Mi hijo mayor se durmió agarrado de mi mano. No sé si debería contar esto. Pienso en mis doce años y en que me hubiera avergonzado enterarme de que mi padre le contaba a alguien una cosa así. Pienso también en que hay diferencias de estilo sustanciales entre el padre que fue mi padre y el padre que yo soy, y en que hay diferencias de carácter sustanciales entre el hijo que yo fui y el que mi hijo es.
La cuestión es que se acostó y nos dimos la mano y se durmió. Tiene la mano grande. Casi tan grande como la mía. Y fuerte. Ya no es la mano de un niño. No es aún la de un hombre, pero ya no es la de un niño. Entonces agarré fuerte esa mano. Quería que esa forma, ese volumen, esa tensión, quedara grabada en mi mano, en la memoria de mi mano, porque intuí que esa era una última vez, que esa era una de una serie de últimas veces que ya han comenzado a ser.
La vida no se priva aún de ofrecerme primeras veces. Sorprendentes, excitantes, frustrantes o dolorosas, mi vida sigue llena de primeras veces. Pero empiezo a ser consciente ahora de las últimas. No sé cuántas veces más mi hijo se dormirá tomando mi mano.
Cualquier día de estos, serán esas las manos de un hombre que comprenderá que no hay nada que pueda sostenerlo guardado en las manos de su padre.
3 comentarios:
Me acordé de una especie de ritual familiar. Para el día del padre, desde que nacieron yo les sacaba la impronta de la manito en papel, con témperas y año a año iban creciendo y con ellos los papeles y las manos. Eso duró creo que hasta los 15 de Michi. Yo hacía ya 5 que me había separado y decidí dejar de hacerme cargo de recordarles. Y se perdió.
Hay que soltar, nomás. Y hay que celebrarlo.
Bueno, eso.
Claro que hay que soltar. Pero ¿puede ser mañana?
Qué bello tezxto, Pablo. Pienso en los significados que afloran en la palabra "impronta" que puso ahí Luc, fijate: "ese volumen, esa tensión, quedara grabada en mi mano, en la memoria de mi mano". Una impronta de tu hijo en vos.
Publicar un comentario