"...cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo...'
Tomados de la mano dimos el paso.
Saltamos apenas un pozo más que nada nominal y ya del otro lado nos volvimos con nostalgia, pero seguíamos tomados de la mano.
Vimos a Tokyo desplomarse en silencio, mudo, "como leones ciegos".
Vimos la lava devorar las avenidas y achicharrar a los autos como caracoles y a los caracoles evaporarse como cabecitas de fósforos. Vimos amapolas y azahares abrazarse de júbilo, aferrarse a los muros y acariciar el musgo y la hiedra.
Vimos humo huir de Tokyo, perseguido por vapor y exhalaciones. El humo se dobló, rozó el vapor y burló a las exhalaciones. Corrió, se dispersó, ensambló los dedos de las manos como un sabio japonés que no espera nada. El vapor se coló de a poco, hasta quedar despegado, desdoblado, desmedido.
Se hizo agua el vapor y la lluvia les lavó los pies a las amapolas.
Llueve con ganas, a veces. Otras veces parece que fuera a morir un tigre o incendiarse una pagoda. Llovió con ganas, aquella vez.
Ganas de golpear tambores.
Las amapolas agradecieron el baño con flores de dos metros (o tres) y los azahares buscaron el sol con notorio esfuerzo, que les hinchó las mejillas blancas hasta que las venas verdes parecían avenidas.
Ni una rata murió en la tormenta (saben pararse en el lugar exacto donde no cae la lluvia, puesto que es sabido que las gotas caen siempre en el mismo lugar).
Los perros vergonzosos, en cambio, corrieron por los pasillos y las escaleras y con los rabos muy cerca del suelo fueron muriendo de a uno, de a dos, nunca de a tres.
Amarillas máquinas despejanieve los apilaron.
Un alma piadosa arrojó un caracol encendido que prendió como un rumor en las uñas resecas, en los dientes picados.
Lo vimos todo, tomados de la mano.
Giramos sobre un pie (el derecho yo, el izquierdo vos) y nos alejamos del pocito nominal que se estaba llenando de lava o de lluvia, según quien de nosotros se volviera a mirar.
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