Y esto viene acá por mero capricho (a lo sumo, como un ejercicio del capricho). Es decir: está porque sí, no viene a ilustrar ninguna tesis ni a representar un estado de ánimo ni a proponer un acertijo ni nigún otro juego similar o equivalente.
Digamos, eso sí: me encanta la melodía, me gusta la parte de la guitarra, ese sonido tan lleno, me cae enormemente simpático el gordo Casero, ahí, tan anti-glam, pero también me hincha el exceso barroco de tanto género entrecruzado, algo que no sé si es una genuina búsqueda de síntesis o mero sincretismo marketinero.
O sea: no sé por qué capricho de la memoria, esta melodía se me ha impuesto estos días, hasta hacerse cantar, por qué viene desde el 2008, de entre ruidismos de mundial, una canción que habla del florecer del deigo, de una isla arrasada y del viento.
Será por aquel recurrido haiku de Basho, aquél del poeta que simplemente mira florecer la nazuna.
O el poema de Basho viene después, y antes está el sonido de la lengua japonesa. Pero no, antes está el sonido de esa guitarra.
Es decir: no sé.
Shimauta, amables contertulios.
Ah, el haiku de Basho dice:
Cuando miro con cuidado,
¡veo florecer la nazuna
junto al seto!
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