Ahí está, puedo verla. Tantas noches he pasado acá, bajo su ventana, restregándome bajo el pálido fuego de la luna estas manos delicadas, un manojo de dudas, hasta verla salir a caminar por las calles de Nueva Orleans. La he perseguido como... qué otra cosa decir: como un lobo.
No sé cuántos rosarios he rezado. Sí sé que le he pedido cada vez al Señor de los cielos fuerza para destruir esto que amo y amar esto que destruyo, pero bajo la tenue luz de la luna he deambulado, oculto el rostro pecador por el ala del sombrero, y la he seguido, inocente y desprevenida, niña rica. Es como un llamado, la luz de la luna, las luces brillantes, la gente. No es algo que pueda elegir. Ya no recuerdo cuándo me convertí en esto que soy, cuándo fue que me ví atrapado en esta vida y empecé a regatearle al día mi rostro, cuándo empecé a rondar las noches.
Ya está, ya la tengo. No escuchará mis pasos ni verá acercarse mi sombra.
Brilla la luna sobre la calle Bourbon.