"¿No ves qué blanco soy, no ves?"
Serú Girán, Eiti Leda.
William Francis Fyrbildere murió de furia. Con el último aliento, entregó su espada a un noble caballero, Sir Patrick McNee, que aceptó así un compromiso de venganza. Otros doce nobles caballeros se le unieron en la batida y salieron en busca del dragón. Partieron hacia el este, más allá del Canal, más allá del Rin, más allá.
En el camino, los nobles caballeros lucharon con osos, lobos, hombres y otros demonios. Fueron atacados, emboscados y despedazados. Murieron de a uno, de a dos, nunca de a tres.
Sir Patrick McNee fue el único en llegar a la tierra que todavía sueñan los druidas galeses. Sus leales perros identificaron el rastro del dragón. Lo siguieron, lo cercaron.
El combate fue colosal, como quieren las historias de espadas y dragones. Lacerado y quemado, Sir Patrick McNee logró arrancar los ojos de la bestia.
En un aullido de furia, el dragón descubrió el pecho. Sir Patrick McNee hundió su espada vengadora hasta el mismo corazón incandescente.
Con la muerte del dragón, hubo un flamear de palomas, un remover de arenas, terror de mangostas e hilos e hilos de zorros, blancos, pánicos, fugaces.
Sir Patrick McNee yace exánime en algún lugar de la tierra soñada por los druidas.