Y es así como se los cuento, les juro (por Todos los Santos, pulgar e índice en cruz sobre los labios), que por si no bastara ese asomarse de la Parca, recién, hace un rato nomás, el taxista que me traía de vuelta a casa, a cuento de nada, por mera necesidad de desahogo, me contó de su mujer, del accidente cerebrovascular a miles de kilómetros, de que tuvo que traerla, con una pierna paralizada, de los 7000 pesos que le cobraron, que la plata no importa. Que la operaron, que ella no quería que la operaran, que no quería que él firmara la autorización. Que la operaron igual, que si no la operaban se moría, o quedaba en silla de ruedas. Que después de la operación él la vió bien, dormida, pero bien, respiraba, y que al otro día todavía dormía, y al otro y al otro y que le dijeron que era por los sedantes, para ayudar al cuerpo a recuperarse y que se murió al día siguiente. Que la hizo cremar. Que le compró una cajita y que ahora está con su madre, que ahora descansa en paz. Que ya pasaron unos días pero todavía no abrió el ropero. Que lo va a hacer uno de estos días, con su hija.
Es así, les juro, como les cuento. Una de esas cosas que se cuentan creyendo que así uno se libera de ellas.
A la memoria de mis muertos queridos.