01 noviembre, 2010

Mas...

Hace unos días, por chat, le dije a una amiga que Marcelo Cohen me había desilusionado. Como otras veces, advierto que el entusiasmo no siempre es transitivo. Se trata, ahora, de Los Acuáticos. No hay caso. Cada unidad de las que componen el libro, cada relato, se me ha hecho larga y trabajoso. Coincidiendo justo con la lectura de Philosophy of composition, donde Poe establece que la unidad de medida ideal para una pieza corta es "one sitting", descubro que Cohen violenta mi disposición a permanecer sentado.

Sin embargo, empero, no obstante, Cohen me ha deparado el fragmento más jugoso, con perdón de la expresión, con que me he topado últimamente.

Lo transcribo textual:

"Le sostengo al tránsfuga la cara con las dos manos, lo guío por las pecas del cuello y los pezones, consigo que chupe y masque, lo convenzo de que reacciono, le propongo demoras, se las consiento, le araño la espalda, hurgo en una cicatriz, me dilato y me tuerzo, lo retengo, lo confundo y, mientras sopeso la entrepierna, esperando la máxima dureza, le solicito que sea considerado conmigo. Es un susurro gentil, serio, y luego un pedido cariñoso. Me pega el sol en la frente. Pienso que desde el cielo, si me filmaran, se me vería a lo lejos la saliva viscosa. Entonces él no aguanta más y me entra, o se percata del pedido y cariñosamente entra en mí, y cuando veo que más se ha hundido yo me quejo despacio, no de gusto ni de molestia, sino de ansia. Le pido que entre. Como al principio él no entiende, desbocado como está, parece que la carne le palpitara; pero no bien le murmuro otra vez que entre, recula un poco y embiste, y vuelve a embestir buscando una cadencia, y me aprieta las costillas aún con la delicadeza que da el vasallaje. Pero embiste y ya está bien grueso (...). Quiere besarme, todos quieren besarme, como si el beso aumentara la presencia de su carne, pero sobre el choque de babas yo le vuelvo a pedir con dulzura que entre en mí. Se le hincha un poco el cuello. Me esquiva ahora la mirada. Yo requiero, ruego, me río de nervios, imploro que termine ese tormento bobo; quiero que cumpla. JOsé, murmuro, José, porque supongo que oír un nombre exótico lo desquicia. Y como ahora ha entendido, de puro pánico me agarra por las corvas y empuja a fondo. Quiere atiborrarme de olor y de carne escabrosa, a ver si acuso recibo de lo que me está dando; pero yo, que definitivamente he cerrado los ojos, cambio el ruego por el reproche y le pido que entre en mi de una vez. Vamos, digo. Vamos. Él se afana, se remueve, me aplasta. Sé cuánto le gustaría colmarme. Lo siento adentro, al extremo de su tamaño; sin embargo, con un alarido tajante le exijo que entre en mí de una vez. Me enfurezco, le golpeo la espalda, le clavo los dientes en el hombro. Él  declina un instante; el sudor que le cae de la frente me empapa la cara. Me lo limpio de un manotazo, le pregunto socarrona para cuándo. Acto seguido sollozo mientras él arremete de nuevo, me endurezco fugazmente, me diluyo por completo, vuelvo a agarrarle la cara, lo miro bien al fondo de las pupilas, malsana, intolerante, triste, con la duplicada tristeza de no saber qué me entristece. Y porque él calla, y yo le pregunto a voz en cuello por qué juega así conmigo, y él no sabe qué contestarme, trabado a mí como lo tengo con toda su potencia enigmática, me abandono del todo, y musito y resoplo, fría, no sólo decepcionada sino exhausta, trémula apenas, ida, farfullando que quiero que entre en mí, que quiero, que quiero, y pregunto qué cuerno pasa que no me da lo que quiero. Y ahora por fin prescindo de él. Me ausento. A sus ojos podría haberme vuelto loca. Y ni siquiera la posibilidad de que ya estuviera loca le va a restaurar el orgullo. Porque sabe que loca no estoy.

[...]

El tránsfuga se retira y por supuesto que ni de esto doy a entender que me entero. A medias de rodillas, con la camisa cayéndole en los muslos lampiños, empanado en arena, él procura no mirarse eso que ahora es más que nunca un miembro, encapuchado todavía en látex espermicida, y se le ha vuelto chiquito como un supositorio. Así se le quedará mucho tiempo.

Listo. Está listo."
Qué se yo: hay aquí algún conector que me parece fuera de registro, y tengo para mí que esta pieza es una joya a la que le sobran un buen número de párrafos antes y después.

Pero. El adversativo se impone para decir que, mierda, me hubiera gustado a mí escribir este pasaje.

Entonces, pienso que no debería decir "pero", sino "mas". "Mas me hubiera gustado a mí escribir un pasaje como éste". Cohen, después de todo, me ha sumado algo.

Como verán, una cuestión de acento.

6 comentarios:

Vero dijo...

A mí lo que me sorprende es el empecinamiento de seguir hasta la página... ¿196? en un libro que te hace desensillar. Hasta que recuerdo y un poco entiendo.

Pablo dijo...

Vos sabés que no me gusta interrumpir una lectura. Es como una especie de gesto caballeresco, y no es raro el caso en que ese empecinamiento encuentra premio...

carlos dijo...

claro, no quiere permanecer sentado porque es un caballero andante. Si fuera un sentante no sería un andante. Y leer andante marea, yo prefiero moderato, o agitato, o piano piano, que se va lontano, dicen.
Cohen una masa: a mí "Donde yo no estaba", desde su mismo título, me encantó, aunque no sé si no habrá sido la compañía que nos prodigáramos entonces la que hizo la lectura trabajosa aunque apassionata. Siempre le vuelvo, a ese libro.

Pablo dijo...

Tal vez, un caballero andante... ¿o andista? O andinista, pero no andinante.

Cada cosa (y cada lectura) tiene su tempo (largo, larghetto, larghissimo)

ANDRÉS BAZZANO dijo...

¿Qué tal? soy andrés de Montevideo, uruguay. Recién descubro Catedral de Hormigas, lo voy a ir mirando de apoco.
Saludos Orientales.

Pablo dijo...

Hola Andrés. Y estás seguro de no ser un robot? Últimamente cae por aquí cada uno...

Bienvenido a este boliche y nos estamos viendo...

Saludos... occidentales?