Agrego, entonces, un corolario a la respuesta dos: los niños leen para establecer vínculos.
No me parece poca cosa: de niños leíamos, creo recordar, por las mismas razones que de adultos.
Y a pesar de eso, Shakespeare, su relato, mantuvo todo ese tiempo el interés de mi niño. Pasaban los días y volvía a pedirme cada vez que continuara la historia. “¿Y qué pasó, pa? ¿Le mintieron las brujas? ¿Se hace rey? ¿Le hace caso a la esposa? ¿Lo mata al rey? ¿Lo traiciona a Banquo? ¿Se vuelve loca la esposa? ¿Mató a los hijos de Macduff? ¿Qué pasa cuando los ingleses invaden Escocia?”.
Para terminar de exponer mi tesis, permítanme subirme en los hombros de Shakespeare y completar mi respuesta a la última pregunta de Guadalupe: mi hijo mantuvo el interés, también, gracias a mi voz, a mi palabra, a las licencias que me tomé con el texto, a mis explicaciones sobre Inglaterra, los reyes, Escocia, la época.
Agrego, entonces, un corolario a la respuesta dos: los niños leen para establecer vínculos.
No me parece poca cosa: de niños leíamos, creo recordar, por las mismas razones que de adultos.
9 comentarios:
Me gustó mucho la hipótesis planteada. Leyendo estos días, no paro de encontrar similitudes con otras lecturas, con otras músicas, con encuentros, con vínculos como bien decís.
Además leer Shakespeare, siempre está bien!
Por cierto, hacía rato no pasaba por acá, cambió la fachada!
Hola Marian. Acá seguimos obcecados. Con los blogs, ya sabés. Creo que esa vez que cuento fue la vez que más disfruté leer a Shakespeare (ahora le andamos rondando a Cortázar: me encanta leerle en voz alta a mi pibe).
Si, cambió la fachada, pero todavía no es..
“Es la historia de un príncipe escocés al que se le mete entre ceja y ceja que él tiene que ser rey pero se encuentra con que el rey de Escocia todavía está vivo”. Vos hiciste que tu pibe se interese, con ese magro pero contundente resumen. Dice Guadalupe: ante todo, busca entretenimiento, y para eso es necesario que el texto lo interpele de alguna manera. Como vos, pienso: primera parte no pero segunda sí. Ahora, ¿cómo hacer para que el pibe se entere de que lo interpela, el libro? Un resumen con gancho, el ritual de la lectura casi secreta (porque las chicas, mejor no). Con respecto a la hipótesis final, elijo esta otra (que no niega la tuya): leemos para saber quiénes somos. Grandes y chicos.
Carajo!!! Una de las cosas que me gustan del blog es que uno puede recibir de golpe un comentario de la hostia: Vero, sos una ídola, me encantó tu hipótesis, y me encantó todo y me encantó que recuperes entero el texto de Guadalupe (que recorté sin ingenuidad, claro).
Besos!
PABLO: COINCIDO EN TODO LO QUE DECIS! GRACIAS POR ENTENDER! Copio el final del prólogo:
El gran motivo que permitió la fluidez lúdica de este vasto sistema de correspondencias está dicho desde el comienzo, desde el título: son los clásicos. Y desde la dedicatoria: mis hijos. En fin, el amor por las palabras, la vida con ellos.
KARINA BONIFATTI
Uau, Karina (serás Karina?)! Primero, agradecerte a vos por las líneas que dejaste. Leer con mis hijos (al mayor, recomendarle lecturas, ya) es mi forma de ser de padre. Después, que es muy loco ver que algo que uno arrojó al mar hace tanto tiempo aún puede tener una vida. Un saludo.
¡Claro que soy Karina! Te dejo una frase de Catón a su hijo para que se la pases a tu hijo: REM TENE, VERBA SEQUENTUR ("Domina el asunto, y no te faltarán las palabras").
Cordial, K.
www.kbonifatti.com.ar
Hola! Estamos en contacto, entonces!
(No me malinterpretes, es que en estos tiempos marginales de los blogs ya no funcionan las viejas formas de identificarse, de reconocer un estilo, una manera de escribir o comentar...)
Otro cordial (salù!)
(Yo de latìn no sè nada, absolutamente nada, pero "tenè la cosa, que las palabras la seguiràn" me suena a una versiòn heterodoxa muy sugerente ;-)
Publicar un comentario