29 agosto, 2007

Postulo que esto y esto no constituyen momo, puesto que, si bien no se convocan ni se sospechan ni se intertextan ni se refieren, el lector avieso, tercero en discordia, condenado a suponer lo que no hay donde no está, puede tender entre ellos un enlace (que no un link) tenue y caprichoso. Como cualquier enlace...

27 agosto, 2007

III

...entonces la corrí, la alcancé y la detuve. Le dije "mentira: vine a verte, vine a buscarte porque no te dije toda la verdad, porque te mentí estúpidamente, porque soy un loco idiota enamorado de tu fantasma y los fantasmas aúllan toda la vida si uno no los acalla, porque sí, porque no quiero quedarme viendo cómo te alejás de mí, porque quiero tenerte aunque sea una vez, una noche; vine a buscarte".

Me pareció que el fantasma iba a decirme algo. Le cerré la boca (esa boca que pretendía usar para manifestarse) de un beso.

24 agosto, 2007

Así en la Tierra como en Trafalmador...

"...each clump of symbols is a brief, urgent message -describing a situation, a scene. We Trafalmadorians read them all at once, not one after the other. There isn't any particular relationship between all the messages, except that the author has chosen them carefully, so that, when seen all at once, they produce an image of life that is beautiful and surprising and deep. There is no beginning, no middle, no end, no suspense, no moral, no causes, no effects. What we love in our books are the depths of many marvelous moments seen all at one time."

Kurt Vonnegut, Slaughterhouse 5.

Entonces, la blogósfera como un libro trafalmadoriano. Entonces, Vonnegut parafraseado:

¿No es cada manojo de símbolos un mensaje breve y urgente que describe una situación, una escena? ¿No los leemos todos a la vez (o desordenadamente) y no uno a continuación del otro? ¿No encontramos acaso que no hay ninguna relación particular entre ellos, salvo el hecho de que sus autores los escogieron cuidadosamente, de modo tal que, en conjunto, producen un retrato de la vida vida bello, sorprendente y profundo?

¿Hay introducción, hay nudo, hay desenlace? ¿Hay suspenso, moral, causas o efectos?

Lo que nos gusta de nuestros blogs es la profundidad de muchos momentos maravillosos vistos a la vez...

21 agosto, 2007

II

-Debe estar por allá -dijo Santiago. Lo seguí; parecía resuelto. Entramos a un gran salón comedor. Había varias decenas de mesas, todas ocupadas. El ruido de las voces era alto. Los comensales parecían muy animados. Iban y venían de una mesa a la otra, al bar, al buffet; se servían frutas (papayas, mangos, guayabas), nachos, raclette, ceviche, cuscús. Bocas llenas, muchas, numerosas, infatigables.

Santiago y yo recorrimos el salón. Lo perdí en la multitud. Ví que a mi izquierda se abría una arcada y la atravesé. Entré a un pasillo al cual daban unas puertas numeradas, adornadas con pomos dorados y brillantes. Los números, metálicos, estaban escritos en una tipografía que podía ser la Georgia. Las descendentes eran más exageradas, sin embargo.

Yo no tenía idea de cuál era la puerta que buscaba. Ella me había dicho: "mi departamento es uno bien modesto entre dos fastuosos". Busqué signos que me permitieran advertir eso. Todas las puertas eran iguales, todos los números estaban igual de pulidos. A todo lo largo del pasillo, un torrente de gente que iba y venía del comedor me empujaba y me hacía imposible observar detenidamente las puertas.

Hasta que noté que al final del corredor, en el extremo opuesto al salón, estaba el mostrador de la conserjería. Me acerqué.

-Busco a la señorita Sakina Blanche- dije.

-El 15 -me contestó una chica joven y morocha, bella e indiferente.

"El 15", pensé, y lamenté la obviedad con que a veces se desmerece a sí misma la realidad.

El 15 estaba, claro, entre el catorce y el dieciséis. Nada en esos números me hacía pensar en departamentos fastuosos. Lucían mas bien banales. Y a decir verdad, el 15 no parecía mucho más modesto.

No alcancé a golpear; Sakina estaba abriendo la puerta y nos encontramos frente a frente.

-¿Qué hacés acá?- me preguntó conjugando a la manera rioplatense.

-Nada -mentí. Ella, que no había detenido la marcha iniciada al abrir la puerta, al pasar a mi lado, me dió el beso que las costumbres argentinas imponen. Por un momentó creí que iba a abrazarme y mi cuerpo se dispuso al contacto. Siguió, sin embargo, de largo. Creo que la disposición de mi cuerpo no alcanzó a ser manifiesta. Si ella la hubiera notado, me hubiera sentido humillado.

Me sentí humillado. La ví alejarse con total indiferencia e intercambiar palabras gentiles con los conocidos que la cruzaban. No iba al comedor, iba en sentido contrario, más allá del mostrador de la conserjería.

No sé qué hay ahí.

15 agosto, 2007

Puck Robin Goodfellow wrote:
"...pienso en todas las versiones que Miles
pudo haber producido de 'Limbo'
durante sus distintas etapas,
y, ya que estamos en envión,
cada uno de esos días
en que las manos le picaban tanto..."


...me pican las manos, reina, me pican. El escozor empieza en las muñecas, ¿sabés? Digo las muñecas por decir, porque me gusta la palabra "muñeca", porque ese nudo del cuerpo parece un buen lugar para que algo empiece, y porque decir que me empieza en el alma sería muy cursi... Nunca digas que una vez te dije que la picazón me empezaba en el alma, please... qué sé yo qué será el alma. Me pican las manos, es eso. Mirá como se me ponen. ¿No lo notás? Claro, no me brotan puntitos rojos ni la piel se me pone bordó, pero fijate, queman, ¿no lo notás? las manos calientes... tocame... viene de adentro... ¿acaso puede uno rascarse el lado de adentro de las palmas? Es insoportable, ayudame, agarrame las manos, apretalas fuerte. Cantá una canción, reina, un rato. Esa que te sale tan hermosa, así, sonriendo, como Ella. Eso me calma. Un rato, pero vuelve. De chico, me picaban las manos y me daba por rascarme con un palito o una ramita. Pero eso no sirve, porque mientras te rascás una mano te pica la otra, una tortura. Un día ví a mi viejo hacerse un emplasto con aceite y azúcar, después de terminar de arreglar no sé qué cosa del auto. Lo hacía para sacarse los restos de grasa. "Me pule la piel", decía, cosas de mi viejo. Pero un día que la picazón era espantosa se me ocurrió probar. Te ponés una cucharada de azucar en la palma, le hechás un chorrito de aceite y frotás una mano con la otra, como lavándote. ¿Sabías que el azúcar no se diluye en el aceite? Se hace como una pasta de pulir y te raspa la piel sin lastimar. Me dió alivio. Un rato. Todavía lo hago, cuando la picazón me enloquece. O me pongo un disco de Miles. Uno lo escucha y parece fácil eso de tocar sin vibrato, soplar adentro de un tubo de metal y sacar un sonido liso, parejo, imperturbado. Fijate. ¿Escuchás el esfuerzo? Yo lo escucho, es como si el tipo intentara rascarse las palmas por el lado de adentro. Rascar el alma.

Qué se yo qué será el alma.

...these days, he also wrote this.


13 agosto, 2007

I

El asunto es que, de repente, lo que pensé que era un ascensor empezó a desplazarse de costado. Fue incómodo porque giró sobre su eje transversal, como si el cable que hasta ese momento lo impulsaba hacia arriba hubiera comenzado a arrastrarlo sobre unas vías o algo así. Me acomodé a la nueva disposición de mi vehículo, obligado por la gravedad. Pensé que estaba en algo similar a un carrito de los que se usan en las minas. Esa impresión fue más fuerte cuando noté que mis pies, por inercia, se separaban del que ahora era el piso de mi transporte y tardaban en seguirlo en su abrupta caída. Es decir: caíamos. Debo aclarar que Santiago estaba conmigo, y no parecía sorprendido.

-Ahora parece una montaña rusa -exclamé.

-¿Por qué "ahora"? -me respondió, más extrañado por el adverbio que por los raros movimientos del que creí un ascensor. Caí en la cuenta de que hasta ese momento yo había estado callado y no le había participado mi pensamiento sobre el carrito minero. Le aclaré:

-Hace un momento pensé que estábamos en algo parecido a un carrito de los que se usan en las minas -dije, incapaz de hallar otra manera de denominar a la cosa que estaba imaginando-. Y ahora pienso que parece el vagoncito de una montaña rusa.

Una violenta pirueta me cerró la boca. Es decir: la fuerza de la gravedad y la inercia forzaron mi mandíbula hacia abajo, por lo que estrictamente debería decir que la boca se me abrió, pero el efecto fue el de obligarme a callar, lo que se dice "cerrar la boca". Aunque también se dice "mandar a callar", "hacer callar" y miles de otras expresiones en las que no pensé en ese momento. Un lío: no sé qué pensaba en ese momento, mientras el ascensor-carrito-vagón se sacudía como loco, temblaba que era un espanto y metía un ruido como para disimular una estampida de bisontes.

Tan sorpresivamente como había empezado a desplazarse de lado, el ascensor-carrito-vagón disminuyó violentamente la velocidad. Trastabillamos. No se detuvo completamente, sino que siguió moviéndose con la parsimonia con que un bote se arrima al muelle. La que era la puerta del que creí un ascensor había quedado sobre nuestras cabezas. Mientras el vehículo aún se movía, intentamos abrirla. Cedió. Nos asomamos. Parecíamos efectivamente dos náufragos que espían el acercarse de la tormenta por sobre la borda de su bote salvavidas.

Lo que se acercaba era, en cambio, un muelle. El ascensor-carrito-vagón-bote rebotó contra las tablas. Saltamos al muelle. Atrás, nuestro transporte se alejaba.

06 agosto, 2007

..y la poesía cruel

Este tango tiene mucho material como para ponerse a jugar a casi cualquier hermenéutica (ya no más eso de que "sos lo único en la vida / que se pareció a mi vieja"). Pero hoy, estos días, me detengo en esa estrofa, sabihondos y suicidas, y pienso en dados, timba...

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