Usá una hoja de papel rectangular. Tomá una de las esquinas y doblá la hoja hasta que esa esquina toque un punto cualquiera del lado largo, opuesto, del papel, adoptando la forma de un triángulo al que le brotara por uno de sus lados una especie de pedestal retangular.
Ese pedestal rectangular deberá cortarse de modo tal que el triángulo quede liberado (no tirés el rectángulo, se usará luego).
Luego, desdoblá la hoja de modo tal que obtengas un cuadrado. Ese cuadrado tendrá un pliegue que sigue una de sus diagonales. Deberás unir ahora las otras dos esquinas, doblando la hoja otra vez en triángulo, pero de manera que, al desplegarla, la otra diagonal del cuadrado quede marcada.
Llegados a este punto, al desplegar la hoja, deberás tener un cuadrado más o menos perfecto cuyas dos diagonales son surcadas por sendas marcas. Recordá que el rectángulo sobrante (ese que era como una base o pedestal del primer triángulo) debe guardarse porque nos resultará útil luego.
Ahora, tenés que tomar la hoja por uno cualquiera de los dobleces realizados, como si fueras a formar nuevamente el triángulo, pero antes de que el triángulo llegue a concretarse, empujás hacia adentro los pliegues, de modo tal que la hoja se abra por el doblez libre, adoptando la forma esquemática del armazón de una pirámide, con una base en estrella. Debe quedarte algo como una punta de flecha o de arpón. Deberás aplastar la punta de flecha o armazón de pirámide hasta lograr un nuevo triángulo, de tipo isósceles y más pequeño que el primero, compuesto por dos triángulos siameses unidos desde el ápice por dos discretos pliegues interiores, cuya base es mayor que los lados y que constituyen una suerte de doble sobre.
Será más cómodo que apoyes esta nueva figura sobre la mesa, para poder tomar las puntas del triángulo siamés que mira hacia arriba y doblar esas puntas hasta que toquen el ápice común. Deberías lograr algo así como un triángulo que tuviera encima, hermano siamés, una suerte de rombo o de diamante.
Entonces, desplegás el diamante. Volvés a tener los isósceles siameses, pero el de arriba tiene dos surcos que dibujan la línea que une el centro de cada lado menor con el centro de la base. Tomás los lados menores del triángulo y los plegás hacia el centro, haciendo que queden paralelos entre sí y respecto de la línea imaginaria que une el ápice de los triángulos con la base, o sea, esa línea que en geometría se representa con el símbolo "h". Ahora nuestro isósceles que apoya en la mesa tiene por hemano siamés a un nuevo rombo, pero uno de los extremos del rombo sobresale del área del triángulo, dibujando una especie de aladelta que tuviera unos alerones en la parte de atrás, o podría ser una mantarraya que en lugar de cola, larga y finita, tuviera pegado un triángulo de papel que apuntara hacia el camino recorrido...
Sea lo que fuere que la figura parezca, debe volver a desplegarse hasta recomponer los tiángulos siameses. El de arriba, el que no apoya en la mesa, tiene marcadas cuatro líneas, las que ya dijimos, que unen los centros de cada uno de los lados menores con el centro de la base, y dos que, partiendo del ápice, llegan a la base, entre los extremos y el medio, partiéndola en cuartos. Estos pliegues se cruzan, más o menos en el centro del área de cada una de las mitades del triángulo.
Es el momento de realizar un doblez que una cada cuarto de la base con el centro da cada uno de los lados menores, forzando al papel a doblarse siguiendo las marcas ya realizadas, y aplastar ese pliegue contra el centro del triángulo que sigue sobre la mesa. La figura resultante es indescriptible: tenemos en la base el triángulo isósceles que apoya en la mesa, que no hemos tocado para nada. Sobre él, su hermano siamés, un rombo del cual surgen hacia el techo, o hacia nuestro rostro, o hacia la mirada de Dios, que cada quien elija el punto de referencia que más le conmueva, unos cuernos, o unas orejas de gato, o dos menhires como los de Tebas, Stonehenge, Pascua o algún lugar así.
Pero no dejaremos los menhires haciendo su alabanza al cielo o lo que sea que los menhires hagan. No, los volcaremos hacia el ápice del triangulo basal, allí donde se unen los lados menores. El triángulo basal tiene a su hermano siamés convertido en una figura que recuerda vagamente a una vulva, una vulva cubista, a juzgar por las líneas rectas que la trazan o por la ortogonalidad de su silueta. En todo caso, reconozco que el símil es susceptible de psicoanálisis de salón.
Y ha llegado el momento de recuperar aquel rectángulo que era la base, o pedestal, del tríangulo equilátero con el que comenzó esta metamorfosis. Dóblenlo a la mitad, longitudinalmente, para volver a desplegarlo. Escojan uno de los lados cortos y tomen los vértices, plegándolos hacia adentro, hasta que se toquen en la línea que ha quedado trazda en el centro, de modo tal que el extremo del rectángulo se convierta en una punta. Y también es momento de recordar que el triángulo basal que permaneció sobre la mesa mientras realizábamos todos los pliegues que transformaron a su hermano siamés en una vagamente vulva cubista conforma algo así como un sobre, dentro del cual deberá insertarse el extremo afilado de nuestro rectángulo, de manera que la punta calce por dentro en el ápice del triángulo.
Quedó una especie de paraguas o sombrilla, o un hongo o la silueta del humo de una explosión nuclear, todo, claro, con una mirada cubista o algo así. Pero no durará mucho. Doblá el ápice del triángulo hacia adentro, hacia el lado opuesto a aquel que parece una vulva. Los que por un momento parecían menhires u orejas de gato, quedarán apuntando, como tenazas de una tarántula, por ejemplo, hacia el ausente ápice del que ahora es un trapecio.
Nuestra figura completa recuerda ahora vagamente a una letra T con cuernitos. Doblaremos la T longitudinalmente, uniendo los extremos de los brazos por el lado liso, el contrario al de los pliegues esos que parecían una vulva y que se terminaron transformando en las tenazas de una tarántula. Si acostamos nuestra figura, tenemos algo que recuerda a un pájaro, con alas trapezoidales y un pico corto.
Pero a lo que constituye el tronco del pájaro, lo que era la pata de la T, le arrancaremos un pedazo de papel, un pedazo cuneiforme, suficiente como para lograr que ese rectángulo adquiera el perfil del fuselaje de un avión, con su timón de cola.
¿Te salió? ¿No? Claro, para saber cómo se hacen estos avioncitos de papel deberías haber estado ahí, en aquellas tardes del barrio de Flores, en silencio como yo, azorado, viendo a mi viejo operar para mí la mágica transformación de un papel en aeronave ("cuanto más exactos sean los pliegues, mejor volará tu avión"), una y otra vez, mil y un avioncitos, hasta que aprendí el truco, los pases.
23 febrero, 2007
22 febrero, 2007
"Picture yourself in a boat on a river".
...with tangerine trees and marmalade skies.
Somebody calls you, you answer quite slowly,
A girl with caleidoscope eyes."
John Lennon, Lucy in the sky with diamonds.
Pero tuve la sensación de que una enumeración así haría ver a esa edificación como algo mucho más estable de lo que es. Sin embargo, debo hacer justicia al hecho de que este blog es la evolución (pokemoniana) de otro que se llamaba Glosa, como la novela de Saer.
Pero para hoy, preferí, quizás, exponer una actitud. Escoger de entre esos libros o autores un par que merezcan mención. No son tal vez los más importantes, ni los más recurridos, ni los más viejos, ni los más recientes, ni los más importantes, ni los más definitorios.
Son, en mi caso, dos "básicos" entre los que quiero imaginar un vínculo hoy.
A McLuhan se lo vapulea mucho y seguramente se lo puede hacer con argumentos sólidos.
De un otro lado, a veces, he visto poner a Benjamin, tan noble, tan serio, a veces hasta tan oscuro y críptico.
Sin embargo, me encantaría presenciar, con Lucy in the Sky with Diamonds como música de fondo, una charla entre el Benjamin que en sus Historias y relatos escribió "Historia de un fumador de hachís" y McLuhan.
Y buscar que me conviden algo (algo, apenas) de lo que estén fumando.
"Picture yourself in a boat on a river".
Lucy in the sky with diamonds |
(Post scriptum: me cacho en Bitácoras.com; ahora parece que los enlaces a mi viejo blog caen en un mensaje de error; apelo a vuestra comprensión)
20 febrero, 2007
16 febrero, 2007
Serious damage may result if karma falls...
"When using karma, basic safety precautions as below should allways be followed.Important safety instructions (Mutation 2), de Vernon Reid, en Mistaken Identity, de 1996.
To reduce the risk of fire, electric shock or personal injury, read and understand all instructions.
2. Do not use this karma near the water, for example: near a bathtub, wash-pool and the like.
3. Do not cover slots and openings of this karma, for they are provided for ventilation an protection against overheating. Never place karma near radiators or employ when proper ventilation is not provided.
4. Install this karma securely on stable surface. Serious damage may result if karma falls.
5. To reduce the risk of electric shock, do not disassemble karma but take it to a qualified service man when some service or repair work is required. Openings or removing covers may expose you to dangerous voltage or other risks. Incorrect reassembly can cause electric shock when the appliance is subsequently used.
Save this instructions.
Warning!
To prevent fire or shock hazard, do not expose this karma to rain or any type of moisture.
Thank you for listening."
09-Vernon Reid-Imp... |
Y yo me pregunto, una pregunta que ha de ser tan vieja como la música pero que el tío Francesco formuló en esta forma tan directa y simple: Does humor belong in music?
Buen fin de semana everybody.
14 febrero, 2007
Esta silla en realidad es un vacío
En teoría, dejando de lado sutilezas y sofisticaciones, es posible afirmar que toda escritura es un plagio, que nadie usa sino texto usado, creado por otros.
Con el mismo nivel de simplificación, puede decirse que, en teoría, dado que entre los electrones que conforman esta silla en que me siento no hay nada, la silla es mero espacio vacío.
Entonces, si usted toma mi silla, puede decir que no me ha robado nada. Y yo, le digo la verdad, como me gustan estas cosas así medio esotéricas, tendría genuina curiosidad por saber cómo pretende usar esa nada que no me ha robado, por comparar incluso la manera en que la usaría usted en relación con cómo la he usado yo. Podría yo hallar en esa comparación cosas interesantes, no se lo niego.
Sin embargo, vivimos en un mundo donde, a todos los fines prácticos, usted me habría robado la silla.
Ahora bien, si la necesita, puede pedírmela prestada. Puede incluso discutir mi derecho a usufructuarla, o afirmar el suyo a usarla en mi lugar. Hay maneras para todo eso, algunas por cierto antipáticas, no lo vamos a negar. Tendría que hacer valer sus argumentos.
Pero no me venga, por favor, con que, a los fines que nos interesan, es espacio vacío...
Con el mismo nivel de simplificación, puede decirse que, en teoría, dado que entre los electrones que conforman esta silla en que me siento no hay nada, la silla es mero espacio vacío.
Entonces, si usted toma mi silla, puede decir que no me ha robado nada. Y yo, le digo la verdad, como me gustan estas cosas así medio esotéricas, tendría genuina curiosidad por saber cómo pretende usar esa nada que no me ha robado, por comparar incluso la manera en que la usaría usted en relación con cómo la he usado yo. Podría yo hallar en esa comparación cosas interesantes, no se lo niego.
Sin embargo, vivimos en un mundo donde, a todos los fines prácticos, usted me habría robado la silla.
Ahora bien, si la necesita, puede pedírmela prestada. Puede incluso discutir mi derecho a usufructuarla, o afirmar el suyo a usarla en mi lugar. Hay maneras para todo eso, algunas por cierto antipáticas, no lo vamos a negar. Tendría que hacer valer sus argumentos.
Pero no me venga, por favor, con que, a los fines que nos interesan, es espacio vacío...
13 febrero, 2007
Charles Kinbote diseña un hipertexto
Para decirlo mal y pronto, Pale Fire (Pálido Fuego) de Vladimir Nabokov vendría a ser el comentario que un profesor de literatura, Charles Kinbote, escribe sobre el poema póstumo de un colega, John Shade, asesinado en su presencia. La novela pretende ser una edición comentada del poema de Shade y se inicia con un Prefacio, firmado por Kinbote, al cual sigue el poema, para terminar con una serie de comentarios a cargo de Kinbote, los que constituyen en definitiva el grueso de la novela y en los que se nos va pintando la historia y el carácter del comentador.
En el prefacio, mientras explica el cómo y el por qué de la edición comentada, Kinbote asegura que:
A Kinbote le molesta el paginado. Se imagina (entiendo que se imagina) una superficie continua donde todo el texto esté a la vista. Si eso no pudiera ser, ¿por qué no tener dos libros y listo? Y quien dice dos dice tres, cuatro, N libros.
O sea: texto fluido en una superficie (al menos teóricamente) infinita, a lo largo de la cual podamos hacer eso que nosotros nos hemos acostumbrado a llamar scroll y, además o en su defecto, N ventanas que nos permitan ver diferentes segmentos de una misma unidad. Kinbote quiere un browser, bah.
Lo del scroll suena a arcaísmo. Me imagino a un egipcio leyendo un viejo papiro o a esos pregoneros de las películas sobre el medioevo que desenrollan un bando a medida que lo leen (por cierto, "scroll" quiere decir, justamente, "rollo").
Pero lo que hace que Kinbote esté más cerca de nosotros que de los egipcios o los pregoneros es lo de las dos copias: para él es natural la reproductibilidad de la obra, es obvia, se da por descontada. Al contrario, tener dos o N ejemplares de un mismo libro era impensable para un egipcio o un erudito medieval, cada libro era único y copiarlo requería un despliegue de trabajo humano desmesurado en relación con el capricho de un estudioso de no tener que molestarse en pasar páginas.
Pero para Kinbote, como para nosotros, no es descabellado. Además, pretende que, a pesar de la costumbre (¡la costumbre!), el texto no se lea secuencialmente, sino que se vaya derecho a las notas, se vuelva al poema y se vuelva a las notas mientras tanto. Kinbote, que escribe un comentario donde cada nota refiere a un verso o grupo de versos de un poema, hubiera flasheado con la posibilidad de hacer hipervínculos.
Pero bueno: Kinbote, y disculpen el spoiler1, estaba completamente del moño.
En el prefacio, mientras explica el cómo y el por qué de la edición comentada, Kinbote asegura que:
"...notes, arranged in a running commentary, will certainly satisfy the most voracious reader. Although those notes, in conformity with custom, come after the poem, the reader is advised to consult them first and then study the poem with their help, rereading them of course as he goes through its text, and perhaps, after having done with the poem, consulting them a third time so as to complete the picture. I find it wise in such cases as this to eliminate the bother of back-and-forth leafings by either cutting out and clipping together the pages with the text of the thing, or even more simply, purchasing two copies of the same work which can then be placed in adjacent positions on a comfortable table..."
(Una traducción a mi propio riesgo: "las notas, dispuestas en un comentario continuo, satisfarán sin dudas al lector más voraz. Aunque, de conformidad con la costumbre, están colocadas a continuación de la obra, se recomienda consultarlas primero y estudiar luego el poema con su ayuda, releerlas a medida que avanza por el texto y, probablemente, una vez terminada la lectura, consultarlas una tercera vez para completar la idea general. En casos como éste, me ha parecido sabio, a fin de eliminar las molestias del paginado, cortar las hojas y engramparlas juntas, o, aún más simple, adquirir dos ejemplares de la obra y disponerlos uno junto al otro en un escritorio cómodo..."
A Kinbote le molesta el paginado. Se imagina (entiendo que se imagina) una superficie continua donde todo el texto esté a la vista. Si eso no pudiera ser, ¿por qué no tener dos libros y listo? Y quien dice dos dice tres, cuatro, N libros.
O sea: texto fluido en una superficie (al menos teóricamente) infinita, a lo largo de la cual podamos hacer eso que nosotros nos hemos acostumbrado a llamar scroll y, además o en su defecto, N ventanas que nos permitan ver diferentes segmentos de una misma unidad. Kinbote quiere un browser, bah.
Lo del scroll suena a arcaísmo. Me imagino a un egipcio leyendo un viejo papiro o a esos pregoneros de las películas sobre el medioevo que desenrollan un bando a medida que lo leen (por cierto, "scroll" quiere decir, justamente, "rollo").
Pero lo que hace que Kinbote esté más cerca de nosotros que de los egipcios o los pregoneros es lo de las dos copias: para él es natural la reproductibilidad de la obra, es obvia, se da por descontada. Al contrario, tener dos o N ejemplares de un mismo libro era impensable para un egipcio o un erudito medieval, cada libro era único y copiarlo requería un despliegue de trabajo humano desmesurado en relación con el capricho de un estudioso de no tener que molestarse en pasar páginas.
Pero para Kinbote, como para nosotros, no es descabellado. Además, pretende que, a pesar de la costumbre (¡la costumbre!), el texto no se lea secuencialmente, sino que se vaya derecho a las notas, se vuelva al poema y se vuelva a las notas mientras tanto. Kinbote, que escribe un comentario donde cada nota refiere a un verso o grupo de versos de un poema, hubiera flasheado con la posibilidad de hacer hipervínculos.
Pero bueno: Kinbote, y disculpen el spoiler1, estaba completamente del moño.
09 febrero, 2007
Nota al pie
En el orden de casualidades que le gustan a Puck,
publico este texto, que esperaba su oportunidad,
entusiasmado con el impactante video ensayo
que descubrió Aydesa.
publico este texto, que esperaba su oportunidad,
entusiasmado con el impactante video ensayo
que descubrió Aydesa.
No hace tanto que me dí la oportunidad de leer un clásico que no había leído: la célebre "Nota al pie" de Rodolfo Walsh. ¡Maravilla! Iba en el micro sonriendo de gusto (porque a mí me pasa eso de ir leyendo la historia de un tipo que se pira y se suicida, encontrar magia en la forma en que me la cuentan y hallar en eso tanto gusto que me sonrío).
Pero se me ocurre la siguiente consideración: "Nota al pie" funda su lógica y su eficacia en la mentalidad de la máquina de escribir (y en la retórica del cine, también). El paginado del cuento es caprichoso, amañado. La cantidad de líneas por página es fija y debe mantenerse así para que se logre el efecto. Es decir, "Nota al pie" no es lo que en estos días de pantallas de resolución variable y de formatos múltiples se llamaría "texto fluido".
¿Quieren arruinar definitivamente el cuento de Walsh? Escanéenlo, pásenlo a Word, coloquen cuerpo y nota en sus respectivos contenedores automáticos previstos por el programa y empiecen a jugar con los parámetros de texto que Walsh, hombre de Remington, no tenía a su disposición: tamaño de letra, márgenes, interlineado, tipo proporcional o monoespaciado, etc.
Y la delicada arquitectura del cuento, la estudiada relación que en cada página adquieren la nota y el cuerpo de texto, esa que hace pensar en un cinematográfico montaje paralelo, se desmorona, vale decir, como un castillo de naipes.
Me dirán: especulación anacrónica, un sofisma, una falacia.
Y claro. Tendrían razón.
Pero para que haya texto fluido primero hubo Remingtons. La cuestión es que Remingtons ya no hay más.
08 febrero, 2007
¿Se acuerdan de cuánto queríamos a Steve Ray?
Un tío, que quiso enseñarme a tocar la guitarra, me dijo alguna vez el objetivo era lograr acariciarla.
Ahora me acordé ansí, enredepente.
07 febrero, 2007
"...no me es posible ni tan siquiera imaginar..."
"..que pueda hacerse el amor mas que volando."
Oliverio Girondo dixit.
Oliverio Girondo dixit.
La noticia es ésta.
Y yo me pregunto cómo será garchar en gravedad cero...
05 febrero, 2007
Solo como un perro
Estaba yo en el pozo cuando Gaspar se rió.
-Qué... -dije.
-Mirá lo que te hace hacer un perro, curepí-aclaró. Reí también.
-Dejame a mí -se metió en el agujero y cada palada suya eran dos de las mías-. Se nos va a hacer de día.
Mientras yo recuperaba el aliento, ví a Juan que se asomaba sobre su cerco. Mi mujer andaba por ahí.
-Son amigos, ¿no?
No escuché la respuesta de mi mujer, que le habrá dicho "sí, son Pablo y Gaspar". Menos mal. A Juan le gusta jugar a los policías y ladrones y podríamos habernos comido un par de chumbazos. Habrá recibido además un resumen de situación: se murió el perro de los vecinos de enfrente. Hoy a la tarde. Venía jodido, una especie de tumor.
Y para enterrar un gran danés hay que hacer un pozo casi como para meter a una persona. Si. Más o menos como para una persona.
-Le faltaba hablar -la prima de Gaspar se arrimó a acompañarnos, sin querer ver al perro.
-Las cosas que hay que hacer por los vecinos -dijo Gaspar, en un descanso.
-Y... no podemos dejarlo ahí tirado hasta que a los dueños se les dé por terminar sus vacaciones -y bajé yo al pozo.
-Es que estaba depresivo.
-El tumor en la pata ya lo tenía...
-Ya lo tenía, sí, pero se entregó. Estaba triste de estar solo. ¿Lo viste como estaba hoy?
Si, claro, si lo bajé yo de la camioneta del veterinario. Un perrazo de sesenta kilos tirado en una lona que usamos como camilla para llevarlo a su canil, con la cabeza colgando, ya como muerta. Si: entregado.
La luna llena completaba nuestro cuadro de sepultureros. Pensarán que busco darle a mi relato un toque banalmente tétrico, pero era así, nomás. Ahí estábamos y había luna. Luna, luna llena.
Menguante.
Me doy cuenta de que no le sacamos la cadena del cuello. La imagino con destino de fósil: la encontrarán cuando alguien decida construir en este baldío.
No sé por qué pero no fue con la primera palada que le hechamos encima, después de descoyuntarle las patas para acomodarlo en el hueco de todas maneras estrecho, sino con la segunda que Gaspar se despidió.
-Chau, Bull.
Ingenuamente, como un conjuro, después de todo quizás en eso consiste, repetí el saludo en voz baja. Seguimos llenando el pozo hasta que quedó el montón de tierra removida. Después, lavamos las palas.
-Qué... -dije.
-Mirá lo que te hace hacer un perro, curepí-aclaró. Reí también.
-Dejame a mí -se metió en el agujero y cada palada suya eran dos de las mías-. Se nos va a hacer de día.
Mientras yo recuperaba el aliento, ví a Juan que se asomaba sobre su cerco. Mi mujer andaba por ahí.
-Son amigos, ¿no?
No escuché la respuesta de mi mujer, que le habrá dicho "sí, son Pablo y Gaspar". Menos mal. A Juan le gusta jugar a los policías y ladrones y podríamos habernos comido un par de chumbazos. Habrá recibido además un resumen de situación: se murió el perro de los vecinos de enfrente. Hoy a la tarde. Venía jodido, una especie de tumor.
Y para enterrar un gran danés hay que hacer un pozo casi como para meter a una persona. Si. Más o menos como para una persona.
-Le faltaba hablar -la prima de Gaspar se arrimó a acompañarnos, sin querer ver al perro.
-Las cosas que hay que hacer por los vecinos -dijo Gaspar, en un descanso.
-Y... no podemos dejarlo ahí tirado hasta que a los dueños se les dé por terminar sus vacaciones -y bajé yo al pozo.
-Es que estaba depresivo.
-El tumor en la pata ya lo tenía...
-Ya lo tenía, sí, pero se entregó. Estaba triste de estar solo. ¿Lo viste como estaba hoy?
Si, claro, si lo bajé yo de la camioneta del veterinario. Un perrazo de sesenta kilos tirado en una lona que usamos como camilla para llevarlo a su canil, con la cabeza colgando, ya como muerta. Si: entregado.
La luna llena completaba nuestro cuadro de sepultureros. Pensarán que busco darle a mi relato un toque banalmente tétrico, pero era así, nomás. Ahí estábamos y había luna. Luna, luna llena.
Menguante.
Me doy cuenta de que no le sacamos la cadena del cuello. La imagino con destino de fósil: la encontrarán cuando alguien decida construir en este baldío.
No sé por qué pero no fue con la primera palada que le hechamos encima, después de descoyuntarle las patas para acomodarlo en el hueco de todas maneras estrecho, sino con la segunda que Gaspar se despidió.
-Chau, Bull.
Ingenuamente, como un conjuro, después de todo quizás en eso consiste, repetí el saludo en voz baja. Seguimos llenando el pozo hasta que quedó el montón de tierra removida. Después, lavamos las palas.
01 febrero, 2007
...y mi padre dándome explicaciones, queriendo ser comprendido. Ser comprendido será ser justificado y eximido de culpa: las razones son causas y las causas son fatalidades: las cosas no pudieron ser hechas de otro modo. La historia familiar es una historia de fracasos, traiciones y envidias. Como cualquier historia familiar, convengamos, lo que hace mágico y maravilloso al relato de una historia familiar. Y en esa historia se recortan las decisiones sin brújula de mi padre. Categóricas, indudables, pero necesitadas de la mirada comprensiva del hijo. Y ahí estoy yo, viendo las lágrimas empujar desde cuarenta años atrás hasta hacerse irrefrenables. Siento que entiendo, que comprendo y que me importa un carajo si las cosas fueron como fueron o podrían haber sido de otro modo. Fueron. Y eso es, al menos, lo que me gustaría creer. Que ya fueron y que no me atan.
Sin embargo.
Ahí estoy yo, escuchando el relato de mi padre en un día de sol en un parque en las afueras de La Plata. Podría decir que sopla el viento y que los mosquitos acechan. Sería verdad. Podría decir que el pasto está crecido y molesta. Pero no sé qué ganaría con esa descripción.
Yo soy el hijo de ese hombre. Y saber eso ya es algo.
Sin embargo.
Ahí estoy yo, escuchando el relato de mi padre en un día de sol en un parque en las afueras de La Plata. Podría decir que sopla el viento y que los mosquitos acechan. Sería verdad. Podría decir que el pasto está crecido y molesta. Pero no sé qué ganaría con esa descripción.
Yo soy el hijo de ese hombre. Y saber eso ya es algo.
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