06 marzo, 2012

Montaña rusa


La nena más chica mira el trencito subir, bajar y dar vueltas a una velocidad atemorizante. Arrastrada por el entusiasmo de sus hermanos mayores, se aferra a mi pierna con miedo y fascinación. Me pide upa cuando vamos llegando al acceso de la atracción. Nos sentamos los cuatro en un vagón, los mayores adelante, la chiquitina y yo detrás. No se despega de mi cuerpo y se agarra de la barra de seguridad con toda su fuerza. El trencito arranca. Son exactamente cuatro vueltas, ni siquiera tan vertiginosas, no más de cuatro minutos. Todos gritamos en las bajadas. Mezcla de montaña rusa y tren fantasma, hacemos bromas al pasar junto a un gigante calamar de espuma, debajo de un tiburón enorme. El tren se detiene y bajamos. La beba a upa. Al salir de la atracción, la dejo de vuelta en el suelo.


“Otra vez”, me pide.

5 comentarios:

carlos dijo...

qué cosa, desde dónde viene el otra vez.

Vero dijo...

Oh, pero no sólo pide "otra vez" sino también, antes, "upa". Elige el riesgo y la red. ¿No actuamos tantísimas veces así, como "la nena más chica"?

Pablo dijo...

Es que, a cualquier edad, hay pasos que necesariamente se dan de la mano de alguien (un "passeur", Carlos?).

Al margen, creo que frente a una montaña rusa se elige el vértigo, más que el riesgo. Pueden confundirse fácilmente, pero no son lo mismo.

Abrazos...

Pablo Seguí dijo...

Qué lindo, tocayo. :-)

Pablo dijo...

Gracias, tocayo...