26 octubre, 2006

Three of a perfect pair

"El proceso de llegar a conocerse a sí mismo, enfrentándose a la propia contingencia, haciendo remontar a su origen las causas, se identifica [para Nietzsche] con el proceso de inventar un nuevo lenguaje, esto es, idear algunas metáforas nuevas. Porque toda descripción literal de la identidad de uno -esto es, todo empleo de un juego heredado de lenguaje con ese propósito- necesariamente fracasará. No se habrá hecho remontar esa idiosincrasia a su origen, sino que meramente se la habrá llegado a concebir como algo al fin y al cabo no idiosincrásico, como un espécimen en el que se reitera un tipo, una copia o una réplica de algo que ya ha sido identificado. Fracasar como poeta -y, por tanto, Para Nietzsche, como ser humano- es aceptar la descripción que otro ha hecho de sí mismo, ejecutar el programa previamente preparado, escribir, en el mejor de los casos, elegantes variaciones de poemas ya escritos."


Richard Rorty, en La contingencia del Yo,
Contingencia, Ironía y Solidaridad.


Bueno, estoy copypastero estos días, o transcribidor, que a los fines que me interesan vendría a ser lo mismo. Pasa cuando uno lee. ¿Y a qué viene esta larga cita de Rorty? Es mi reacción a la primera impresión que me causó este post de Carlos en su Añadiduras.

"Elegantes variaciones de poemas ya escritos". Y la pucha si el psicoanálisis es un gran poema que nos tienta a buscarle variaciones. Pero si algo hemos aprendido de él es que la elaboración de lo siniestro que preocupa a Carlos, que puede llegar a manifestarse desde un registro inefable, no es un esfuerzo por situarlo en la cuadrícula de las metáforas antiguas, literalizadas, creadas por otros, que siempre serán insatisfactorias o lo revelarán pueril. Para pensar eso me sirve Rorty, porque para él, repensando a Nietzsche (y a Freud, por cierto), el esfuerzo es más parecido al de crear un nuevo poema, "idear algunas metáforas nuevas".

Es cierto que para eso uno no tiene a su disposición sino las metáforas que le han sido dadas (el lenguajes es por definición ajeno), las que creó otro: la poética de Bolaño, la filosofía de Rorty, "lo siniestro" de Freud, si queremos. Esas viejas metáforas (¿acaso lo "heimliche"?) son la base a partir de la cual crear las nuevas.

Siempre me interpeló el isomorfismo (¿acaso superficial?) entre el triángulo edípico, la "herejía" lacaniana y la semiótica triádica de Peirce. Ni los niños ni el lenguaje nacen de un repollo. Los repollos nada saben de triángulos: son hermafroditas.

24 octubre, 2006

Y lo llamó "nota"

"Man's life as commentary to abstruse
Unfinished poem. Note for further use."

Don Juan Sombra, en Pale Fire, de Vladimir Nabokov, 1962.

17 octubre, 2006

Sign o' the times

De la última de Almodóvar me impresionó una cosa que se enganchó con mi propia reflexión acerca de cuál es el tiempo que habitamos. Visto desde ahí, el personaje de la tia Paula, la que "vivía en el pasado", se torna un personaje clave para leer a todos los demás personajes, que se revelan también, si no habitando llanamente el pasado, viviendo varios tiempos a la vez. La vemos a Raimunda habitar el aeropuerto y el espacio de los celulares, artefactos de presencia insistente en toda la película, una modernidad publicitaria, atributo que se adhiere a la hija (personaje con el que se superpondrán también dos tiempos que tendemos a suponer sucesivos o excluyentes), y desmoldar un flan de huevo cocinado en una vieja y abollada flanera de alumnio. Habla de fantasmas y aparecidos como si tal cosa, sin que ninguna prevención racionalista moderna se active, en ningún diálogo. Habita, entremezclados, Madrid y el pueblo de la infancia. "Es el pasado que vuelve..."

Cómo no va a volver lo que nunca se ha ido, me lleva a pensar Pedro...

11 octubre, 2006

Ella tiene un cutis...

...macilento. No se me ocurre otra palabra, a pesar de que "macilento" me resulta casi un arcaísmo, una palabra cuyo sentido desconozco o ya no me pertenece. ¿Cómo es, cómo puede ser, un "cutis macilento"? ¿Qué otras cosas que un cutis pueden ser "macilentas"? No sé cómo se usa la palabra, desde qué cara, o con qué decisión o modestia podría ser dicha. Claro que puedo recurrir al diccionario. "Flaco y descolorido", dice. Entonces sí, podría usarla para darles la idea: ella tiene una piel descolorida. Aunque no sé si descolorida, porque bien mirada tiene un vago tinte diría que verdoso. Capaz que es un efecto de la luz que entra por la ventana, porque pareciera que su piel carece de luz, dicho en dos sentidos: a) tiene ese tono apagado que otorga el prolongado encierro, esa falta de exposición al sol hace que b) una piel no ilumine, no irradie, no emita, a su vez, luz.

Y su cuerpo. Un cuerpo enjuto. Ahí tienen. Parece que toda ella transmite antigüedad; a pesar de su ropa nueva y elegantemente combinada, no se me ocurre decir de su cuerpo otra cosa sino que es un cuerpo enjuto. ¿Y qué catzo es un cuerpo "enjuto"? ¿Quién usa todavía esa palabra? ¿Y de dónde la habré sacado? Nadie en mi familia, ni en mi barrio ni en mi lugar de trabajo la emplearía espontáneamente, creo, si no fuera para hacerse el gracioso, el rebuscado. Creo que yo la he sacado de libros (ya digo: rebuscado), especialmente traducciones. Novelas policiales, ponele. Nunca falta un personaje de "cuerpo enjuto". Pero bueno, el de ella podría describirse así. Será por su marcada delgadez o por los hombros angostos, que sin embargo no parecen caídos, coronando una espalda curvada. No, su espalda es recta. Si hubiera estado curvada y sus hombros caídos, lo hubiera dicho de esa manera: "ella tiene los hombros caídos y la espalda curvada" y quizás no me hubiera privado de apuntar una fórmula convencional del tipo "como abrumados por alguna de las formas del cansancio", o algo por el estilo. Pero no es el caso, su postura es erguida. Y tampoco es la delgadez, sino la sensación de que algo falta en ese cuerpo, o, sería mejor decir, algo le ha sido quitado, como hace unas líneas decía lo de la luz. Aunque parece algo quizás más inmaterial, como una falta de energía... o no, pensándolo bien, no es eso, es una falta de densidad, una ausencia de masa, en definitiva, algo bien físico: un cuerpo enjuto.

Energía no le falta. Sus modos son bruscos, violentos, como si estuviera enojada. "Estará enojada", podrán decirme ustedes. Y sí, claro, pueden tener razón. Quizás esté enojada, pero se trataría de una especie de enojo perdurable, uno que alienta la forma airada con que cierra la portezuela del compartimiento de equipajes exhibiendo su diestra huesuda y tensa, que inspira la violencia con que se deja caer en su butaca, pero sobre todo, que determina la expresión de su boca, incansablemente fruncida (aún cuando luego de un rato de trayecto se ha dormido), adoptando eso que no puede llamarse sino un rictus, es más, un rictus amargo, vean ustedes, eso: un rictus amargo, que no otra cosa puede decirse de esa expresión.

Algo ha sido quitado de ese cuerpo, de esas manos huesudas, de esas tetas chicas que no podría comparar sino con uvas pasas, o ciruelas, o hasta duraznos, para no dar la impresión de que son tan chicas, porque no es una cuestión de tamaño, pero en todo caso pasas, frutas de las que, por definición, ya lo digo, algo se ha quitado. Y cuando por fin se para y le miro el culo, descubro una aparente paradoja: un culo flaco y caído. ¿Puede haber algo más triste que un culo flaco y caído? Conozco culos gordos que, por acción de la gravedad, impiadosa con su exceso, lucen caídos, pero no transmiten tristeza. Es más, recuerdo un par de danzante alegría caribeña casi literalmente desbordante e incontenible. En cambio, un culo flaco y caído me resulta triste de toda tristeza, un culo que dibuja la curva propia, inequívoca, de la línea que determina el sentido del emoticón de la pena. La misma curva dibuja su boca, algo que tiene que ver, sin dudas, con la gravedad, y no sólo la que ejerce la Tierra.

Decía un personaje de Poe: "cuando quiero saber qué está pensando alguien, trato de imitar la expresión de su rostro", y si no era de Poe era de alguien más y no tiene la menor importancia. La cuestión es que me pregunto si ella será una persona triste. Podría, en el próximo viaje, intentar hablar con ella, ya se sabe: las apariencias engañan, lo esencial es invisible a los ojos y etécetera, etcétera, etcétera...

09 octubre, 2006

Esos amables bichos de exterior...

Lo terrible del discurso publicitario no es, a veces, tanto lo que dice como lo que da por sentado.

El afiche anuncia un alimento para mascotas, para gatos, y lo presenta en dos variedades: para gatos de interior y para gatos con acceso al exterior.

Perdón: ¿cómo es eso? ¿"Gatos de interior", dijo usted?

Veamos qué cosas, al menos para mí, son de interior: el látex, por ejemplo. Hay látex para interiores y látex para exteriores. Muebles, sin duda: hay cierto mobiliario que podría llamarse "de exterior", lo que, por oposición, nos permite pensar en muebles "de interior". Y están la plantas, las de interior, que todos sabemos que no son más que las víctimas frágiles de un clima adverso que no les permitiría vivir sin la esforzada artificialidad que les provee un "interior", y las otras, las de exterior, las que, no otra cosa, se adaptan al clima así como viene, aunque todas desgajadas definitivamente de su ser en la naturaleza para devenir entes decorativos.

Entonces, ¿los gatos? Gatos decorativos, afines con la pintura, los muebles y las plantas, con ellos de hecho combinados, gatos fotográficos condenados a una existencia castrada de adorno (que no horkheimer).

¿Y el acceso al exterior? Mentalidad urbana, gatos con departamentitis que, del exterior, sólo tienen el acceso. En mi universo suburbano un gato no es sino una alimaña "de exterior" que sólo por descuido accede al "interior", para robar un resto de comida que ha quedado sobre la mesada, de donde será desalojado con un chistido o un repasadorazo, más chasqueante que flagelante. De este modo, el gato es un bicho afín con ranas, sapos y culebritas, con las que por cierto mantiene un vínculo digamos que hostil, al menos desde el punto de vista de las ranas, sapos y culebritas, por no hablar de benteveos y zorzales que, a la primera de cambio, aparecen como desplumada, despanzurrada ofrenda en la puerta de casa, junto al tacho de agua.

Esa afinidad, sin embargo, no desdibuja la especifidad de mascota que reviste a los gatos, ese vínculo caprichoso por el cual merecen las caricias y los abrazos, pero que no los libra del acoso de los perros, alimañas de exterior también, a veces hostigadoras y ruidosas, pero a su vez candidatas al mimo. Después de todo, el hombre de campo establece vínculos afectivos con su caballo, una vaca, y por qué no decir las ovejas, aunque la mención de esta especie linde el mal gusto o la chabacanería. Y cómo olvidar a la chancha Élida, la que pudo escapar, dice mi madre, a su destino de jamón por haber obtenido la gracia de un nombre humano, muriendo de vieja.

Gatos de interior, gatos con acceso al exterior. Dicho en serio, pero algo así como lo del atún...

05 octubre, 2006

Mala luna

Pasó en el barrio. No sé si son casualidades o si es la luna y los planetas, que adoptan realmente alineaciones funestas.

El Negro tenía una casa, un perro, un auto. Y una esposa. Parece que la esposa ya no lo quería. No era un pendejo, el Negro, era un tipo grande. Parece que le dijo a su esposa que no podría tolerar que se fuera. Parece, dicen las mujeres del barrio. Su casa era una linda casa, de dos pisos, con una terracita balconeando hacia el jardín. Parece que la otra tarde estaba en el balcón y llamó a su esposa. Tenía su revolver en la mano, porque Jorge tenía un revólver, esas cosas de la vida suburbana de estos tiempos que nos tocan. Se pegó un tiro, ahí, para que ella lo viera.

Trato. Pero no puedo imaginarme el momento en que ella salió al balcón, trato de figurarme su cara, primero el desconcierto, la angustia, qué hiciste boludo, hijo de puta, la bronca. ¿Lo habrá tocado? Para reanimarlo, para confirmar lo que no podía ser, o habrá huido, escapando de la visión horrible. En el momento exacto de comprender lo que estaba pasando, ¿lo habrá vuelto a amar o lo habrá definitivamente odiado?...

¿Y, Nena? Ay, ¿qué pasó, Nena? Le dió la teta a su bebé, en medio de la noche. Estaba cansada y se quedó dormida. A la madrugada se despertó el marido y la despertó a ella, la sarandeó, fue él quien se dió cuenta. Salieron a la calle. ¿Nadie me para, nadie me vé? La calle, ahí, cerca del arroyo, es tan desolada y fría. Hasta que se tiró al medio de la calzada, se le cruzó a uno, que la llevó al hospital con su bebé muerto en brazos, así, en brazos, ya se sabe: como cuando dormía, una bolsita de huesos fláccida y tranquila. Acá tengo el diario, que dice que lo ahogué, que me quedé dormida y lo aplasté. El médico me dijo que fue muerte natural, muerte súbita, no sé.

El entierro fue modesto, le dibujó la cruz con un ladrillo. Ahora está juntando plata para comprar una plaquita, una plaquita así, y hace con las manos un cuadradito chiquito. Una plaquita así, para que esté mejor.

Pasó en mi barrio. Y esta noche prefiero pensar que la luna, los planetas y las estrellas pueden alinearse en constelaciones funestas. Prefiero eso, porque pensar que es porque sí, que así como fue podría no haber sido, que nadie lo dicta ni en ningún lado está escrito, es todavía más atroz, tan atroz...

02 octubre, 2006

Detrás de los cristales llueve y llueve

Claro que llueve. No vamos a tener un blog para dar noticias meteorológicas: llueve. De arriba pa' bajo, como decía un vecino, y me viene a la cabeza un cierto clima en la cocina de un departamento en la calle Seis, la hornalla prendida, la pava en la mesa, el mate yendo y viniendo y la charla o la radio. El ir venir del mate, tan afín al de la lanzadera en el telar, la alacena naranja, presencia y luz insoslayable, el panorama gris hacia el barrio El Mondongo, los techos y las paredes, empapados, rotosos y descascarados, unas tipas de fondo y la lluvia, que parece que va a arrastrar a la ciudad a fuerza de durar días y días, hasta volcarla en el Plata, pero no, ahí sigue todo, mojado y cansado y vuelto a mojar, de afuera hacia adentro y de adentro hacia afuera, las paredes mohosas y los patios vacíos y la charla y Radio Universidad y el mate que teje, teje y teje...