Yo sé que en un país donde la gente se muere de hambre, donde tales y cuales otras desesperantes urgencias, andar preocupándose por estas cuestiones de la ciudadanía digital puede sonar a lujo burgués, pero esto es grave:
http://www.uberbin.net/archivos/derechos/el-canon-digital-en-argentina-a-punto-de-ser-ley.php
29 junio, 2011
28 junio, 2011
Guilty
Me pregunto si la soledad favorece la escritura. No me refiero al hecho de estar solo para poder concentrarse y escribir. Pienso si no es el hecho de no tener con quién hablar el que, por lo menos a mí, ahora, me mueve a escribir. Así, la escritura sería como mi Viernes, o como la pelota Wilson de Chuck Nolan. Un lugar para un Otro indispensable.
Por ejemplo, no tengo a quién contarle, en este momento, que descubro esta mañana un mecanismo de culpabilidad que me perturba. Está relacionado con la comida. Anoche no tenía ganas de cocinar y me compré una pizza. Me la comí casi entera (dejé sólo una porción, lo cual constituye el primer gesto culposo). Ahora amanezco y encuentro que no me siento bien. Me siento hinchado, tengo acidez. Pienso en que estoy gordo y que no debí comer pizza.
Me pasó hace tres o cuatro días. Estaba en la oficina, era la hora del almuerzo y estaba más o menos apurado. Decidí ir a la pizzería del barrio. Pedí una porción de fugazzeta y una de fainá, para comer en la barra. Me encanta comer parado en la barra de una pizzería, mirando las noticias mudas en un televisor lejano. Ya esa tarde tuve la sensación de pesadez y de hinchazón. Pienso que son las levaduras. Que estoy gordo, bah. Y otra vez pensé “no debí”.
En estas dos circunstancias advierto el sentimiento de culpa. Pero son también aquellas en las que me di cuenta de que esto me pasa cada vez que como comida chatarra. Y eso me pasa bastante más seguido de lo que debería: no debería.
Entonces es así: como esta mañana y este encuentro son sueños, como en este sueño no tengo a quien contarle mis menudas angustias, escribo.
Por ejemplo, no tengo a quién contarle, en este momento, que descubro esta mañana un mecanismo de culpabilidad que me perturba. Está relacionado con la comida. Anoche no tenía ganas de cocinar y me compré una pizza. Me la comí casi entera (dejé sólo una porción, lo cual constituye el primer gesto culposo). Ahora amanezco y encuentro que no me siento bien. Me siento hinchado, tengo acidez. Pienso en que estoy gordo y que no debí comer pizza.
Me pasó hace tres o cuatro días. Estaba en la oficina, era la hora del almuerzo y estaba más o menos apurado. Decidí ir a la pizzería del barrio. Pedí una porción de fugazzeta y una de fainá, para comer en la barra. Me encanta comer parado en la barra de una pizzería, mirando las noticias mudas en un televisor lejano. Ya esa tarde tuve la sensación de pesadez y de hinchazón. Pienso que son las levaduras. Que estoy gordo, bah. Y otra vez pensé “no debí”.
En estas dos circunstancias advierto el sentimiento de culpa. Pero son también aquellas en las que me di cuenta de que esto me pasa cada vez que como comida chatarra. Y eso me pasa bastante más seguido de lo que debería: no debería.
Entonces es así: como esta mañana y este encuentro son sueños, como en este sueño no tengo a quien contarle mis menudas angustias, escribo.
25 junio, 2011
22 junio, 2011
Xerox e infinito
“Definiremos esta última como la manifestación irrepetible
de una lejanía (por cercana que pueda estar).”
Walter Benjamin, ya saben dónde
de una lejanía (por cercana que pueda estar).”
Walter Benjamin, ya saben dónde
y a propósito de qué (y si no, googleen)
Vengo al teclado luego de haber estado escuchando el hermoso y delicado concierto de Köln de Keith Jarret. Como tal vez sepan, esta es una célebre grabación de un concierto de 1975. Es el registro de una improvisación de un poco más de una hora. Las piezas no tienen siquiera nombres y los “tracks” están identificados como “Part 1, Part 2”, y así, cuatro partes, sólo para caber en el imperativo tecnológico de los “20 minutos por lado, máximo” que regía en la era del LP de vinilo (cuatro partes, cuatro lados: este concierto se editó originalmente en un disco doble).
Tal vez sepan también que esta, la de ser completamente improvisados, es una característica de los conciertos de Jarret solo. Es decir: cada concierto es completamente único. La música que usted escucha en este disco no había sido tocada nunca antes. Y no volvió a ser tocada nunca más.
(Más allá de que le encuentre una utilidad didáctica, carece de sentido que un músico se esfuerce por aprender a tocar alguna de sus partes.)
Vean qué diferencia con Comfortably numb, puestos en envión. Esa canción de Pink Floyd participa de alguna manera de la naturaleza de los fractales: sean de la envergadura que sean las variaciones, permanece siempre idéntica a si misma. En un comentario a esta (a mi juicio, insignificante) versión de la canción, un usuario que firma PkCynthialover expresa la idea: “yo creía que Comfortably numb era inversionable”.
Es que, de alguna manera, lo es. La ejecución de esa canción, se me antoja hoy, invierte la teoría benjaminiana del aura y de la reproductibilidad técnica: cada performance es la actualización de un registro inamovible, es, por sobre cualquier otra cosa, un acto de repetición.
En cambio, cada vez que alguien se aproxima a la grabación del Concierto de Köln (incluso hasta la obscena cercanía que ofrecen los auriculares de un reproductor de MP3), no puede evitar la conciencia sobrecogedora de que eso que oye existió sólo una vez y que la grabación es la manifestación distante de algo irrepetible.
17 junio, 2011
What Do You Do for a Living, Dad?
If any of my kids ever asked me that question, the answer would have to be: "What I do is composition." I just happen to use material other than notes for the pieces.
Composition is a process of organization, very much like architecture. As long as you can conceptualize what that organizational process is, you can be a 'composer' -- in any medium you want.
You can be a 'video composer,' a 'film composer,' a 'choreography composer,' a 'social engineering composer' -- whatever. Just give me some stuff, and I'll organize it for you. That's what I do.
Project/Object is a term I have used to describe the overall concept of my work in various mediums. Each project (in whatever realm), or interview connected to it, is part of a larger object, for which there is no 'technical name.'
Frank Zappa, The real Frank Zappa book
15 junio, 2011
Análisis profano: un lego se pone al día y lee Madame Bovary
a) Madame Bovary no existe. El retruécano imprudentemente lacaniano es para dar fe de la primera constatación: Flaubert habla de un ¿tipo? de mujer que, si alguna vez existió, no existe más. (Si cedemos a la tendencia ahistórica que alienta en el psicoanálisis, Madame Bovary no existió jamás y todo es síntoma de Charles Bovary. O de León. O de Rodolfo. O, qué tanto joder, de Flaubert, que después de todo admitió con todas las letras: “Madame Bovary c’est moi”.)
iv) Toda la escena en que Rodolfo le hace el verso a Emma mientras a su alrededor tiene lugar una acto público (los “comicios”, en la traducción que leí) es fabulosa. Situémonos en el siglo XIX y reparemos en que el cine aún no existe. Si se dice que, con Madame Bovary, Flaubert participa de la creación de la novela moderna, sea eso lo que sea, ¿será también que con esta escena en particular inaugura la mentalidad que un siglo después será capaz de imaginar el montaje paralelo?
5) Qué embole las descripciones. Interrumpen la acción, se cuelan entre los acontecimientos, abruman con sustantivos que refieren a nada, que son abstractos a fuerza de nombrar cosas que ya no están en mi entorno y para las cuales no tengo, muchas veces, otra entidad que la que pueda proveer un diccionario. Sentí más de una vez que si se le sacara a esta novela todas las largas descripciones de ambientes y lugares y vestimentas no habría gran pérdida y el clima general sería el mismo y los hechos de la vida de Emma tendrían la misma valencia. De hecho, no pude evitar perderme y distraerme cuando Flaubert se ponía descriptivo, cada uno sujeto a su Zeitgeist.
7) Abracadabra: qué grande la escena del carruaje, después de que León arrastra a Emma fuera de la catedral. Quizás me exceda en mi especulación anacrónica, pero esa escena debió ser escandalosa en su tiempo. Y habrá causado escándalo sin nombrar en absoluto eso que estaba pasando dentro del carruaje (boas abiertas, boas cerradas: pensé en las cajas y los corderos de Saint-Exupery)...
i) Terminada de leer, siento que toda la novela está en la escena de los comicios, donde Flaubert contrapone el mundo romántico de Emma con la burda realidad de los premios a los criadores de chanchos. Todo lo que esta novela tiene para decir(me) está, en definitiva, magistral y sintéticamente plasmado ahí. (Dentro de unos años, cuando mi memoria haga estragos, como suele hacer, recordaré así a Madame Bovary: “¿esa es la novela en que una naifa juega a dejarse engatusar por uno que le hace el verso mientras afuera le dan un premio a una criadora de chanchos?”)...
iv) Toda la escena en que Rodolfo le hace el verso a Emma mientras a su alrededor tiene lugar una acto público (los “comicios”, en la traducción que leí) es fabulosa. Situémonos en el siglo XIX y reparemos en que el cine aún no existe. Si se dice que, con Madame Bovary, Flaubert participa de la creación de la novela moderna, sea eso lo que sea, ¿será también que con esta escena en particular inaugura la mentalidad que un siglo después será capaz de imaginar el montaje paralelo?
5) Qué embole las descripciones. Interrumpen la acción, se cuelan entre los acontecimientos, abruman con sustantivos que refieren a nada, que son abstractos a fuerza de nombrar cosas que ya no están en mi entorno y para las cuales no tengo, muchas veces, otra entidad que la que pueda proveer un diccionario. Sentí más de una vez que si se le sacara a esta novela todas las largas descripciones de ambientes y lugares y vestimentas no habría gran pérdida y el clima general sería el mismo y los hechos de la vida de Emma tendrían la misma valencia. De hecho, no pude evitar perderme y distraerme cuando Flaubert se ponía descriptivo, cada uno sujeto a su Zeitgeist.
7) Abracadabra: qué grande la escena del carruaje, después de que León arrastra a Emma fuera de la catedral. Quizás me exceda en mi especulación anacrónica, pero esa escena debió ser escandalosa en su tiempo. Y habrá causado escándalo sin nombrar en absoluto eso que estaba pasando dentro del carruaje (boas abiertas, boas cerradas: pensé en las cajas y los corderos de Saint-Exupery)...
i) Terminada de leer, siento que toda la novela está en la escena de los comicios, donde Flaubert contrapone el mundo romántico de Emma con la burda realidad de los premios a los criadores de chanchos. Todo lo que esta novela tiene para decir(me) está, en definitiva, magistral y sintéticamente plasmado ahí. (Dentro de unos años, cuando mi memoria haga estragos, como suele hacer, recordaré así a Madame Bovary: “¿esa es la novela en que una naifa juega a dejarse engatusar por uno que le hace el verso mientras afuera le dan un premio a una criadora de chanchos?”)...
11 junio, 2011
Lamento de Exú
Yo tuve un bar. No, no fue nada cool. Lo puse en sociedad con mi mejor amigo y nuestras respectivas esposas de entonces. Mala fórmula.
Pero no iba a eso. Para esa época yo tenía otro amigo, de origen brasileño. Me acordé por los pochoclos. Ví gente comiendo pochoclo en un bar y me acordé: una de las características que habíamos elegido para el nuestro era un enorme macetón plástico que poníamos, lleno de pochoclo, junto a la puerta de entrada, para que cada quien se sirviera a su gusto. Eso, y los colores rojo y negro con que estaba pintado el interior y que habíamos decidido conservar.
La cuestión es que a los pocos días de inaugurar, este amigo brasileño que decía vino a tomar algo y conocer el bar. Cuando vió las paredes pintadas de rojo y negro, dijo “son los colores de Exú. ¿Ustedes sabían que el maíz y los colores rojo y negro son los atributos de Exú?”. Y se puso a contarnos.
Exú es uno de los espíritus del candomblé brasileño, mensajero de los Orixás. Es un demonio, o más bien un duende, para nada malvado, pero pícaro y travieso. Un jodón.
“Una de sus gracias es pintarse la cara mitad roja y mitad negra. Espera a ver pasar a dos amigos conversando, y los cruza interponiéndose entre los dos, de modo que cada uno vea una mitad de su rostro. Tal vez no sea lo que busca el duende, que sólo es un bromista, pero la maldad consiste en que esos amigos se pelearán por establecer si se cruzaron con alguien que llevaba la cara pintada de rojo, o de negro”.
“Bueno, brindemos por Exú, entonces”, hubiera sido bueno que alguien propusiera, pero no recuerdo si brindamos, si nos reímos, o si hicimos algún chiste. No me acuerdo. Tampoco sé si la versión de la leyenda de Exú de mi amigo es parte de la tradición o un cuento de su invención.
“Y fíjense también que una de las manifestaciones de Exú es la forma de un perro”, terminó mi amigo, señalando al cuzco que, teatralmente, se colaba en el bar e iba a ovillarse debajo de la mesa del macetón de pochoclos, como si supiera.
Palabra: supongamos que exagero un poco al decir que la observación de mi amigo y la entrada del perro fueron simultáneas. Pero convengamos que la exacta cronometrización de esos acontecimientos es irrelevante para referir esa noche en que, más o menos mientras un amigo contaba su versión de la leyenda de Exú, un perro entraba a un bar rojo y negro donde se convidaba maíz tostado a los parroquianos.
Los detalles no cuentan. El negocio fue horrible y el bar duró abierto no más de tres o cuatro meses. Mi amigo y yo terminamos peleados.
Yo creo que esa noche, Exú estuvo en nuestro bar. Y para mí, iba pintado de rojo.
Pero no iba a eso. Para esa época yo tenía otro amigo, de origen brasileño. Me acordé por los pochoclos. Ví gente comiendo pochoclo en un bar y me acordé: una de las características que habíamos elegido para el nuestro era un enorme macetón plástico que poníamos, lleno de pochoclo, junto a la puerta de entrada, para que cada quien se sirviera a su gusto. Eso, y los colores rojo y negro con que estaba pintado el interior y que habíamos decidido conservar.
La cuestión es que a los pocos días de inaugurar, este amigo brasileño que decía vino a tomar algo y conocer el bar. Cuando vió las paredes pintadas de rojo y negro, dijo “son los colores de Exú. ¿Ustedes sabían que el maíz y los colores rojo y negro son los atributos de Exú?”. Y se puso a contarnos.
Exú es uno de los espíritus del candomblé brasileño, mensajero de los Orixás. Es un demonio, o más bien un duende, para nada malvado, pero pícaro y travieso. Un jodón.
“Una de sus gracias es pintarse la cara mitad roja y mitad negra. Espera a ver pasar a dos amigos conversando, y los cruza interponiéndose entre los dos, de modo que cada uno vea una mitad de su rostro. Tal vez no sea lo que busca el duende, que sólo es un bromista, pero la maldad consiste en que esos amigos se pelearán por establecer si se cruzaron con alguien que llevaba la cara pintada de rojo, o de negro”.
“Bueno, brindemos por Exú, entonces”, hubiera sido bueno que alguien propusiera, pero no recuerdo si brindamos, si nos reímos, o si hicimos algún chiste. No me acuerdo. Tampoco sé si la versión de la leyenda de Exú de mi amigo es parte de la tradición o un cuento de su invención.
“Y fíjense también que una de las manifestaciones de Exú es la forma de un perro”, terminó mi amigo, señalando al cuzco que, teatralmente, se colaba en el bar e iba a ovillarse debajo de la mesa del macetón de pochoclos, como si supiera.
Palabra: supongamos que exagero un poco al decir que la observación de mi amigo y la entrada del perro fueron simultáneas. Pero convengamos que la exacta cronometrización de esos acontecimientos es irrelevante para referir esa noche en que, más o menos mientras un amigo contaba su versión de la leyenda de Exú, un perro entraba a un bar rojo y negro donde se convidaba maíz tostado a los parroquianos.
Los detalles no cuentan. El negocio fue horrible y el bar duró abierto no más de tres o cuatro meses. Mi amigo y yo terminamos peleados.
Yo creo que esa noche, Exú estuvo en nuestro bar. Y para mí, iba pintado de rojo.
07 junio, 2011
"I turned to look but it was gone..."
En la versión de Londres de este año, en la que se reúnen Waters y Gilmour, podemos observar algo del orden escénico: Waters canta parado frente a la Pared. Gilmour toca desde allí arriba, del otro lado. La topología es casi freudiana: la voz cantante está aquí , de este lado de la pared, que lo separa de eso que puede que sea una voz pero que no significa nada, que simplemente es, aquello que no tiene letra (desdeño a mis fines el papel de Gilmour cantante, aunque, freudianamente, podríamos señalar que la parte que a Gilmour le toca cantar corresponde a los recuerdos infantiles: “when I was a child...”). Waters no nos deja dudas: golpea la pared hasta que una proyección crea la ilusión de que las piedras estallan descubriendo un sanguíneo cielo soleado. Los niveles de esta metáfora son muchísimos, más o menos obvios. Este viejo amigo que saluda a un adversario, en la reunión, pone un énfasis feliz y sobrecogedor, pero anecdótico. Algo que no debía estar separado por la pared se reunifica.
Pero decir más sería caer en zoncera o en pleonasmo. Creo que me entendieron. Ya lo dije: densa.
Pero decir más sería caer en zoncera o en pleonasmo. Creo que me entendieron. Ya lo dije: densa.
06 junio, 2011
Paralingüísticas
Demoledora cristalización de recursos multimedia: letra, música, sonidos concretos, imagen. Pero vuelvo a cuestiones de “lenguaje musical”. La segunda parte del solo empieza en anacrusa. Dos notas de una sencilla escala menor se tocan antes de que la que en definitiva es la misma nota del primer solo caiga ahora como ojival quinta con todo su peso en el primer tiempo fuerte del compás. De este conjunto de tres notas, me interesa el siguiente detalle: en todas las versiones de este solo que he escuchado, Gilmour ataca la primer nota con una técnica que consiste en hacer que la parte externa del dedo que sostiene la púa toque la cuerda casi inmediatamente después de haberla pulsado. Esto produce un “armónico”, algo que usted puede quizás identificar como un “romperse” del sonido, algo como un atragantarse de la guitarra. Siempre, pero siempre siempre, Gilmour ataca esa nota de esa manera. Es, normalmente, la nota con la que a mí se me hace un nudo en el estómago (si, ya sé, usted puede hablar en mi caso de una suerte de fijación fetichista o morbosa; no veo por qué habría yo de discutirle; cada quien fija sus afectos donde puede).
05 junio, 2011
“There’ll be no more...”
Sin embargo, sabemos que duele: ahí, en este fantástico anudamiento de los recursos multimediales de la forma canción, Waters elude la palabra y coloca un grito, el cristalizado “aaahhh” que toda versión de Comfortably numb debe contener.
(En la película, vemos que ese momento coincide con la primer reacción de Pink ante el mundo exterior, su respuesta con un grito desmesurado al pinchazo de la aguja, “just a little pin prick”; de hecho, al momento en que le quitan la aguja).
(En la película, vemos que ese momento coincide con la primer reacción de Pink ante el mundo exterior, su respuesta con un grito desmesurado al pinchazo de la aguja, “just a little pin prick”; de hecho, al momento en que le quitan la aguja).
04 junio, 2011
El verbo
La frase que hoy escojo como central en esta canción usa el verbo “to show”, mostrar. Podría haber sido: can you tell me where it hurts?, pero no: dice “show”. El dolor como algo observable, seguramente físico, presumiblemente situado en el cuerpo. El personaje no puede hablar (“just nod if you can hear me”), no puede decir qué le duele, pero se lo insta a mostrarlo. Doble imposibilidad: lo que le duele debería decirse más que mostrarse. Por eso, tanto porque no puede hablar como porque lo que duele no es del orden de lo físico, la pregunta queda sin respuesta.
03 junio, 2011
Sobre esta piedra...
Esta canción es el centro de equilibrio de toda esa construcción que es The Wall: el hombre herido en su alma, destruido por una maquinaria de producción que lo aliena de sí mismo, reparado famacológicamente (y ahí tenemos el arco que va desde el uso recreativo de drogas, hasta la famacopea psiquiátrica, pero también a los suplementos dietarios) para seguir funcionando. “Can you show me where it hurts?”
Who minds.
Who minds.
02 junio, 2011
El nudo
Y digo que esta canción es densa no en el sentido coloquial de ser angustiante, que puede serlo, sino en el sentido de que reúne en un espacio reducido (el proverbialmente reducido espacio de la “forma canción”) una cantidad enorme de significación.
Desde el vamos, está este nudo entre una “letra” (que hasta dice “I need some information, first”), y un solo de guitarra de una carga emocional que no precisa de palabras: la letra y lo que no tiene letra, frente a frente, o lado a lado, o como los quieran poner.
Desde el vamos, está este nudo entre una “letra” (que hasta dice “I need some information, first”), y un solo de guitarra de una carga emocional que no precisa de palabras: la letra y lo que no tiene letra, frente a frente, o lado a lado, o como los quieran poner.
01 junio, 2011
Lo inefable
Todos vimos The Wall y todos sabemos que la anécdota central de esta canción es la del cantante arruinado por las drogas que no logra ponerse en pie para salir al escenario, mientras un manager desesperado por su inversión intenta que lo reanimen. Todos nos hemos acostumbrado a suponer a esta escena (y a toda la película, y a toda la obra de Floyd) como un relato autobiográfico de Waters.
Pero, yendo más allá de su biografía, Waters formula la pregunta del millón: can you show me where it hurts?
Pero, yendo más allá de su biografía, Waters formula la pregunta del millón: can you show me where it hurts?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)