06 marzo, 2010

Gesto

Hace un día hermoso y estamos reunidos junto a la piscina. Mis hijos entran al agua con su abuela, mi madre. "Está profunda", grita el mayor. Mi madre lo ayuda a flotar.

Tras ellos, entro yo al agua, y me pongo a nadar de espalda, llevando a mi hija del medio sentada a horcajadas sobre el abdomen. Ni bien empiezo a nadar, cuando las salpicaduras del agua estorban mi visión, me doy cuenta de que no me quité los anteojos. Sin dejar de nadar, me los saco y le hago a mi viejo, que está de pie junto al borde de la piscina, gesto de arrojárselos.

Su reacción me sorprende. "Pero cómo te vas a sacar los anteojos", me dice, y yo francamente no entiendo por qué no habría de quitármelos, pero advierto que no piensa recibir mis anteojos, así que los revoleo con furia. Los anteojos pasan por encima de él y van a dar más allá de la ligustrina que circunda el área de la piscina.

Yo sigo nadando, sin prestar más atención al asunto y bromeando con mi hija, que va muerta de risa sobre su papá ballena, que se llena la boca de agua y escupe hacia el cielo simulando el venteo de un cachalote gigante.

Sin embargo, escucho a mi madre que intercede por mi ante mi padre. "Carlos", dice, y reconozco el tono, la manera de decir ese nombre, que es la manera que usa todas y cada una de las veces que asume alguna forma de defensa de sus hijos, "Diego no puede nadar con anteojos, se mojan y no vé, además de que podrían arruinarse, ¿por qué no los ponés en algún lugar seguro?, eso es lo que te estaba queriendo decir..."

Entonces veo, alli, en el fondo de mi campo de visión, que mi padre se dirige hacia la ligustrina y busca mis anteojos. Es su gesto de buena voluntad.

Entre tanto, yo llego al borde de la picina y escucho que mi hijo mayor, que ya había salido del agua, se acerca a nosotros gritando y riendo y arroja una toalla con la que cubre a su hermana. A él no lo veo, porque yo sigo nadando de espaldas y estoy con la cabeza hacia el borde de la piscina, pero lo escucho reir. Al ver a la nena cubierta con la toalla, se me pasan por la cabeza dos o tres ideas amenazantes, como que podría sofocarse, asustarse, enredarse y caerse al agua, y digo "pero cómo vas a tapar así a tu hermana, ¿no ves que es peligroso?".

El nene vuelve a agarrar la toalla y se aleja, entristecido. Yo no digo nada más. En esta historia faltan muchas cosas, pero, sobre todo, falta mi gesto de buena voluntad.

No hay comentarios.: