(Soy hombre de duelos lentos. Debo admitir que no publiqué esto cuando debí. Sentí pudor de mi dolor, sentí que las palabras eran vanas, que ya no tenían "sentido" porque no llegarían a quien estaban dirigidas: quería decirle a Hernán que estaba seguro de que, como Unamuno, él no dimitía de la vida y que me sentía halagado por la fortuna de habernos encontrado en el camino. Hoy me topo con este borrador entre otros y me asaltan la pena y la vergüenza. Siento que no podré seguir con este blog -ni con ningún otro- si no honro debidamente la memoria de un amigo, el que se nos adelantó, el stalker).
¿Cómo es esto? ¿Y entonces? ¿Y ahora? ¿Lo conocí, realmente? ¿Éramos amigos? Si, yo diría que sí, pero no conocí su casa, su familia, su historia. La complicidad de la pantalla, superficie amable, un diálogo como pocos, una posibilidad, una promesa.
Con el paso de los días, me sentí más triste. Esta realidad virtual que apenas conjuramos tres o cuatro veces, me deja, a mí que lo conocí en este ámbito, con una extraña sensación de duelo pendiente, de elaboración difícil: para nosotros que habitamos aquí, no hay cadáver. Lo hubo, seguramente, para otros (para su mujer, su familia, sus amigos esos de allí, de la historia y el pasado y los recuerdos y el barrio o la escuela o los bares).
Y ahí veo. "Puck" en la lista de contactos de chat. Y en lector de feeds la Zona Tomada, a donde volví tantas veces esperando encontrar el post que, aunque supiera que no correspondía al humor de Hernán, dijera que nos habíamos enganchado en el meme más siniestro de todos.
(Hace unos meses murió mi abuela. Todavía tengo su número de teléfono en la agenda de mi celular. ¿Cuándo llega el día en que uno -yo- borra un teléfono, baja un contacto?).
Y hubo un café y una Placita donde íbamos a charlar sobre la contingencia algún día, después.
Después de qué, carajo.