22 noviembre, 2007

Abominables (como los espejos)

"...éramos los monstruos
conversando en terrazas
bajo la luna..."
Rain, Glassier, Cyborgs y Zines


...bajo su luz plateada que a duras penas esquiva las nubes (difuso marco de jazmines, brillo insólito de gardenias). Las barandas, mi amor, el parapeto, la escalera. Y tus dos bocas y tus varias lenguas y mis tres brazos y tus folículos ovarios y el silencio que sobrevino. El beso arrebato, mordedura (el silencio que sobrevino, los mudos relámpagos). Mi sexo inmenso, tu vagina profunda, nuestros cuerpos gigantes, cavernosos, cavernarios. La monstruosa masa de carne que nos ha tocado, mi amor, garchando, licántropos bajo la luna (aullando), en las terrazas, las gardenias sacudidas por el viento. Y tu orgasmo y la tormenta que vela las estrellas y el salto enorme surtidor y semen cáustico y tu vientre temblando como el mundo (el viento, los truenos, claro) y la lágrima de vida que ahí comienza (en la lluvia), la nueva bestia que creamos, pedazos uno de otro, queriendo o no, masa de células de fragmentación, y el hincharse de tu abdomen y los demasiados dolores del parto.

Sólo éramos monstruos, en las terrazas, bajo la luna.

14 noviembre, 2007

Magnitud

Yo sí que no puedo parar de joder: se me dió por reparar en el hecho evidente de que la eternidad se divide en dos períodos que, en la medida en que tienden ambos al infinito, se pueden considerar de magnitud igual. Que la eternidad se divide en mitades, eso.

La primera mitad está constituida por la monstruosa masa de tiempo durante el cual uno ni siquiera ha existido. La otra mitad es la monstruosa masa de tiempo durante el cual uno se encontrará en un estado aparentemente perdurable, al punto que dirán: "está muerto", así, en presente, aún cuando ya haga décadas que no queda del muerto ni el polvo.

Entre las dos mitades está uno, igual que un mojón: a todos los fines prácticos y teóricos, de magnitud irrelevante.

12 noviembre, 2007

Paralelogamos

Hay días y días, lo sabemos todos. Hoy tengo ganas de que pase algo y no sé qué: una sensación vulgar (o la expresión vulgar de una sensación). ¡Claro! Si en definitiva uno no es más que un manojo de vulgaridades a la deriva que se empecina (dudo entre poner "empecina", lo que refiere al manojo, o "empecinan", que vuelca la atención en las vulgaridades), digamos entonces: empecinan, en remar hacia algún lado y después elabora (aquí sí, el manojo) una teoría de las desviaciones para explicar por qué, paralelográmicamente, en realidad alcanzó el punto X, cuando sus fuerzas pretendían llevarlo a W y el viento apuntaba a Z.