Un amigo me pasa un link a un video you tube de Dennis Chambers y acota una cita extraída de la película 24 hour people, algo como que el jazz es una música donde los músicos disfrutan más que el público. Implícito: es una música que está hecha más para ser tocada que para ser escuchada.
Mi asociación: una idea que leí por ahí, en algún blog amigo, la de que la poesía debe mas bien escribirse que leerse.
Algo en común. El jazz, dicen algunos, es más un lenguaje que un género. Algo en común: ¿cómo se imagina el mundo un jazzero, cómo se lo imagina un poeta? Un mundo de pares, un mundo donde todos son jazzeros, un mundo donde todos son poetas: mas bien tocar, mas bien escribir.
Derecho a, y responsabilidad de, una vuelta de solo para cada quien: "he ahí el lenguaje, Sr o Sra, a ver qué hace usted con eso".
No me hago el misterioso: pienso en los blogs, también...
25 abril, 2007
17 abril, 2007
Autopista La Plata - Buenos Aires II
Zanfonía. Un caja de resonancia, un rueda que gira accionada mediante una manivela, y unas cuerdas. Frotadas. El principio es el mismo que hace que las patas del grillo y las alas de la cigarra vibren. Como en una viola, las notas nacen de la frotación. Así, el sonido que quiero describir, intuyo, adivino, porque lo escucho sin poder ver qué es lo que lo produce, surge de una frotación, aunque, a diferencia del que emite una viola, que implica el movimiento de una lanzadera, este tiene el largo aliento del sinfín de una rueda, como la de la zanfonía. Ahora dejo de pensar en grillos, cigarras y violas e imagino el canto de las ballenas. Se me figura un sonido casi de ultratumba, algo que proviene de una copiosa inmaterialidad. El sonido que describo tiene esa abisalidad, obtiene su cualidad mohosa de las capas y capas de agua que encubren a las ballenas. O de la arcaica antigüedad que desde el pasado sumerge a las zanfonías. Esta vibración tiene esa cualidad mohosa. Sin embargo, es de frecuencia humana, en el registro de una mezzosoprano o de un tenor. Por eso la viola y la rueda. Va y viene, de acuerdo con el vaivén del ambiente donde se produce, una ballena gigante, navegando la copiosa materialidad de la autopista, el micro. Apareciendo y desapareciendo sobre el ronroneo indiferenciado del motor y del viento, una serie de notas de ataque suave brotan de algún eje o de alguna rueda, frotación sostenida, y se combinan en acordes imprevisibles, dos notas, tres notas, una melodía automática y caprichosa. Este micro canta.
16 abril, 2007
Me doy cuenta, visto el post anterior, de que me imagino de viejo o algo así releyendo blogs, incluso mi propio blog. ¿Me imagino un viejo nostálgico y decadente? ¿Cómo seremos, de viejos, los que hoy blogueamos? ¿Habrá memoria? ¿Tendremos pasado y ese pasado estará escrito en nuestros blogs?
¿Seremos blogarquéologos tratando de reconstruir una historia que creímos efímera, hurgando en las fantasmagóricas virtualidades del Internet Archive?
¿Cuál es el lugar de la memoria en un mundo de bitácoras en trance de desaparición?
¿Seremos blogarquéologos tratando de reconstruir una historia que creímos efímera, hurgando en las fantasmagóricas virtualidades del Internet Archive?
¿Cuál es el lugar de la memoria en un mundo de bitácoras en trance de desaparición?
12 abril, 2007
El día que Hotmail cayó
Nada. Un amigo brasileño me encuentra en el GTalk y me pregunta: "¿Tampoco anda Hotmail allá?". Pruebo. A mí no me anda. Indago en Technorati y encuentro montones de post preguntando si cada uno es el único con problemas. También hay un artículo sumando votos en Menéame.
Síndrome de abstinencia o de repente estar solo, desconectado.
Nada. Un post para marcar un día que Hotmail estuvo down, una especie de mensaje para el hombre que seré en el futuro, el que encuentre este post y piense quién era aquel que se fijaba en estas cosas...
Síndrome de abstinencia o de repente estar solo, desconectado.
Nada. Un post para marcar un día que Hotmail estuvo down, una especie de mensaje para el hombre que seré en el futuro, el que encuentre este post y piense quién era aquel que se fijaba en estas cosas...
05 abril, 2007
Eras tan Lelouch
Era Ginebra y era gris y era resplandor la llovizna sobre la Rue Lausanne. Nos encontramos compartiendo el desayuno en una mesa de hotel. Su inglés era notablemente mejor que el mío, pero teníamos ganas de hablar.
Tardé en darme cuenta, en cierto momento de la conversación, de que ese sonido cerrado y rígido que ella emitía era el modo ruso de pronunciar "guevara". Me reí, sin sarcasmo, mas bien como una palmada en la frente. Repetí: "guevara", con mi dicción rioplatense. Ella también se rió y trató de imitar ese sonido. Fracasó.
Ella tomó té y noté que guardaba en los ojos la furia de guerra que se agita tras las ventanas, casa por casa. Yo preferí el café.
Quedamos en encontrarnos a la noche. Bailamos unos tangos inevitables (es decir, fatales).
Llego entonces a un punto de mi relato que no puedo sortear, aunque podría intentar escaparle diciendo aquello, banal, de que estaba, de pronto y sin saber cómo, besándola. Después de todo, ese instante desapercibido es parte de una serie imposible de segmentar, como la que incluye a la gota que hace rebalsar al vaso. Sin embargo, tengo una pista.
Fue un chiste tonto lo que puso su boca a tiro de mi boca. Yo había descubierto hacía un rato que podía hacerla reir (que ella estaba dispuesta a conceder ese premio a la vanidad de mi ingenio), y cuando un hombre (este hombre) descubre que puede hacer reir a una mujer, se siente temerario y audaz. Mientras ella reía, decidí "arriesgar la boca a beso o cachetada". Salió beso.
Y fuimos a su habitación. Ya no hablamos. La desvestí. Era Ginebra. Y era lento. Y era resplandor su piel blanca en ese hotel de la Rue Lausanne. Empezó a hablar otra vez, palabras sueltas en ruso. Entendí el juego y nos dedicamos a elaborar nuestro privado diccionario bilingüe de los pecados y los vicios.
Nunca más volveré a saber los nombres rusos de las partes del cuerpo que importan en estas circunstancias. "Boca", "рот", quizás. Los demás los he olvidado, al menos lo suficiente.
Pero, al final, capricho de mujer, eligió cambiar otra vez el juego, volver al inglés que al principio nos había ofrecido la esperanza de entendernos.
"I come", murmuró, y me sorpendió. Todavía sujeto por las reglas del otro juego, yo iba a decir: "me voy". Y supe que ese diverso rumbo, la contradictoria dirección, era un sino.
Dormimos juntos. Por la mañana, cada uno salió para cumplir sus propios compromisos sin acordar nada para después. La crucé por la tarde caminando por la Rue du Rhône. Me saludó con una sonrisa indiferente, como dedicada a un extraño que cubriera con su capa un charco a fin de franquearle el paso, en una galantería que ella se vería obligada a agradecer pero cuyas consecuencias se impondría conjurar.
Después de eso, como dice el tango, no la ví mas.
Tardé en darme cuenta, en cierto momento de la conversación, de que ese sonido cerrado y rígido que ella emitía era el modo ruso de pronunciar "guevara". Me reí, sin sarcasmo, mas bien como una palmada en la frente. Repetí: "guevara", con mi dicción rioplatense. Ella también se rió y trató de imitar ese sonido. Fracasó.
Ella tomó té y noté que guardaba en los ojos la furia de guerra que se agita tras las ventanas, casa por casa. Yo preferí el café.
Quedamos en encontrarnos a la noche. Bailamos unos tangos inevitables (es decir, fatales).
Llego entonces a un punto de mi relato que no puedo sortear, aunque podría intentar escaparle diciendo aquello, banal, de que estaba, de pronto y sin saber cómo, besándola. Después de todo, ese instante desapercibido es parte de una serie imposible de segmentar, como la que incluye a la gota que hace rebalsar al vaso. Sin embargo, tengo una pista.
Fue un chiste tonto lo que puso su boca a tiro de mi boca. Yo había descubierto hacía un rato que podía hacerla reir (que ella estaba dispuesta a conceder ese premio a la vanidad de mi ingenio), y cuando un hombre (este hombre) descubre que puede hacer reir a una mujer, se siente temerario y audaz. Mientras ella reía, decidí "arriesgar la boca a beso o cachetada". Salió beso.
Y fuimos a su habitación. Ya no hablamos. La desvestí. Era Ginebra. Y era lento. Y era resplandor su piel blanca en ese hotel de la Rue Lausanne. Empezó a hablar otra vez, palabras sueltas en ruso. Entendí el juego y nos dedicamos a elaborar nuestro privado diccionario bilingüe de los pecados y los vicios.
Nunca más volveré a saber los nombres rusos de las partes del cuerpo que importan en estas circunstancias. "Boca", "рот", quizás. Los demás los he olvidado, al menos lo suficiente.
Pero, al final, capricho de mujer, eligió cambiar otra vez el juego, volver al inglés que al principio nos había ofrecido la esperanza de entendernos.
"I come", murmuró, y me sorpendió. Todavía sujeto por las reglas del otro juego, yo iba a decir: "me voy". Y supe que ese diverso rumbo, la contradictoria dirección, era un sino.
Dormimos juntos. Por la mañana, cada uno salió para cumplir sus propios compromisos sin acordar nada para después. La crucé por la tarde caminando por la Rue du Rhône. Me saludó con una sonrisa indiferente, como dedicada a un extraño que cubriera con su capa un charco a fin de franquearle el paso, en una galantería que ella se vería obligada a agradecer pero cuyas consecuencias se impondría conjurar.
Después de eso, como dice el tango, no la ví mas.
19-Juan Pablo Bochatón, Tomo lo que encuentro |
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