De las diversas formas del voyeurismo que el uso regular del transporte público facilita, la de pispear qué leen los compañeros de viaje es una que practico desvergonzadamente.
En un mar de fondo de browns, grishams y cohelos, cierta vez descubrí una tapa revestida en cuero, un papel grueso y amarillento, una página llena de subrayados: alguien leía, encadenado a La Plata, el Discurso del Método. ¿Quién puede leer en el micro a Descartes? ¿Para qué? ¿Cómo es su vida, cuáles son sus sueños, cuáles sus preocupaciones?
No abundaré en la hipótesis de la superioridad de tal o cual literatura sobre otra. No esta vez, al menos. No es porque sea Descartes y le otorgue un valor intrínseco superior o algo así. Fue la ocurrencia de lo improbable lo que llamó mi atención.
Me fijé en la gracia de algo como una voz que, sin esperarla, brota de eso que parece ruido blanco, como las figuras que uno a veces escoge adivinar en la estática del televisor, conjurando la indiferencia, el caos.
4 comentarios:
Me recordó la vez en que de chico me iba en el micro leyendo El Lobo Estepario de Hesse. Dudo mucho que alguien se haya detenido a observarme, pero a mi me quitó el sueño por algún tiempo.
Gran blog amigo.
Hola Miguel. Yo a Hesse llegué tarde y ya no pudo quitarme el sueño. En cambio, si pienso en cuando era chico, están Bradbury y sus "deleitables terrores"...
Gracias por tu amabilidad.
Leo más en el viaje que en casa, así que sí, he leído a Descartes en colectivo. O tren, no recuerdo.
Pero más curioso que las lecturas en sí, es descubrir quién las lee. Uno puede toparse con maravillosos oxímorons cuando descubre que el libro no parece encajar con el lector. Claro, esto también da cuenta de nuestros prejuicios supongo.
Hola Simud, gracias por tu comentario. Tus afirmaciones tienen forma de pregunta en el post. Y claro, siempre estamos en juego cargando con nuestros prejuicios...
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