Me gustan las mezclas, los desplazamientos, los mestizajes, las soluciones impuras. Me hablan de inquietud, de insatisfacción y de búsqueda. Me dan una idea de eso que algunos llaman “deseo”.
Lo de estos chabones, la verdad, después de escuchar tres o cuatro temas, me decepcionó. Se me fueron presentando cada vez más como una mezcla rara entre Kenny G y Joe Satriani, pero en pilcha samurai (creo que el principal problema es que, si su oído japonés se nutre de una tradición milenaria, su oído rockero atrasa por lo menos diez años; en fin).
Aún así, esto es propiamente una maza:
El coso este se llama Shamisen, vine a enterarme. Es el mismo coso que toca el japonés que hace de japonés en el video de Playing for change que puse hace un par de posts (y me refiero al japonés, no a la japonesa, que toca el tiki taka). Es lo que suena para enjaponesar Shima Uta en la versión de Alfredo Casero. Por cierto, es lo que toca el autor de Shima Uta.
30 agosto, 2011
27 agosto, 2011
25 agosto, 2011
Una que sepamos todos
Elogio del pastiche y del sincretismo
El contexto lo brinda una de estas nobles iniciativas primermundianas que logran extraer valor de la miseria de los otros, lo que no está necesariamente mal. La posibilidad la crea una tecnología que no por incorporada desde hace ya bastante deja de maravillarme. El resultado son cosas como esta:
o esta:
Entonces, reflexiones superficiales:
x) El reggae como “lengua vehicular”. El reggae como lugar común donde todo y cualquier cosa puede desplegarse. Cómodamente.
3) La idiosincrasia como una cuestión de tratamiento armónico: en el video Groove in G, cada músico, como estila decirse, “interviene” la base en sol apelando al peculiar repertorio armónico del género que domina o que le es, digámoslo así, natural. Y el resultado funciona.
b) Una historia de sincretismo (en la cual los Beatles son condición necesaria) que nos trae a un presente donde nuestros oídos son capaces de admitir estas combinaciones: una misma pieza donde se reúnen las escalas y los timbres del flamenco, del blues, de tales o cuales músicas asiáticas o africanas cuyos nombres desconozco.
///) La magia de estas tecnologías de la ausencia, capaces de crear la ilusión de que variados sonidos acontecen en un mismo “espacio acústico”.
j) El “espacio acústico” como territorio utópico donde es posible la reunión de variadas telepresencias.
VI) El “tempo” de la música, como ficción desvinculada del “aquí y ahora” del músico. Nada nuevo: la música se graba en “sesiones” desde hace ya medio siglo, si lo piensan. Casi toda la música que escuchamos no supone que los músicos que la tocaron hayan estado juntos jamás.
7) El montaje como énfasis de todas estas ficciones. El montaje y la edición como apoteosis de la idea frank-zappiana de “composer”.
XIX) La escala humana. “Bono. Dublin, Ireland”. Aún encerrado en un bunker (contraste respecto de las locaciones exteriores de los demás músicos que algo nos dice), aún cumpliendo su papel de “endorser”, el tal Bono se me antoja aquí devuelto a la escala humana, un tipo cantando, como los otros tipos, tocando. Algo que ya he dicho por aquí: la música como algo que hace gente.
//) La afinación temperada occidental como hegemonía.
omega) Otras reflexiones no mencionadas aquí.
Más Playing (que puede entenderse como "tocando", pero también como "jugando") for Change.
El contexto lo brinda una de estas nobles iniciativas primermundianas que logran extraer valor de la miseria de los otros, lo que no está necesariamente mal. La posibilidad la crea una tecnología que no por incorporada desde hace ya bastante deja de maravillarme. El resultado son cosas como esta:
o esta:
Entonces, reflexiones superficiales:
x) El reggae como “lengua vehicular”. El reggae como lugar común donde todo y cualquier cosa puede desplegarse. Cómodamente.
3) La idiosincrasia como una cuestión de tratamiento armónico: en el video Groove in G, cada músico, como estila decirse, “interviene” la base en sol apelando al peculiar repertorio armónico del género que domina o que le es, digámoslo así, natural. Y el resultado funciona.
b) Una historia de sincretismo (en la cual los Beatles son condición necesaria) que nos trae a un presente donde nuestros oídos son capaces de admitir estas combinaciones: una misma pieza donde se reúnen las escalas y los timbres del flamenco, del blues, de tales o cuales músicas asiáticas o africanas cuyos nombres desconozco.
///) La magia de estas tecnologías de la ausencia, capaces de crear la ilusión de que variados sonidos acontecen en un mismo “espacio acústico”.
j) El “espacio acústico” como territorio utópico donde es posible la reunión de variadas telepresencias.
VI) El “tempo” de la música, como ficción desvinculada del “aquí y ahora” del músico. Nada nuevo: la música se graba en “sesiones” desde hace ya medio siglo, si lo piensan. Casi toda la música que escuchamos no supone que los músicos que la tocaron hayan estado juntos jamás.
7) El montaje como énfasis de todas estas ficciones. El montaje y la edición como apoteosis de la idea frank-zappiana de “composer”.
XIX) La escala humana. “Bono. Dublin, Ireland”. Aún encerrado en un bunker (contraste respecto de las locaciones exteriores de los demás músicos que algo nos dice), aún cumpliendo su papel de “endorser”, el tal Bono se me antoja aquí devuelto a la escala humana, un tipo cantando, como los otros tipos, tocando. Algo que ya he dicho por aquí: la música como algo que hace gente.
//) La afinación temperada occidental como hegemonía.
omega) Otras reflexiones no mencionadas aquí.
Más Playing (que puede entenderse como "tocando", pero también como "jugando") for Change.
17 agosto, 2011
La estupidez (propia) es (la más) insondable
-Disculpe, señor, ¿ésta qué estación es?
-No venía mirando, pero debe ser Hudson...
Mirá que hay que ser pelotudo. ¿En qué cabeza cabe responder esa pregunta empleando para la palabra "hudson" una sin dudas inexacta pero en todo caso aceptable pronunciación inglesa? Qué boludo. Si en ese momento el Sur hubiera decidido ejercer su legendaria justicia arrojando a mis manos un cuchillo, habría tenido el puntazo bien merecido por nabo y por fifí.
Y no era la primera vez. "Sí, el otro día anduve por Hurlingham", te dije, ¿te acordás? "Se dice Úrlingan", me corregiste, un poco maternal y como abarajando la desgracia. Y eso que había pronunciado la "u" como tal y la "h" como una jota carrasposa. Pero no hay caso.
-Lo que pasa es que yo vivo en Jaedo-. El chiste, repetido hasta el cansancio, de un amigo de mi viejo...
-No venía mirando, pero debe ser Hudson...
Mirá que hay que ser pelotudo. ¿En qué cabeza cabe responder esa pregunta empleando para la palabra "hudson" una sin dudas inexacta pero en todo caso aceptable pronunciación inglesa? Qué boludo. Si en ese momento el Sur hubiera decidido ejercer su legendaria justicia arrojando a mis manos un cuchillo, habría tenido el puntazo bien merecido por nabo y por fifí.
Y no era la primera vez. "Sí, el otro día anduve por Hurlingham", te dije, ¿te acordás? "Se dice Úrlingan", me corregiste, un poco maternal y como abarajando la desgracia. Y eso que había pronunciado la "u" como tal y la "h" como una jota carrasposa. Pero no hay caso.
-Lo que pasa es que yo vivo en Jaedo-. El chiste, repetido hasta el cansancio, de un amigo de mi viejo...
12 agosto, 2011
Honner cumple, Medeski dignifica
Érase una vez una reunión de músicos. Había entre ellos violinistas, pianistas, guitarristas, saxofonistas. Habíase admitido no hace mucho incluso bajistas. A uno alguien le preguntó:
-Y vos, qué tocás.
-La melódica- dijo, sin que un pelo se le moviera y provocando un amplio despliegue de miradas de desprecio y conmiseración.
-Pero soy John Medeski, bolú.
("Honner", y usted no tiene por qué saberlo, es, o al menos fue hasta hace unos años, un fabricante muy popular de instrumentos "menores", esos mas bien destinados a introducir párvulos en el ejercicio de la música, tales como armónicas, melódicas y flautas dulces. Ignoro qué habrá hecho con ellos la competencia china, también omnipresente en el mercado de los instrumentos musicales. Ignoro también si la melódica que toca Medeski en este video es de ese fabricante. Su nombre aparece aquí porque tiene dos sílabas, como tiene tres el apellido "Medeski". El metro y el ritmo de la frase del título queda así salvaguardado).
-Y vos, qué tocás.
-La melódica- dijo, sin que un pelo se le moviera y provocando un amplio despliegue de miradas de desprecio y conmiseración.
-Pero soy John Medeski, bolú.
("Honner", y usted no tiene por qué saberlo, es, o al menos fue hasta hace unos años, un fabricante muy popular de instrumentos "menores", esos mas bien destinados a introducir párvulos en el ejercicio de la música, tales como armónicas, melódicas y flautas dulces. Ignoro qué habrá hecho con ellos la competencia china, también omnipresente en el mercado de los instrumentos musicales. Ignoro también si la melódica que toca Medeski en este video es de ese fabricante. Su nombre aparece aquí porque tiene dos sílabas, como tiene tres el apellido "Medeski". El metro y el ritmo de la frase del título queda así salvaguardado).
10 agosto, 2011
Pura sangre
Más los escucho, más me gustan. Estos muchachos me sacan el moño. Tienen esa cosa, esa furia desprolija, ese tono muscular, ese nervio, ese componente paramusical que sin embargo es tan sonoro, que me gusta adscribir a cierto jazz de hace unos años, a cierto rock de hace algunos menos.
MM&W me hacen pensar, caprichos de la libre asociación, en aquellos gatos jazzeros que imaginó el mojigato (valga el retruécano) Walt Disney, aquellos que cantaban "todos quieren, todos quieren, todos quieren ser un gato jazz"...
(De paso, un nuevo aporte a la exploración comunitaria del universo del "cover": el tema -o lo que queda de él- es de Hendrix)
MM&W me hacen pensar, caprichos de la libre asociación, en aquellos gatos jazzeros que imaginó el mojigato (valga el retruécano) Walt Disney, aquellos que cantaban "todos quieren, todos quieren, todos quieren ser un gato jazz"...
(De paso, un nuevo aporte a la exploración comunitaria del universo del "cover": el tema -o lo que queda de él- es de Hendrix)
04 agosto, 2011
"¿Puedes?"
Vuelvo a usar a Castillo:
O algo así.
Es decir: que estos días ví con mis chicos esta película no sé cuántas veces, y que yo encontré que esta escena, su diálogo, así desgajada, recortada, iluminada caprichosamente, dice algo, que no es poco, y se lo dice a mi hijo, a mi hija, si quisieran, o pudieran, oírlo, si yo fuera acaso capaz de subrayarlo.
Tras haber usado la comida como señuelo para entrenar a su poco prometedor discípulo, el Maestro presenta la mesa y anuncia: “Come con libertad”. El discípulo desconfía: “¿Así nada más?”. “Juré entrenarte y has sido entrenado. Come con libertad”. Y ni bien el discípulo intenta llevarse un pancito a la boca, el maestro se lo arrebata. “¿Puedo?”, grita enfurecido el discípulo. “¿Puedes?”, contesta el maestro. Y comienza una lucha por la comida. Cuando al final el discípulo vence al maestro y obtiene su pancito, se lo arroja a las manos y dice: “No tengo hambre”.
Y me pregunto qué sedimento quedará, si mis hijos serán, como yo, de fijarse en estas cosas, de retener textos como bloquecitos de Lego, cómo será para ellos recordar qué les decían los libros (las películas, los videos de Youtube, las narrativas de los juegos, la tele...) cuando eran niños o adolescentes, cómo será para ellos todo ese bloque de pasado que definitivamente no es, de ustedes ni mío, nuestro pasado, y que por eso los hace, a nuestros hijos, así, tan diferentes, tan ajenos, tan otros, aunque sean nuestros hijos.
(El texto en inglés, y la distancia entre el texto en inglés y el texto en español -versión, la castellana, que conocí, obviamente, primero-, es digno de ser tomado en cuenta: “You are free to eat”, “Am I?” “Are you?”)
Esta vez, para hacer más bien un ejercicio prospectivo."Los hermosos libros, las dos o tres verdades eternas,las nuevas verdades transitorias que cambian la vida,el sentido absoluto de la vida misma, se nos revelanen la adolescencia o no se nos revelan nunca.Para comprender una verdad tan sencilla no hay másque recordar qué nos decían los libroscuando éramos adolescentes."
O algo así.
Es decir: que estos días ví con mis chicos esta película no sé cuántas veces, y que yo encontré que esta escena, su diálogo, así desgajada, recortada, iluminada caprichosamente, dice algo, que no es poco, y se lo dice a mi hijo, a mi hija, si quisieran, o pudieran, oírlo, si yo fuera acaso capaz de subrayarlo.
Tras haber usado la comida como señuelo para entrenar a su poco prometedor discípulo, el Maestro presenta la mesa y anuncia: “Come con libertad”. El discípulo desconfía: “¿Así nada más?”. “Juré entrenarte y has sido entrenado. Come con libertad”. Y ni bien el discípulo intenta llevarse un pancito a la boca, el maestro se lo arrebata. “¿Puedo?”, grita enfurecido el discípulo. “¿Puedes?”, contesta el maestro. Y comienza una lucha por la comida. Cuando al final el discípulo vence al maestro y obtiene su pancito, se lo arroja a las manos y dice: “No tengo hambre”.
Y me pregunto qué sedimento quedará, si mis hijos serán, como yo, de fijarse en estas cosas, de retener textos como bloquecitos de Lego, cómo será para ellos recordar qué les decían los libros (las películas, los videos de Youtube, las narrativas de los juegos, la tele...) cuando eran niños o adolescentes, cómo será para ellos todo ese bloque de pasado que definitivamente no es, de ustedes ni mío, nuestro pasado, y que por eso los hace, a nuestros hijos, así, tan diferentes, tan ajenos, tan otros, aunque sean nuestros hijos.
(El texto en inglés, y la distancia entre el texto en inglés y el texto en español -versión, la castellana, que conocí, obviamente, primero-, es digno de ser tomado en cuenta: “You are free to eat”, “Am I?” “Are you?”)
“En oposición a los discursos sustancialistas..., la mirada alerta de Borges descubre textos
completamente marginales y, hasta entonces, invisibles...
Borges no busca un hipotético saber popular (a la manera populista)...
por el contrario, las toma como la vanguardia toma al objet trouvé,
producido por el ojo del artista que descubre un tesoro en la banalidad.”
Beatriz Sarlo. Borges, un escritor en las orillas.
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