Por el Profesor Arturo Sandoval
En el caso reciente, el Discovery realizó su espectáculo de fuegos artificiales simulando su salida de la atmósfera, luego de lo cual dio inicio una transmisión televisiva fraguada (expresión que constituye pleonasmo) en la que asistimos al primer reality show SciFi de la era de la TV, lleno de suspenso y emoción.
Luego, el mañoso aterrizaje, pospuesto hasta tener garantizada la luminosidad ambiente apropiada, realizado en la oscura madrugada de un día nublado, permitió la conveniente transmisión borrosa e ininteligible de las maniobras de un artefacto voluminoso cuya naturaleza y procedencia no pueden verificarse.
Definitivamente, durante el desarrollo de la épica historia espacial, técnicos en márketing y otros especialistas realizaron la práctica, obligatoria en Hollywood, de probar distintos finales con varios grupos de espectadores para determinar cuál garantizaba la satisfacción del cliente, llegando a la conclusión de que lo mejor para alcanzar los objetivos presupuestarios de la NASA era el final feliz, es decir, que Doña Eileen, dama heroica, pudiera volver a casa (como sin dudas harán los soldados destacados en Irak). Sin embargo, sabemos que, en varios grupos, los que querían una explosión dramática eran numerosos.
En suma, sólo resta agregar que el Challenger y el Columbia nunca explotaron y que la maestra McAuliffe vive ahora en la misma isla del Pacífico donde residen Elvis Presley, Jim Morrison e inclusive algunas glorias argentinas como Luca Prodan (y donde es de esperar que resida Maradona algún día).
Sin embargo, a pesar de toda esta cadena de conspiraciones, y sin relación con ellas, parece que J. F. Kennedy murió de verdad.
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